España ha cambiado menos de lo que aparenta. La estructura del poder sigue siendo vertical, injusta y corrompida, muy parecida a la del silo XIX. Hasta aquellos viejos caciques y señoritos que dominaban la España rural sobreviven, ahora encarnados en los politicos.
En el siglo XIX el cacique era un oligarca local cuyo poder procedía de sus propiedades rurales y de los servicios prestados a su partido. El cacique, al alcanzar poder provincial, regional o nacional, se convertía en el representante de su pueblo, comarca o región, donde defendía los intereses de su partido. Sus poder clientelar le hacía importante para su partido, que le protegía de la Justicia, le libraba de los impuestos y le otorgaba otros muchos poderes y privilegios. A cambio se les exigía que controlara los resultados electorales y que contribuyeran a las finanzas del partido.
En el siglo XXI el nuevo caciquismo es muy parecido, aunque más sutil y con poderes todavía mayores. El neocaciquismo demuestra que España sigue siendo tan corrupta y clientelar como en el siglo XIX, aunque mejor disfrazada de modernidad y democracia. Ese caciquismo es diseño de los actuales partidos políticos, de los que nace una clase política nauseabunda que alimenta ese nuevo caciquismo generador de esclavos y dependencias injustas y brutales. Es un producto genuino de la Partitocracia y consecuencia de la falsedad de la democracia española y del poder excesivo y descontrolado de los partidos políticos y sus dirigentes, que se apoderan del Estado, se adueñan de la sociedad civil y se infiltran en los poderes básicos, consiguiendo una aberrante y antidemocrática prevalencia del partido sobre el ciudadano y del privilegios sobre la Justicia. En la práctica, los caciques actuales, tanto en las zonas rurales como en las ciudades, controlan, total o parcialmente, la Justicia, los medios de comunicación, los presupuestos, los trabajos públicos, los sindicatos, las inspecciones de Hacienda, los votos y otros muchos poderes y recursos que la democracia exige que funcionen en libertad.
En los pueblos de Andalucía, Extremadura, León, las dos Castillas y Galicia puede apreciarse con toda nitidez que los políticos son los nuevos caciques, los que han sustituido en la España rural a los antiguos caciques de la derecha, dueños de las vidas de hombres y mujeres que en realidad eran sus súbditos. Los políticos son ahora los que dan trabajo, firman peonadas, promocionan y otorgan subvenciones, como antaño hacían los hacendados y grandes terratenientes. Los humildes y necesitados tienen ahora miedo de los políticos y, para agasajarlos, doblan la espalda y les entregan sus votos, que es lo único que les queda con cierto valor. El lugar que ocupaban en España los viejos caciques y señoritos es hoy ocupado, con poderes que se han incrementado, los políticos.
Son los que controlan los votos y los compran y los que ejercen dominio sobre los medios de comunicación locales, casi todos públicos o dependientes de subvenciones que el político-cacique controla.
En la ciudades, el caciquismo se ejerce de moda más sutil, aunque con idéntico poder. Los políticos controlan el dinero, los puestos de trabajo públicos, las influencias, las subvenciones, la publicidad pública, los contratos y muchos otros recursos y llaves que abren o cierran puertas a las empresas, a los negocios y al mismo ciudadano, que se siente obligado a prestar vasallaje a estos personajes, muchos de ellos dignos de prisión en lugar de ser figuras destacadas de la vida pública.
Estos "pájaros" han sido y son lo peor de España y la parte más dañina y nociva de la nación. Aunque parezca increíble, en los tiempos de las nuevas tecnologías, la globalización y el 5G, el poder de los caciques en España sigue siendo nocivo, escandaloso y repugnante.
Francisco Rubiales
En el siglo XIX el cacique era un oligarca local cuyo poder procedía de sus propiedades rurales y de los servicios prestados a su partido. El cacique, al alcanzar poder provincial, regional o nacional, se convertía en el representante de su pueblo, comarca o región, donde defendía los intereses de su partido. Sus poder clientelar le hacía importante para su partido, que le protegía de la Justicia, le libraba de los impuestos y le otorgaba otros muchos poderes y privilegios. A cambio se les exigía que controlara los resultados electorales y que contribuyeran a las finanzas del partido.
En el siglo XXI el nuevo caciquismo es muy parecido, aunque más sutil y con poderes todavía mayores. El neocaciquismo demuestra que España sigue siendo tan corrupta y clientelar como en el siglo XIX, aunque mejor disfrazada de modernidad y democracia. Ese caciquismo es diseño de los actuales partidos políticos, de los que nace una clase política nauseabunda que alimenta ese nuevo caciquismo generador de esclavos y dependencias injustas y brutales. Es un producto genuino de la Partitocracia y consecuencia de la falsedad de la democracia española y del poder excesivo y descontrolado de los partidos políticos y sus dirigentes, que se apoderan del Estado, se adueñan de la sociedad civil y se infiltran en los poderes básicos, consiguiendo una aberrante y antidemocrática prevalencia del partido sobre el ciudadano y del privilegios sobre la Justicia. En la práctica, los caciques actuales, tanto en las zonas rurales como en las ciudades, controlan, total o parcialmente, la Justicia, los medios de comunicación, los presupuestos, los trabajos públicos, los sindicatos, las inspecciones de Hacienda, los votos y otros muchos poderes y recursos que la democracia exige que funcionen en libertad.
En los pueblos de Andalucía, Extremadura, León, las dos Castillas y Galicia puede apreciarse con toda nitidez que los políticos son los nuevos caciques, los que han sustituido en la España rural a los antiguos caciques de la derecha, dueños de las vidas de hombres y mujeres que en realidad eran sus súbditos. Los políticos son ahora los que dan trabajo, firman peonadas, promocionan y otorgan subvenciones, como antaño hacían los hacendados y grandes terratenientes. Los humildes y necesitados tienen ahora miedo de los políticos y, para agasajarlos, doblan la espalda y les entregan sus votos, que es lo único que les queda con cierto valor. El lugar que ocupaban en España los viejos caciques y señoritos es hoy ocupado, con poderes que se han incrementado, los políticos.
Son los que controlan los votos y los compran y los que ejercen dominio sobre los medios de comunicación locales, casi todos públicos o dependientes de subvenciones que el político-cacique controla.
En la ciudades, el caciquismo se ejerce de moda más sutil, aunque con idéntico poder. Los políticos controlan el dinero, los puestos de trabajo públicos, las influencias, las subvenciones, la publicidad pública, los contratos y muchos otros recursos y llaves que abren o cierran puertas a las empresas, a los negocios y al mismo ciudadano, que se siente obligado a prestar vasallaje a estos personajes, muchos de ellos dignos de prisión en lugar de ser figuras destacadas de la vida pública.
Estos "pájaros" han sido y son lo peor de España y la parte más dañina y nociva de la nación. Aunque parezca increíble, en los tiempos de las nuevas tecnologías, la globalización y el 5G, el poder de los caciques en España sigue siendo nocivo, escandaloso y repugnante.
Francisco Rubiales