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Los subsidios y subvenciones son recursos totalitarios y antidemocráticos para aumentar el poder político



Donald Trump acaba de castigar a los países europeos que construyen aviones Airbus, entre ellos España, con durísimas subidas de aranceles por su afición a conceder subvenciones y subsidios a las empresas, ayudas estatales que alteran la competitividad y que en realidad debilitan el tejido empresarial y sólo benefician al poder político, que se convierte, a través del dinero público, en dueño absoluto de la economía y la sociedad. Trump, con el apoyo de la organización que regula el comercio mundial, cree que las subvenciones concedidas en Europa a Airbús alteran la competitividad y son condenables.

A España, por ser parte del consorcio subvencionado Airbus, el castigo americano la golpea con dureza en sus
exportaciones, pero es un castigo que ojalá sirva para reprimir las ayudas públicas corruptas que el poder siempre otorga a los amigos y no a las empresas libres, y que sirven para incrementar todavía más el impresionante y desproporcionado poder del Estado.

Nada otorga más poder a un gobierno que el reparto del dinero público y su utilización para comprar voluntades y generar clientelismo y sometimiento.

El reparto intenso de subsidios y subvenciones es un método totalitario que se empleó en la URSS y en la Alemania Nazí con gran eficacia y que hoy forma parte del ADN del poder político en muchos países teóricamente democráticos, pero intensamente contaminados de totalitarismo, entre los que destaca España.

El poder, cuando está contaminado y es escasamente democrático, pretende, a través de la concesión de subvenciones y subsidios, que el pueblo sepa que todo pertenece al Estado y a los políticos que lo controlan y que los que se comporten bien y voten a los que mandan tienen su recompensa.
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Sin embargo en países de profunda tradición democrática como Estados Unidos, los subsidios y subvenciones están malditos y prácticamente erradicados porque conecen sus efectos nocivos sobre los ciudadanos y las empresas.

Pocas cosas son tan perniciosas para una sociedad y una democracia como las subvenciones públicas. Casi la totalidad son tapaderas para pagar a los acólitos, obtener comisiones ocultas o mecanismos para reforzar el poder político y el clientelismo.

En España, las subvenciones, sin controles ni garantías, son arbitrarias e injustas y constituyen el alma de la corrupción. Sirven para enriquecer a los amigos, para potenciar las empresas corruptas que aportan comisiones, para narcotizar a las empresas con dinero fácil y privarlas de músculo, para castigar al adversario, para comprar voluntades y para financiar la enorme red de chiringuitos e instituciones públicas inútiles, que los políticos crean sólo para incrementar su poder y para colocar a sus familiares y amigos a sueldo del Estado.

No hace mucho, un político socialista andaluz, que llegó a ser consejero de la junta, me reconocía que si a los gobiernos socialistas se les privara del reparto del dinero de las subvenciones y subsidios, su poder se derrumbaría. "Gobernar en Andalucía no es tomar decisiones para mejorar la sociedad, sino repartir dinero con criterios de partido para que se ganen las próximas elecciones", afirmó, revelando una de las grandes verdades del vergonzoso sistema creado por el socialismo andaluz, en el poder durante casi cuatro décadas, falsamente democrático y cien por cien arbitrario, sectario y clientelar.

Ni siquiera durante la terrible crisis económica, cuando España, bajo el gobierno del nefasto Zapatero estuvo a punto de declararse en quiebra, las subvenciones cesaron. Los gobiernos las mantenían porque es a ellos a quien conviene el sistema del reparto, con el que logran poder y adhesiones.

Al quedarse sin dinero para repartir subvenciones, el gobierno pierde poder y se ve obligado a cerrar la más sofisticada, eficaz y antidemocrática fábrica de esclavos que opera en España, gracias a la cual el poder somete a los rebeldes, esclaviza a la ciudadanía, compra voluntades, silencia a la prensa crítica y controla y acorrala a las principales instituciones y empresas del país, entre ellas los sindicatos, la patronal y a buena parte del tejido empresarial más potente.

Por desgracia, el dinero público, ha servido en España más para reforzar el poder de las administraciones públicas y para relegar al ciudadano que para modernizar y reconvertir la economía. El dinero en manos de los políticos ha sido utilizado profusamente para dominar la sociedad civil y sus grandes instituciones (universidades, medios de comunición, bancos, fundaciones, etc.), corromper, dominar, acosar al adversario, marginar al disidente y degradar la sociedad, pero no para crear las bases de una economía moderna, innovadora y competitiva.

Sin dinero, el gobierno se debilita y empieza a temer a la opinión pública y a los ciudadanos, lo que equivale a un avance de la democracia. El famoso principio de que "Cuando el pueblo teme al gobierno, entonces existe tiranía, mientras que cuando el es gobierno el que teme al pueblo, es que existe democracia" es cierto como la vida misma y tiene en España una vigencia suprema.

Las subvenciones fueron el arma más poderosa y eficaz utilizada por el poder político en España para dominar, someter, corromper, atemorizar, neutralizar a los disidentes y ganar cada día más poder. Las subvenciones han sido, a lo largo de la Historia, el recurso preferido por los tiranos y opresores para sojuzgar y moldear la sociedad a su capricho.

En las democracias anglosajonas, más cercanas al ciudadano y cautas ante la voracidad de poder que siempre demuestra el Estado, las subvenciones suelen estar prohibidas o muy mal vistas. De hecho, cuando una empresa o institución recibe dinero público en Estados Unidos, su prestigio e imagen suelen resentirse.

España se ha convertido en el paraíso de las subvenciones y sus gobiernos, tanto de derechas como de izquierdas, aprendieron a utilizarlas como su arma favorita para dominar a la ciudadanía y doblegar al adversario. Hasta el terrorismo de ETA se dejó vencer por la tentación de dejar dejar las armas con tal de volver a las instituciones y poder participar del gran "festín" del gran pastel del dinero público.

El Estado ha sido tan rico y ha recaudado tanto dinero por la vía de los impuestos directos e indirectos que pudo permitirse el lujo de utilizarlo como una gigantesca fábrica de sometidos, de repartirlo arbitrariamente, en forma de subvenciones, dándolo a los amigos y a los que se sometían, negándoselo a los pocos que quisieron ser libres o se oponían a la enorme cultura dominante.

El efecto del sistema fue fulminante y los ciudadanos, ya fueran empresarios, periodistas, investigadores o docentes, empezaron a descubrir una realidad tremenda y descorazonadora: el frío es gélido cuando se está al margen del poder y del presupuesto público. Como consecuencia, la libertad, la rebeldía y la ciudadanía auténtica se marchitaron en una sociedad donde fueron premiados y florecieron los esclavos, los cobardes, los mediocres y los servidores babosos del poder dominante.

La regeneración de la democracia europea y, sobre todo, de la española, que en el presente es una de las más degradadas del viejo continente, pasa por prohibir las subvenciones o por regularlas desde órganos independientes, éticos y fiables, nunca por gobiernos o partidos políticos que han demostrado hasta el asco que las utilizan como armas de dominación y de envilecimiento.

Las subvenciones del poder han creado una sociedad con poco músculo, lenta, dependiente, sin imaginación, incapaz de innovar y ajena al esfuerzo, que es el gran motor del progreso. La sociedad española, corrompida por el dinero público abundante, es una sociedad dominada por el silencio de los muertos e integrada por enormes manadas de cobardes, todos temerosos a quedarse sin su parte del pastel. Los políticos ricos, los auténticos "nuevos amos" del mundo, ni siquiera tenían que utilizar su monopolio de la violencia, ni la policía, ni la represión para dominar y esclavizar a las masas porque el dinero les permitía cubrir con nubes opacas un ejercicio del poder donde el abuso, la ineptitud, la corrupción y la rapiña hacían estragos, mientras los ciudadanos, ignorantes y ajenos al "gran festín" del dinero público, se limitaban a gestionar su miedo y a soñar con poder "poner la mano" algún día, si les llegaba la oportunidad.

Muchas de las subvenciones el poder las otorga a los propios partidos políticos, un mecanismo que es rechazado por la mayoría de los ciudadanos y que degrada la democracia. En las democracias avanzadas, los partidos y los sindicatos no reciben subvenciones y sobreviven gracias a las cuotas de sus afiliados. En países como Estados Unidos, recibir dinero público es considerado como una mancha y las subvenciones están prohibidas para fundaciones e instituciones de interés general.

Pero España es el paraíso de la injusticia y del abuso de poder. En contra de la voluntad popular, que debería constituir un mandato en democracia, los gobiernos, sean de derecha o de izquierda, se ha empeñado en que los ciudadanos, a los que ya se les cobran los impuestos más desproporcionados de toda Europa, sigan manteniendo a los partidos políticos y sindicatos, instituciones cada día más rechazadas por la ciudadanía, que figuran en las encuestas como el segundo gran problema de la nación.

Francisco Rubiales


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Sábado, 5 de Octubre 2019
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