El pueblo ya ha dictado su sentencia de muerte sobre la actual clase política mundial y los condenados lo saben, hasta el punto de que la única forma de entender la política actual es como una lucha desesperada de los políticos desahuciados por mantenerse en el poder.
Los ciudadanos no están dispuestos a soportar por mas tiempo a sátrapas inútiles y cargados de privilegios en el poder. Cuando el planeta nadaba en prosperidad, los ciudadanos soportaban a las castas del poder, quizás porque había prosperidad para todos, pero ahora, cuando la crisis impera y la miseria avanza en todos los frentes, los ciudadanos han dicho "basta".
Cada día son más gruesas y compactas las filas del ejército de los rebeldes que no quieren un mundo como el que nos han construido los poderosos, marcado por la desigualdad, el hambre, la muerte de los pobres, el desamparo y de los humildes, la acumulación de poder por parte de las élites, la marginación de las grandes mayorías y el monopolio de las decisiones descansando sobre un grupo de sátrapas que, para colmo de males, han demostrado ser ineptos, corruptos, torpes y, muchas veces, también malvados.
El ejército rebelde no para de aumentar desde el fin de la II Guerra Mundial, cuando los poderosos empezaron a acaparar poder en todo el mundo y utilizaron el miedo a al peligro nuclear y a la hecatombe mundial para acaparar poder y privilegios. Para mantener la disciplina, muchos poderosos se transformaron en asesinos implacables y asesinaron a más de cien millones de ciudadanos, casi todos víctimas civiles de canallas asesinos en serie como Mao Tse tung, Stalin, Hitler, Pol Pot y otros muchos, algunos de ellos encuadrados en el bando occidental, teóricamente demócrata.
Al caer el Muro de Berlín como resultado de la resistencia y el sabotaje de los pueblos sometidos del bloque soviético, una lucha tan silenciosa como implacable, los dirigentes políticos mundiales sintieron miedo y comprendieron que tenían que agudizar el ingenio para mantener sus privilegios y sobrevivir. Desde entonces no han parado de inventar y esgrimir miedos: al terrorismo, a los desastres naturales, a las epidemias, al cambio climático, a la contaminación global y a la crisis y colapso de la economía.
Pero el pueblo, cada vez más convencido y guiado por una vanguardia intelectual y activista cada día más fuerte, ya ha dictado su sentencia y está procediendo a acorralar a los políticos con múltiples tácticas, estrategias y métodos. En algunos casos, la resistencia se manifiesta con el fraude fiscal; en otros con el sabotaje, la protesta y el activismo de las ideas; en otros escenarios, los pueblos castigan a sus gobernante en las urnas y votan contra lo que les piden los políticos; muchas veces, millones de ciudadanos propagan informaciones y criterios que minan el prestigio y la fama de los políticos, a los que cada día odian más. Finalmente, el recurso de la violencia ha entrado en la escena y las revueltas populares han conseguido cambiar gobiernos, aunque hayan tenido que pagar una dolorosa cuota de sangre.
El papel de los medios de comunicación es crucial en esta batalla. Por desgracia, el bando rebelde está en clara desventaja mediática. Casi todos los grandes medios están al servicio de los poderosos y en contra de los ciudadanos rebeldes, a los que confunden, mienten, ocultan información y distraen con miles de historias que pretenden hacer creer que el mundo es y tiene que seguir siendo una cloaca, cercenando toda crítica veraz, toda esperanza de cambio, cuidando como perros el injusto y caducado poder de sus amos. Christian Salmon bautizo como "Estrategia de Sherezade" ese sucio comportamiento mediático, consistente en contar historias initerrumpidamente para confundir y castrar a los luchadores de la libertad y del auténtico progreso.
Hace mucho tiempo el pueblo está demostrando que quiere políticos y dirigentes diferentes. La elección de Obama fue posible porque supo proyectar en su campaña la imagen de un político diferente, más honrado, sincero y virtuoso. Hace años que sostengo la tesis de que la Tercera Guerra mundial la están librando los pueblos contra sus gobernantes. Hoy estamos en plena batalla entre ciudadanos y gobernantes. En Europa han caído algunos ineptos, como el portugués Sócrates y el griego Papandreu, éste último maestro de la mentira y de la trampa, mientras que otros político de baja estofa están a punto de caer, como el español Zapatero y el italiano Berlusconi. Curiosamente, en la mayoría de los casos son sustituidos no por otros políticos de distinto signo, sino por tecnócratas, gente diferente y ajena a la casta que ya ha sido condenada por el pueblo.
En esta Tercera Gran Guerra, la división no es ya entre bloques de países, ni entre ideologías de derechas y de izquierdas, sino simplemente entre explotadores y explotados, entre gente que manda mal y gente que no quiere obedecerles, entre ineptos que construyen un mundo de esclavos y ciudadanos que están dispuestos a luchar hasta el fin para abolir esa esclavitud y enviar a sus promotores a las cárceles.
La única manera de entender lo que está ocurriendo en el planeta es contemplándolo como una lucha entre la utopía y la opresión, entre los que quieren que el mundo siga como está y los que quieren cambiarlo para mejorarlo.
Lógicamente, en esta batalla, hay que estar en el bando rebelde porque en el bando de los canallas únicamente pueden estar las élites de la opresión, los predicadores del engaño, los que luchan por la desigualdad, aquellos que acumulan capital y poder sin límites, sus esclavos fanatizados y los muchos que obtienen beneficios concretos de ese mundo injusto y desigual, en el que, a cambio de servir a los amos, obtienen dosis, casi siempre pequeñas, de riqueza y poder.
La confianza es la clave de la política y el pueblo la ha perdido en sus dirigentes, lo que abre las puertas al caos y al colapso del sistema. Hay una sentencia de Maquiavelo que lo aclara todo: "cuando el pueblo ya no confíe en nadie, habiendo sido engañado en el pasado por las cosas o los hombres, acaece necesariamente la ruina".
Los ciudadanos no están dispuestos a soportar por mas tiempo a sátrapas inútiles y cargados de privilegios en el poder. Cuando el planeta nadaba en prosperidad, los ciudadanos soportaban a las castas del poder, quizás porque había prosperidad para todos, pero ahora, cuando la crisis impera y la miseria avanza en todos los frentes, los ciudadanos han dicho "basta".
Cada día son más gruesas y compactas las filas del ejército de los rebeldes que no quieren un mundo como el que nos han construido los poderosos, marcado por la desigualdad, el hambre, la muerte de los pobres, el desamparo y de los humildes, la acumulación de poder por parte de las élites, la marginación de las grandes mayorías y el monopolio de las decisiones descansando sobre un grupo de sátrapas que, para colmo de males, han demostrado ser ineptos, corruptos, torpes y, muchas veces, también malvados.
El ejército rebelde no para de aumentar desde el fin de la II Guerra Mundial, cuando los poderosos empezaron a acaparar poder en todo el mundo y utilizaron el miedo a al peligro nuclear y a la hecatombe mundial para acaparar poder y privilegios. Para mantener la disciplina, muchos poderosos se transformaron en asesinos implacables y asesinaron a más de cien millones de ciudadanos, casi todos víctimas civiles de canallas asesinos en serie como Mao Tse tung, Stalin, Hitler, Pol Pot y otros muchos, algunos de ellos encuadrados en el bando occidental, teóricamente demócrata.
Al caer el Muro de Berlín como resultado de la resistencia y el sabotaje de los pueblos sometidos del bloque soviético, una lucha tan silenciosa como implacable, los dirigentes políticos mundiales sintieron miedo y comprendieron que tenían que agudizar el ingenio para mantener sus privilegios y sobrevivir. Desde entonces no han parado de inventar y esgrimir miedos: al terrorismo, a los desastres naturales, a las epidemias, al cambio climático, a la contaminación global y a la crisis y colapso de la economía.
Pero el pueblo, cada vez más convencido y guiado por una vanguardia intelectual y activista cada día más fuerte, ya ha dictado su sentencia y está procediendo a acorralar a los políticos con múltiples tácticas, estrategias y métodos. En algunos casos, la resistencia se manifiesta con el fraude fiscal; en otros con el sabotaje, la protesta y el activismo de las ideas; en otros escenarios, los pueblos castigan a sus gobernante en las urnas y votan contra lo que les piden los políticos; muchas veces, millones de ciudadanos propagan informaciones y criterios que minan el prestigio y la fama de los políticos, a los que cada día odian más. Finalmente, el recurso de la violencia ha entrado en la escena y las revueltas populares han conseguido cambiar gobiernos, aunque hayan tenido que pagar una dolorosa cuota de sangre.
El papel de los medios de comunicación es crucial en esta batalla. Por desgracia, el bando rebelde está en clara desventaja mediática. Casi todos los grandes medios están al servicio de los poderosos y en contra de los ciudadanos rebeldes, a los que confunden, mienten, ocultan información y distraen con miles de historias que pretenden hacer creer que el mundo es y tiene que seguir siendo una cloaca, cercenando toda crítica veraz, toda esperanza de cambio, cuidando como perros el injusto y caducado poder de sus amos. Christian Salmon bautizo como "Estrategia de Sherezade" ese sucio comportamiento mediático, consistente en contar historias initerrumpidamente para confundir y castrar a los luchadores de la libertad y del auténtico progreso.
Hace mucho tiempo el pueblo está demostrando que quiere políticos y dirigentes diferentes. La elección de Obama fue posible porque supo proyectar en su campaña la imagen de un político diferente, más honrado, sincero y virtuoso. Hace años que sostengo la tesis de que la Tercera Guerra mundial la están librando los pueblos contra sus gobernantes. Hoy estamos en plena batalla entre ciudadanos y gobernantes. En Europa han caído algunos ineptos, como el portugués Sócrates y el griego Papandreu, éste último maestro de la mentira y de la trampa, mientras que otros político de baja estofa están a punto de caer, como el español Zapatero y el italiano Berlusconi. Curiosamente, en la mayoría de los casos son sustituidos no por otros políticos de distinto signo, sino por tecnócratas, gente diferente y ajena a la casta que ya ha sido condenada por el pueblo.
En esta Tercera Gran Guerra, la división no es ya entre bloques de países, ni entre ideologías de derechas y de izquierdas, sino simplemente entre explotadores y explotados, entre gente que manda mal y gente que no quiere obedecerles, entre ineptos que construyen un mundo de esclavos y ciudadanos que están dispuestos a luchar hasta el fin para abolir esa esclavitud y enviar a sus promotores a las cárceles.
La única manera de entender lo que está ocurriendo en el planeta es contemplándolo como una lucha entre la utopía y la opresión, entre los que quieren que el mundo siga como está y los que quieren cambiarlo para mejorarlo.
Lógicamente, en esta batalla, hay que estar en el bando rebelde porque en el bando de los canallas únicamente pueden estar las élites de la opresión, los predicadores del engaño, los que luchan por la desigualdad, aquellos que acumulan capital y poder sin límites, sus esclavos fanatizados y los muchos que obtienen beneficios concretos de ese mundo injusto y desigual, en el que, a cambio de servir a los amos, obtienen dosis, casi siempre pequeñas, de riqueza y poder.
La confianza es la clave de la política y el pueblo la ha perdido en sus dirigentes, lo que abre las puertas al caos y al colapso del sistema. Hay una sentencia de Maquiavelo que lo aclara todo: "cuando el pueblo ya no confíe en nadie, habiendo sido engañado en el pasado por las cosas o los hombres, acaece necesariamente la ruina".