La jornada de huelga general del 14 de noviembre fue una demostración palpable de que los sindicatos, al igual que los grandes partidos políticos, concitan el rechazo y el desprecio de los ciudadanos. La escasa participación en la huelga de una ciudadanía cabreada y deseosa de protestar ante el gobierno por sus injusticias, arbitrariedades y traiciones a lo prometido solo tiene una explicación: la presencia de los sindicatos al frente de la protesta disuadió a cientos de miles de españoles, que prefirieron quedarse en sus casas antes que prestar su apoyo a la mugrienta casta sindicalista, tan corrompida como los partidos, compañera de viaje de los políticos en la destrucción de la economía, en tiempos de Zapatero, y copartícipe activo en el festín del abuso y del saqueo de las cajas de ahorros, en cuyos consejos estaban (y siguen estando) los sindicalistas, cobrando y guardando un silencio lleno de ignominia y oprobio.
Las encuestas del CIS no preguntan a los ciudadanos qué piensan de los sindicatos, quizás porque si lo hicieran los resultados serían desestabilizadores y sobrecogedores. La única duda es si los sindicatos están por delante o por detrás de los denostados y despreciados partidos políticos, considerados por los ciudadanos como el tercer mayor problema del país.
Muchos ciudadanos estamos seguros de que si Rajoy hubiera aumentado las subvenciones a los sindicatos en vísperas de la huelga general, ésta habría quedado automáticamente desconvocada, pues no hay grandeza ni ideología alguna que sustente la política sindical, salvo su propio provecho y beneficio, exactamente igual que ocurre con los partidos políticos, tan deteriorados que ya son incapaces de anteponer el bien común y el interés general a sus propios intereses bastardos.
Conviene recordar que los sindicatos tienen en democracia un papel claro y nítido: defender los intereses de los trabajadores y elevar sus deseos ante el poder político, un fin que ha sido traicionado porque los sindicatos han abandonado a sus representados y se han incorporado al poder, especialmente cuando gobiernan los partidos de izquierda, participando con ellos en la gestión de gobierno y cobrando por esa alianza una sustanciosa factura en dinero contante, privilegios y presencia neta en las instituciones del poder.
Los dos grandes sindicatos españoles son multimillonarias organizaciones con miles de inmuebles de su propiedad, decenas de miles de trabajadores empleados, con legiones de "liberados" cuyos sueldos pagan las empresas obligatoriamente, y con presencia en miles de instituciones y empresas públicas, donde cobran sueldos desproporcionados, co-gobiernan y toman decisiones que no les corresponden.
Durante el vergonzoso gobierno de Zapatero, cuando la prosperidad y la unidad de España fueron dinamitadas por un gobernante obtuso, inepto y dañino, los sindicatos guardaron un silencio cómplice que los ciudadanos no olvidan y que hoy están pagando con toneladas de repudio social y desprecio cívico de una población que no los quiere ni valora.
A los sindicatos, si no quieren perecer, sólo les queda un camino: destituir a todos los dirigentes corruptos y cómplices que participaron en el saqueo y demolición de España, redefinir sus objetivos y fines, recuperando su lugar equidistante entre los trabajadores y el poder, anteponer el interés general a sus propios intereses, renunciar a la financiación pública que disfrutan, abandonar la corrupción y pedir perdón públicamente por sus abusos, arbitrariedades y traiciones.
Si no lo hacen, no tendrán espacio alguno en la España regenerada, justa y decente que cada día más ciudadanos estamos intentando construir.
Las encuestas del CIS no preguntan a los ciudadanos qué piensan de los sindicatos, quizás porque si lo hicieran los resultados serían desestabilizadores y sobrecogedores. La única duda es si los sindicatos están por delante o por detrás de los denostados y despreciados partidos políticos, considerados por los ciudadanos como el tercer mayor problema del país.
Muchos ciudadanos estamos seguros de que si Rajoy hubiera aumentado las subvenciones a los sindicatos en vísperas de la huelga general, ésta habría quedado automáticamente desconvocada, pues no hay grandeza ni ideología alguna que sustente la política sindical, salvo su propio provecho y beneficio, exactamente igual que ocurre con los partidos políticos, tan deteriorados que ya son incapaces de anteponer el bien común y el interés general a sus propios intereses bastardos.
Conviene recordar que los sindicatos tienen en democracia un papel claro y nítido: defender los intereses de los trabajadores y elevar sus deseos ante el poder político, un fin que ha sido traicionado porque los sindicatos han abandonado a sus representados y se han incorporado al poder, especialmente cuando gobiernan los partidos de izquierda, participando con ellos en la gestión de gobierno y cobrando por esa alianza una sustanciosa factura en dinero contante, privilegios y presencia neta en las instituciones del poder.
Los dos grandes sindicatos españoles son multimillonarias organizaciones con miles de inmuebles de su propiedad, decenas de miles de trabajadores empleados, con legiones de "liberados" cuyos sueldos pagan las empresas obligatoriamente, y con presencia en miles de instituciones y empresas públicas, donde cobran sueldos desproporcionados, co-gobiernan y toman decisiones que no les corresponden.
Durante el vergonzoso gobierno de Zapatero, cuando la prosperidad y la unidad de España fueron dinamitadas por un gobernante obtuso, inepto y dañino, los sindicatos guardaron un silencio cómplice que los ciudadanos no olvidan y que hoy están pagando con toneladas de repudio social y desprecio cívico de una población que no los quiere ni valora.
A los sindicatos, si no quieren perecer, sólo les queda un camino: destituir a todos los dirigentes corruptos y cómplices que participaron en el saqueo y demolición de España, redefinir sus objetivos y fines, recuperando su lugar equidistante entre los trabajadores y el poder, anteponer el interés general a sus propios intereses, renunciar a la financiación pública que disfrutan, abandonar la corrupción y pedir perdón públicamente por sus abusos, arbitrariedades y traiciones.
Si no lo hacen, no tendrán espacio alguno en la España regenerada, justa y decente que cada día más ciudadanos estamos intentando construir.