Los ciudadanos españoles demócratas, honrados y lúcidos percibíamos el hedor de la política española desde hace años, pero los políticos no porque se lo impedía la arrogancia y hasta parecían sentirse a gusto en la pocilga.
Han tenido que ocurrir dos importantes acontecimientos para que los políticos empiecen a oler sus propios pedos: por un lado los abucheos e insultos frecuentes de la ciudadanía a Zapatero y a otros miembros del gobierno, un compartimiento que amenaza con encanallar todavía más la política española, y por otro lado la reprimenda lanzada por el presidente del Congreso, Manuel Marin, un político de talla que Zapatero ha convertido en cadáver, quien pidió que se recuperara el espíritu del consenso y advirtió que España no debería soportar otra legislatura como la actual, tan dura y tan ruda.
Aunque sin llegar a los niveles de suciedad actual, los últimos cuatro años del mandato de Aznar estuvieron ya marcados por la arrogancia y por el encanallamiento de la política, con episodios tan destacados como vincularse a la guerra contra la opinión de la mayoría, las campaña del "Prestige" y el "No a la Guerra" y el acoso orquestado al PP y a sus sedes, entre el 11 y el 14 de marzo de 2004.
La arrogancia y la degeneración de la democracia han sido las dos patologías que han impedido hasta ahora que los políticos perciban el hedor putrefacto que ellos mismos generan al degradar la política española. Enrocados en los privilegios y el disfrute de un poder que es ilícito en democracia, porque funciona al margen del ciudadano soberano, y rodeados de aduladores, pelotas y seguidores "hooligans" que reaccionan como perros de presa, perdonando siempre las miserias del amo y atacando como fieras al adversario, los políticos españoles se han convertido en tristes y peligrosos remedos de lo que debieran ser los timoneles de una democracia avanzada.
Como consecuencia de su comportamiento elitista, arrogante e ineficiente, están cosechando desprecio popular, rebeldía cívica, desprestigio, insultos y otras secuelas del encanallamiento de una política que ya no se dirige al ciudadano sino a las cámaras de televisión.
Cada partido ha acosado y demonizado al adversario para hundirlo; el gobierno ha querido cerrar el camino de la oposición hacia el poder y, para lograrlo, ha caído en el más sucio de los vicios en democracia, renunciar a la ideología para sellar alianzas con gente peligrosa y pendenciera, como los nacionalistas extremos que dominan Cataluña y el País Vasco.
Han gobernado de espaldas al pueblo y únicamente para la mitad del electorado, que es el que les vota, olvidando que la democracia no es sólo el dominio de las mayorías sino el respeto a las minorías. No han tenido en cuenta que el ciudadano es el soberano del sistema y lo han expulsado de la politica, que ejercen como injusto monopolio.
Atiborrados de poder y de ambición, los partidos políticos han profanado la democracia e invadido todo lo invadible, incluyendo los tres poderes básicos del Estado (Ejecutivo, Judicial y Legislativo), penetrando en espacios que les estaban vetados, como la sociedad civil, a la que han sojuzgado y colocado en estado de coma. Han acabado con la independencia y el espíritu crítico de mayoría de los medios de comunicación y lo dominan todo, desde las universidades a los sindicatos y la patronal, sin olvidar a miles de instituciones, empresas, fundaciones, asociaciones y ONGs, todas sometidas por la vía de las subvenciones, los contratos y las concesiones. Con el dinero abundante que cobran de los impuestos, agasajan a los amigos y hunden a los que no se someten; compran voluntades y lealtades y reclutan a legiones de servidores para que su poder siga creciendo siempre, integradas por asesores, periodistas, intelectuales, empresarios, guardaespaldas, secretarias, servicios de inteligencia, tecnólogos...
Todavía no es tarde para que la política española retroceda, entone el "mea culpa", se reforme y deje el espacio libre para que la sociedad pueda expandir su libertad y ser más creativa, innovadora, próspera y decente.
Aunque el presidente del gobierno parece que medita y hace propósitos de enmienda, nosotros tenemos dudas razonables y sospechas insuperables, basadas en el sentido común, según las cuales la misma clase política que ha degenerado la democracia española no tendrá jamás la capacidad necesaria para regenerarla.
Por desgracia, la política española, para regenerarse, necesita cambios demasiado drásticos para que los impulsen la misma gente que ha abierto las puertas al deterioro del sistema, a la corrupción, a la arrogancia y a la ineficiencia del poder.
Han tenido que ocurrir dos importantes acontecimientos para que los políticos empiecen a oler sus propios pedos: por un lado los abucheos e insultos frecuentes de la ciudadanía a Zapatero y a otros miembros del gobierno, un compartimiento que amenaza con encanallar todavía más la política española, y por otro lado la reprimenda lanzada por el presidente del Congreso, Manuel Marin, un político de talla que Zapatero ha convertido en cadáver, quien pidió que se recuperara el espíritu del consenso y advirtió que España no debería soportar otra legislatura como la actual, tan dura y tan ruda.
Aunque sin llegar a los niveles de suciedad actual, los últimos cuatro años del mandato de Aznar estuvieron ya marcados por la arrogancia y por el encanallamiento de la política, con episodios tan destacados como vincularse a la guerra contra la opinión de la mayoría, las campaña del "Prestige" y el "No a la Guerra" y el acoso orquestado al PP y a sus sedes, entre el 11 y el 14 de marzo de 2004.
La arrogancia y la degeneración de la democracia han sido las dos patologías que han impedido hasta ahora que los políticos perciban el hedor putrefacto que ellos mismos generan al degradar la política española. Enrocados en los privilegios y el disfrute de un poder que es ilícito en democracia, porque funciona al margen del ciudadano soberano, y rodeados de aduladores, pelotas y seguidores "hooligans" que reaccionan como perros de presa, perdonando siempre las miserias del amo y atacando como fieras al adversario, los políticos españoles se han convertido en tristes y peligrosos remedos de lo que debieran ser los timoneles de una democracia avanzada.
Como consecuencia de su comportamiento elitista, arrogante e ineficiente, están cosechando desprecio popular, rebeldía cívica, desprestigio, insultos y otras secuelas del encanallamiento de una política que ya no se dirige al ciudadano sino a las cámaras de televisión.
Cada partido ha acosado y demonizado al adversario para hundirlo; el gobierno ha querido cerrar el camino de la oposición hacia el poder y, para lograrlo, ha caído en el más sucio de los vicios en democracia, renunciar a la ideología para sellar alianzas con gente peligrosa y pendenciera, como los nacionalistas extremos que dominan Cataluña y el País Vasco.
Han gobernado de espaldas al pueblo y únicamente para la mitad del electorado, que es el que les vota, olvidando que la democracia no es sólo el dominio de las mayorías sino el respeto a las minorías. No han tenido en cuenta que el ciudadano es el soberano del sistema y lo han expulsado de la politica, que ejercen como injusto monopolio.
Atiborrados de poder y de ambición, los partidos políticos han profanado la democracia e invadido todo lo invadible, incluyendo los tres poderes básicos del Estado (Ejecutivo, Judicial y Legislativo), penetrando en espacios que les estaban vetados, como la sociedad civil, a la que han sojuzgado y colocado en estado de coma. Han acabado con la independencia y el espíritu crítico de mayoría de los medios de comunicación y lo dominan todo, desde las universidades a los sindicatos y la patronal, sin olvidar a miles de instituciones, empresas, fundaciones, asociaciones y ONGs, todas sometidas por la vía de las subvenciones, los contratos y las concesiones. Con el dinero abundante que cobran de los impuestos, agasajan a los amigos y hunden a los que no se someten; compran voluntades y lealtades y reclutan a legiones de servidores para que su poder siga creciendo siempre, integradas por asesores, periodistas, intelectuales, empresarios, guardaespaldas, secretarias, servicios de inteligencia, tecnólogos...
Todavía no es tarde para que la política española retroceda, entone el "mea culpa", se reforme y deje el espacio libre para que la sociedad pueda expandir su libertad y ser más creativa, innovadora, próspera y decente.
Aunque el presidente del gobierno parece que medita y hace propósitos de enmienda, nosotros tenemos dudas razonables y sospechas insuperables, basadas en el sentido común, según las cuales la misma clase política que ha degenerado la democracia española no tendrá jamás la capacidad necesaria para regenerarla.
Por desgracia, la política española, para regenerarse, necesita cambios demasiado drásticos para que los impulsen la misma gente que ha abierto las puertas al deterioro del sistema, a la corrupción, a la arrogancia y a la ineficiencia del poder.