Sanchez e Iglesias, un pacto lleno de incertidumbres y amenazas
No puede ser una casualidad que España sea el país del mundo que más impacto negativo ha sufrido con la pandemia, tanto en la primera como en la segunda y tercera ola. La única explicación del hundimiento profundo y progresivo de la nación española es que está mal gobernada y que las decisiones las toman gente sin altura y sin preparación para gobernar.
El turismo se hunde, las empresas cierran o huyen de España, los autónomos, que son el pulmón de España, agonizan sin que el gobierno los socorra, la venta de viviendas retrocede también en el último trimestre y todo es consecuencia del mal gobierno, la inseguridad y la incertidumbre que lo dominan todo. La gente, ante la oscuridad reinante, se retrae, esconde su dinero debajo del colchón y paraliza el gasto. Como consecuencia, el horizonte se torna oscuro, crece el desánimo y la economía retrocede. Y el país acumula decepción y tristeza.
Nadie sabe que pasará con España, si la Monarquía resistirá, si la Tercera República empezará a instaurarse, si el PSOE seguirá alejándose de la Constitución, si los nacionalistas se harán más fuertes o si, finalmente, Cataluña doblegará al frágil Pedro Sánchez y obtendrá su independencia.
En la España actual, dominada "provisionalmente" por las izquierdas, nadie está seguro de nada y hasta hay quien dice que el gobierno "provisional" de Sánchez puede hacerse crónico y durar décadas.
Esa incertidumbre brutal es letal para cualquier nación, que no puede resistir mucho tiempo viva sin ilusiones, metas comunes ni esperanza. Todo se muere bajo la falta de certezas y la abundancia de miedo y tristeza.
Como consecuencia de la brutal incertidumbre, el dinero huye, las empresas no invierten y el pueblo se aprieta el cinturón, lo que se traduce en retroceso, parálisis y un imperio del miedo que huele cadáver y que representa siempre el fin de los imperios y de los pueblos.
Los ciudadanos se sienten marginados, pero no reaccionan. Nadie se alza contra la provisionalidad, el retroceso, el peligro y la debilidad creciente de España como nación. El número de los que odian a Pedro Sánchez y la intensidad del odio crecen, pero nadie se rebela para frenar la caída y los socialistas, incomprensiblemente, siguen resistiendo en las encuestas y ganando elecciones.
España tiene demasiada urgencias para mantener el ritmo cansino y decepcionante que Sánchez le ha impuesto al gobierno. No quiere dar un paso en falso y no avanzará nada mientras no consiga transferir a la derecha la responsabilidad de haber formado gobierno con los desleales y rebeldes que odian a España. Es como si Sánchez supiera que gobernar con el apoyo de Unidas Podemos, de Ezquerra Republicana y Bildu fuera un suicidio y quiere que la derecha le acompañe en su camino hacia la muerte política. Pero España no puede esperar y necesita con urgencia recuperar la perspectiva de futuro. Sería insensato, y arriesgado, prolongar la provisionalidad con nuevas elecciones, pero más arriesgado es permitir que los desleales y promotores del odio y la ruptura dominen los destinos de España.
En nuestro entorno europeo muchos pueblos han reaccionado ante la pandemia uniéndose en un frente común contra la crisis para ganar fortaleza. Polonia y otros países del este europeo son el ejemplo a seguir porque son ahora más fuertes que antes del coronavirus. España, por el contrario, parece cada día mas enferma y peor gobernada, diluyéndose y llenándose de sombras.
Alguien debe advertirle a Sanchez que su política está asesinando a España, pero que el primer muerto será el PSOE, un partido que, bajo su liderazgo, no sólo se aleja de la Constitución, sino que se distancia también, de manera suicida, de la decencia, de la dignidad y del corazón de los españoles. Alguien debería advertirle también que la caldera de España no aguanta ya tanta presión y que un día, aunque parezca imposible, los españoles, hastiados de decadencia y torpeza estúpida, pueden lanzarse a las calles, como ya lo hicieron el 2 de mayo de 1808, para luchar desesperadamente por su patria.
Francisco Rubiales
El turismo se hunde, las empresas cierran o huyen de España, los autónomos, que son el pulmón de España, agonizan sin que el gobierno los socorra, la venta de viviendas retrocede también en el último trimestre y todo es consecuencia del mal gobierno, la inseguridad y la incertidumbre que lo dominan todo. La gente, ante la oscuridad reinante, se retrae, esconde su dinero debajo del colchón y paraliza el gasto. Como consecuencia, el horizonte se torna oscuro, crece el desánimo y la economía retrocede. Y el país acumula decepción y tristeza.
Nadie sabe que pasará con España, si la Monarquía resistirá, si la Tercera República empezará a instaurarse, si el PSOE seguirá alejándose de la Constitución, si los nacionalistas se harán más fuertes o si, finalmente, Cataluña doblegará al frágil Pedro Sánchez y obtendrá su independencia.
En la España actual, dominada "provisionalmente" por las izquierdas, nadie está seguro de nada y hasta hay quien dice que el gobierno "provisional" de Sánchez puede hacerse crónico y durar décadas.
Esa incertidumbre brutal es letal para cualquier nación, que no puede resistir mucho tiempo viva sin ilusiones, metas comunes ni esperanza. Todo se muere bajo la falta de certezas y la abundancia de miedo y tristeza.
Como consecuencia de la brutal incertidumbre, el dinero huye, las empresas no invierten y el pueblo se aprieta el cinturón, lo que se traduce en retroceso, parálisis y un imperio del miedo que huele cadáver y que representa siempre el fin de los imperios y de los pueblos.
Los ciudadanos se sienten marginados, pero no reaccionan. Nadie se alza contra la provisionalidad, el retroceso, el peligro y la debilidad creciente de España como nación. El número de los que odian a Pedro Sánchez y la intensidad del odio crecen, pero nadie se rebela para frenar la caída y los socialistas, incomprensiblemente, siguen resistiendo en las encuestas y ganando elecciones.
España tiene demasiada urgencias para mantener el ritmo cansino y decepcionante que Sánchez le ha impuesto al gobierno. No quiere dar un paso en falso y no avanzará nada mientras no consiga transferir a la derecha la responsabilidad de haber formado gobierno con los desleales y rebeldes que odian a España. Es como si Sánchez supiera que gobernar con el apoyo de Unidas Podemos, de Ezquerra Republicana y Bildu fuera un suicidio y quiere que la derecha le acompañe en su camino hacia la muerte política. Pero España no puede esperar y necesita con urgencia recuperar la perspectiva de futuro. Sería insensato, y arriesgado, prolongar la provisionalidad con nuevas elecciones, pero más arriesgado es permitir que los desleales y promotores del odio y la ruptura dominen los destinos de España.
En nuestro entorno europeo muchos pueblos han reaccionado ante la pandemia uniéndose en un frente común contra la crisis para ganar fortaleza. Polonia y otros países del este europeo son el ejemplo a seguir porque son ahora más fuertes que antes del coronavirus. España, por el contrario, parece cada día mas enferma y peor gobernada, diluyéndose y llenándose de sombras.
Alguien debe advertirle a Sanchez que su política está asesinando a España, pero que el primer muerto será el PSOE, un partido que, bajo su liderazgo, no sólo se aleja de la Constitución, sino que se distancia también, de manera suicida, de la decencia, de la dignidad y del corazón de los españoles. Alguien debería advertirle también que la caldera de España no aguanta ya tanta presión y que un día, aunque parezca imposible, los españoles, hastiados de decadencia y torpeza estúpida, pueden lanzarse a las calles, como ya lo hicieron el 2 de mayo de 1808, para luchar desesperadamente por su patria.
Francisco Rubiales