La crisis del coronavirus ha demostrado hasta la saciedad que los políticos españoles son un fracaso como dirigentes de su pueblo. Por su ineptitud y torpeza, no han sabido gestionar la lucha contra la pandemia y han provocado miles de muertes inútiles y daños terribles en la economía. Sin embargo, hablan y engañan con una perfección sublime.
Los efectos del fracaso de los políticos en la sociedad española y en el futuro de la nación son demoledores. Millones de españoles creen que la democracia en España, falsa e imperfecta, además de convertirse en una "aristocracia de oradores", es también refugio de privilegiados, cueva de tiranos, paraíso de corruptos y un ejército de inútiles bien pagados y con mucho más poder del que merecen.
No hacen política, pero discuten entre ellos hasta la locura y contagian a la sociedad de crispación, división y violencia. No cooperan, salvo a la hora de subir sueldos y agregar privilegios, ni aportan nada al bien común y son incapaces de pensar y legislar lo que conviene a la nación. Su mirada es corta y su vuelo bajo y torpe. Jamás se acercan a los padecimientos reales de los pueblos y nunca aportan las soluciones que el pueblo espera de ellos.
Todo lo que han tocado lo han estropeado o pervertido: la Constitución, la igualdad, la Justicia, la convivencia, el bien común, la unidad, la seguridad, la esperanza, el prestigio de la nación y la felicidad de sus ciudadanos han saltado por los aires cuando la clase política ha entrado en escena, hasta el punto de que la tarea más urgente hoy para España, más incluso que la recuperación económica y la erradicación de la corrupción, es recuperar la democracia y la política como ejercicio ético y de servicio a la comunidad. Hasta han conseguido incrementar salvajemente el independentismo y la ruptura, que hace tres décadas eran insignificantes.
Nuestros políticos únicamente saben administrar los conflictos, sin conseguir resolverlos. Su objetivo debería ser alcanzar la felicidad del pueblo, el bien común y la grandeza de la nación, pero solo entienden de la defensa de los propios intereses y privilegios.
La política española es cada día más un desfile de imbéciles arrogantes y pendencieros que le han perdido el respeto al pueblo y a las leyes y que ya no se ruborizan al exhibir en pública sus carencias y bajezas. Son tan desconocedores de la verdadera democracia como ególatras egoístas cuyos comportamientos y decisiones alcanzan a veces el nivel de patologías delictivas.
No es fácil entender como el pueblo, que en teoría es soberano y el dueño del sistema, paga a esos inútiles por estropear la nación, la convivencia y el futuro, además de dañar la prosperidad y sembrar el país de inquietud, desconfianza e infelicidad.
Tengo una anécdota personal que sorprende y sustenta la tesis de Hobbes de la "aristocracia de oradores": Cuando en los años 90 del pasado siglo fundé mi empresa de comunicación y relaciones públicas, en la que pretendía volcar mis conocimientos acumulados durante años como corresponsal extranjero en una docena de países y director de comunicación de la Expo 92, ofrecí a varios partidos políticos formación para sus cuadros en relaciones con los medios, tratamiento de la información, ética y pericia en las relaciones públicas y técnicas para la elaboración correcta de mensajes y ejercer con éxito la labor de portavoz. Yo creía que aquella oferta era atractiva, pero todos mis interlocutores, políticos y partidos, me decían lo mismo: "lo único que nos interesa es aprender a hablar en público". Adapté entonces la oferta, contraté a oradores hábiles y di algunos cursos de oratoria y de comportamiento ante los micrófonos y cámaras, que era lo único que los políticos deseaban. Pronto, frustrado, cerré aquella línea de negocio.
Cuando un político inicia su carrera, lo primero que le enseñan es a hablar en público y a embaucar con la oratoria a periodistas y ciudadanos, por ese orden. Todo lo demás, salvo el sometimiento al líder, que es el salvoconducto para prosperar en los partidos, es secundario.
Con ese bagaje superficial y desnutrido, sin practicar el verdadero debate y cocinados en partidos políticos que no practican la democracia interna y sólo buscan el poder y los privilegios, los políticos salen a ocupar cargos públicos siendo un auténtico peligro, sin otro objetivo que hacer carrera y acumular poder y dinero, sin que el servicio, la eficacia o los valores sean objetivos a tener en cuenta.
Regenerar la política es devolverle la grandeza que siempre tuvo como servicio al pueblo y al bien común, hoy lamentablemente relegados y hasta olvidados.
Todo lo que hoy contemplamos en España, desde el rechazo masivo a los gobernantes y la baja calidad de la democracia y del gobierno hasta la decadencia, el avance hacia la pobreza y el deterioro de los servicios y la convivencia, es fruto de la inutilidad y el fracaso de la clase política española, de la derecha y de la izquierda porque el hundimiento de los políticos españoles es un mal general que trasciende los colores y las ideologías.
España se enfrenta a un futuro cargado de incógnitas y amenazas que hasta puede acabar con la nación, pero nuestros políticos sólo piensan en ganar elecciones, acumular poder y adoptar medidas que les proporcionen votos, cueste lo que cueste, mientras la nación se hunde y está a punto de ser intervenida porque se encuentra al borde de la ruina y el fracaso. Nunca tantos imbéciles desalmados hicieran tanto daño a tantas personas.
Francisco Rubiales
Los efectos del fracaso de los políticos en la sociedad española y en el futuro de la nación son demoledores. Millones de españoles creen que la democracia en España, falsa e imperfecta, además de convertirse en una "aristocracia de oradores", es también refugio de privilegiados, cueva de tiranos, paraíso de corruptos y un ejército de inútiles bien pagados y con mucho más poder del que merecen.
No hacen política, pero discuten entre ellos hasta la locura y contagian a la sociedad de crispación, división y violencia. No cooperan, salvo a la hora de subir sueldos y agregar privilegios, ni aportan nada al bien común y son incapaces de pensar y legislar lo que conviene a la nación. Su mirada es corta y su vuelo bajo y torpe. Jamás se acercan a los padecimientos reales de los pueblos y nunca aportan las soluciones que el pueblo espera de ellos.
Todo lo que han tocado lo han estropeado o pervertido: la Constitución, la igualdad, la Justicia, la convivencia, el bien común, la unidad, la seguridad, la esperanza, el prestigio de la nación y la felicidad de sus ciudadanos han saltado por los aires cuando la clase política ha entrado en escena, hasta el punto de que la tarea más urgente hoy para España, más incluso que la recuperación económica y la erradicación de la corrupción, es recuperar la democracia y la política como ejercicio ético y de servicio a la comunidad. Hasta han conseguido incrementar salvajemente el independentismo y la ruptura, que hace tres décadas eran insignificantes.
Nuestros políticos únicamente saben administrar los conflictos, sin conseguir resolverlos. Su objetivo debería ser alcanzar la felicidad del pueblo, el bien común y la grandeza de la nación, pero solo entienden de la defensa de los propios intereses y privilegios.
La política española es cada día más un desfile de imbéciles arrogantes y pendencieros que le han perdido el respeto al pueblo y a las leyes y que ya no se ruborizan al exhibir en pública sus carencias y bajezas. Son tan desconocedores de la verdadera democracia como ególatras egoístas cuyos comportamientos y decisiones alcanzan a veces el nivel de patologías delictivas.
No es fácil entender como el pueblo, que en teoría es soberano y el dueño del sistema, paga a esos inútiles por estropear la nación, la convivencia y el futuro, además de dañar la prosperidad y sembrar el país de inquietud, desconfianza e infelicidad.
Tengo una anécdota personal que sorprende y sustenta la tesis de Hobbes de la "aristocracia de oradores": Cuando en los años 90 del pasado siglo fundé mi empresa de comunicación y relaciones públicas, en la que pretendía volcar mis conocimientos acumulados durante años como corresponsal extranjero en una docena de países y director de comunicación de la Expo 92, ofrecí a varios partidos políticos formación para sus cuadros en relaciones con los medios, tratamiento de la información, ética y pericia en las relaciones públicas y técnicas para la elaboración correcta de mensajes y ejercer con éxito la labor de portavoz. Yo creía que aquella oferta era atractiva, pero todos mis interlocutores, políticos y partidos, me decían lo mismo: "lo único que nos interesa es aprender a hablar en público". Adapté entonces la oferta, contraté a oradores hábiles y di algunos cursos de oratoria y de comportamiento ante los micrófonos y cámaras, que era lo único que los políticos deseaban. Pronto, frustrado, cerré aquella línea de negocio.
Cuando un político inicia su carrera, lo primero que le enseñan es a hablar en público y a embaucar con la oratoria a periodistas y ciudadanos, por ese orden. Todo lo demás, salvo el sometimiento al líder, que es el salvoconducto para prosperar en los partidos, es secundario.
Con ese bagaje superficial y desnutrido, sin practicar el verdadero debate y cocinados en partidos políticos que no practican la democracia interna y sólo buscan el poder y los privilegios, los políticos salen a ocupar cargos públicos siendo un auténtico peligro, sin otro objetivo que hacer carrera y acumular poder y dinero, sin que el servicio, la eficacia o los valores sean objetivos a tener en cuenta.
Regenerar la política es devolverle la grandeza que siempre tuvo como servicio al pueblo y al bien común, hoy lamentablemente relegados y hasta olvidados.
Todo lo que hoy contemplamos en España, desde el rechazo masivo a los gobernantes y la baja calidad de la democracia y del gobierno hasta la decadencia, el avance hacia la pobreza y el deterioro de los servicios y la convivencia, es fruto de la inutilidad y el fracaso de la clase política española, de la derecha y de la izquierda porque el hundimiento de los políticos españoles es un mal general que trasciende los colores y las ideologías.
España se enfrenta a un futuro cargado de incógnitas y amenazas que hasta puede acabar con la nación, pero nuestros políticos sólo piensan en ganar elecciones, acumular poder y adoptar medidas que les proporcionen votos, cueste lo que cueste, mientras la nación se hunde y está a punto de ser intervenida porque se encuentra al borde de la ruina y el fracaso. Nunca tantos imbéciles desalmados hicieran tanto daño a tantas personas.
Francisco Rubiales