Uno de los mayores problemas de la democracia degradada no es tanto la servidumbre de los políticos, sino que esos políticos, acostumbrados a ser esclavos dentro de sus partidos, difícilmente son capaces de garantizar y gestionar, desde el sometimiento, las libertades y derechos ciudadanos, como establece la democracia.
¿Cómo y por qué se llega en España a esa situación de políticos siervos? La explicación es sencilla y, a la vez, trágica: al reinstaurarse la democracia, tras la muerte de Franco, la escasa experiencia democrática de España y la reducida cifra de militantes (de las más bajas de Europa) generaron una intensa escasez de cuadros preparados para ejercer cargos públicos. Tales responsabilidades políticas fueron asumidas por militantes de escasa formación que, una vez aupados a esos cargos, renunciaron a mirar atrás y a recuperar sus antiguas profesiones (si las tenían).
Se convirtieron entonces en políticos "profesionales" que viven de la política, dispuestos a todo con tal de permanecer en los cargos públicos. Se acostumbraron a pasar de un cargo a otro con tal de no bajarse nunca del coche oficial. No tener una secretaria o un teléfono pagados con fondos públicos se convirtió en una "tragedia" que había que evitar, aunque a cambio tuvieran que integrarse en una cadena indigna de fidelidades personales y de clientelismo profundamente antidemocrático.
Esas cadenas de falsas lealtades y de fidelidades que, en realidad, camuflan el sometimiento esclavo al partido y a las elites políticas, funcionan de manera implacable y proporcionan sueldos altos, privilegios y lujos a cambio de sometimiento incondicional. La política española, de hecho, impide a los políticos la expresión del pensamiento libre y hasta gestionar lo público con criterios propios. En la práctica, los políticos españoles son más siervos que los ciudadanos en general.
Pero donde el fenómeno de los políticos siervos supera la paradoja y el esperpento es cuando desempeñan la representación de los ciudadanos. El sistema no admite que los ciudadanos sean representados libremente porque convierte a cualquier político en un representante exclusivo de su partido y de las elites que dominan esos partidos. En realidad, los ciudadanos no están representados por los políticos que votan, sino por los partidos, lo que constituye una aberración del sistema y una sustitución de la democracia por una "oligocracia" de partidos.
Los diputados y senadores, por ejemplo, no sólo no pueden defender los intereses de sus representados como les dicten la conciencia y la razón, ni expresar libremente lo que piensan sin obtener antes el permiso de los jefes de sus respectivos grupos políticos, sino que tampoco pueden votar como les dicta la conciencia. Si algún día lo hacen y lo que dicen o votan no coincide con lo que dictan las elites partidistas, sus carreras políticas quedan fulminantemente abortadas.
Y antes que perder el lujo, los privilegios y los altos sueldos, antes que tener que regresar a las antiguas profesiones, como cualquier otro ciudadano, hacen cualquier cosa por mantenerse en la cúspide, incluso aceptar la esclavitud política como un mal inevitable.
El problema de los políticos "siervos" de la democracia española afecta al sistema y a los ciudadanos y plantea preguntas terribles como la siguiente: ¿Es posible gestionar la democracia cuando se forma parte de una estructura tan antidemocrática como un partido político, que no practica la democracia interna, que reprime la libertad de expresión y que se rige por estructuras normas que fomentan el verticalismo, el autoritarismo y el sometimiento a las elites?
Es así como la democracia española genera políticos profesionales, macerados en la servidumbre y escasamente preprados para respetar y defender esas libertades y derechos ajenos que, aunque ellos no las disfrutan, son consustanciales a la democracia.
¿Cómo y por qué se llega en España a esa situación de políticos siervos? La explicación es sencilla y, a la vez, trágica: al reinstaurarse la democracia, tras la muerte de Franco, la escasa experiencia democrática de España y la reducida cifra de militantes (de las más bajas de Europa) generaron una intensa escasez de cuadros preparados para ejercer cargos públicos. Tales responsabilidades políticas fueron asumidas por militantes de escasa formación que, una vez aupados a esos cargos, renunciaron a mirar atrás y a recuperar sus antiguas profesiones (si las tenían).
Se convirtieron entonces en políticos "profesionales" que viven de la política, dispuestos a todo con tal de permanecer en los cargos públicos. Se acostumbraron a pasar de un cargo a otro con tal de no bajarse nunca del coche oficial. No tener una secretaria o un teléfono pagados con fondos públicos se convirtió en una "tragedia" que había que evitar, aunque a cambio tuvieran que integrarse en una cadena indigna de fidelidades personales y de clientelismo profundamente antidemocrático.
Esas cadenas de falsas lealtades y de fidelidades que, en realidad, camuflan el sometimiento esclavo al partido y a las elites políticas, funcionan de manera implacable y proporcionan sueldos altos, privilegios y lujos a cambio de sometimiento incondicional. La política española, de hecho, impide a los políticos la expresión del pensamiento libre y hasta gestionar lo público con criterios propios. En la práctica, los políticos españoles son más siervos que los ciudadanos en general.
Pero donde el fenómeno de los políticos siervos supera la paradoja y el esperpento es cuando desempeñan la representación de los ciudadanos. El sistema no admite que los ciudadanos sean representados libremente porque convierte a cualquier político en un representante exclusivo de su partido y de las elites que dominan esos partidos. En realidad, los ciudadanos no están representados por los políticos que votan, sino por los partidos, lo que constituye una aberración del sistema y una sustitución de la democracia por una "oligocracia" de partidos.
Los diputados y senadores, por ejemplo, no sólo no pueden defender los intereses de sus representados como les dicten la conciencia y la razón, ni expresar libremente lo que piensan sin obtener antes el permiso de los jefes de sus respectivos grupos políticos, sino que tampoco pueden votar como les dicta la conciencia. Si algún día lo hacen y lo que dicen o votan no coincide con lo que dictan las elites partidistas, sus carreras políticas quedan fulminantemente abortadas.
Y antes que perder el lujo, los privilegios y los altos sueldos, antes que tener que regresar a las antiguas profesiones, como cualquier otro ciudadano, hacen cualquier cosa por mantenerse en la cúspide, incluso aceptar la esclavitud política como un mal inevitable.
El problema de los políticos "siervos" de la democracia española afecta al sistema y a los ciudadanos y plantea preguntas terribles como la siguiente: ¿Es posible gestionar la democracia cuando se forma parte de una estructura tan antidemocrática como un partido político, que no practica la democracia interna, que reprime la libertad de expresión y que se rige por estructuras normas que fomentan el verticalismo, el autoritarismo y el sometimiento a las elites?
Es así como la democracia española genera políticos profesionales, macerados en la servidumbre y escasamente preprados para respetar y defender esas libertades y derechos ajenos que, aunque ellos no las disfrutan, son consustanciales a la democracia.