Tras la devastadora guerra civil, España, arrasada por los dos bandos, supo reaccionar y, bajo una cultura del esfuerzo, alcanzar una prosperidad ni soñada por la mayoría de españoles. Después llegó la mal llamada "democracia" y con ella la actual plaga de politicastros corruptos e ineficientes, que acabó con todo aquel éxito.
Esa es la esencia de la verdad de España, cada día más visible, a pesar de las toneladas de mentiras, engaños y manipulaciones que vierten sobre ella los políticos, ayudados por sus aparatos de propaganda, medios de comunicación bajo control y periodistas sometidos.
Porque han sido los enterradores de la prosperidad y la decencia, por haber despilfarrado y prostituido la herencia recibida del pasado, una España que avanzaba con impetu y esfuerzo hacia el progreso y la riqueza, arrebatándole la unidad, la honradez, el espíritu de cooperación y la energía, los actuales políticos españoles deberían pedir perdón a los ciudadanos.
Pero no sólo no lo han hecho ni están dispuestos a hacerlo, sino que se atreven a pedirnos nuestro voto y nuestro apoyo para continuar con sus tareas de destrucción del España.
Todos, ya sean de derechas como de izquierdas, han gobernado sin rendir cuentas al ciudadano, que es el soberano en democracia, y sin ni siquiera consultarle. Han adoptado medidas que afectaron el futuro de la nación, sin ni isquiera preguntarnos si estábamos o no de acuerdo. Nos han endeudado hasta la locura, hipotecando el futuro de por lo menos tres generaciones, se han atiborrado de privilegios, han llenado el país de corrupción y nos han traicionado a todos transformando lo que debió ser una demcoracia en una sucia oligocracia de partidos políticos sin controles ni frenos.
Nadie se atreve a hablar de ello, pero el balance de la mal llamada democracia española, que en realidad es una vulgar y despreciable dictadura de partidos y de políticos profesionales, es sobrecogedor, con retrocesos en la educación, el respeto, la disciplina, el esfuerzo, la decencia y casi todos los grandes valores que sirven para cohesionar y hacer grande a una sociedad.
La España que han creado nuestros políticos es ya una sociedad que vanza con paso firme hacia la pobreza, el fracaso, la injusticia y la tristeza, con más desempleados que nunca, más pobres, más jóvenes sin sitio en la sociedad, más miedo, menos confianza, más desprestigio del liderazgo y más rechazo a las clases dirigentes.
Entregar nuestro voto a esos artífices del fracaso y del retroceso es, por lo menos, una estupidez cargada de masoqiosmo, ya que se entrega uno de los principales recursos de la libertad y la ciudadanía a gente que seguirá atiborrandose de privilegios y ventajas, anteponiendo sus intereses y los de sus partidos políticos al bien común y vontruyendo el edificio de la desunión, la pobreza y el desarme moral de España.
El impulso de España se fortaleció tras la muerte de Franco, ante la ilusión de la democracia, y se proyectó hasta finales de los 80, cuando empezó a declinar, frenado y contaminado por la corrupción del gobierno de Felipe González. Aznar supo darle un nuevo impulso ante la perspectiva de un cambio y ante el nevo auge de la economía, pero ese impulso quedó frustrado cuando quedó demostrado que Aznar y el PP eran demasiado parecidos al peor socialismo. Con Zapatero, el antiguo impulso español se extinguió y el país dinamitó sus energía, su esperanza y su fe en el sistema y en el futuro, convirtiiéndose la sociedad española en frustrada y fracasada.
Los políticos se han apoderado de todo y, a través de sus medios de difusión y de propaganda, se esparcen la mentira y el engaño de que España progresa, cuando basta echar una mirada a los desahucios, a los comedores sociales y a los parques y plazas llenos de indigentes y a la tristeza y desesperanza que dominan la sociedad para descubrir el inmenso fracaso de una clase política española que lo tuvo todo a su disposición, desde apoyo popular a dinero abundante, y que despilfarró esos bienes, creando desde el poder una de las sociedades más sucias de Europa, campeona en desempleo, tráfico y consumo de drogas, blanqueo de dinero, endeudamiento, despilfarro, desprestigio de la clase política, destrucción del tejido productivo, avance de la pobreza, corrupción pública y un miserable sin fin de lacras y carencias que han dañado a toda la armadura de valores que las sociedades requieren para mantenerse firmes.
Esa es la esencia de la verdad de España, cada día más visible, a pesar de las toneladas de mentiras, engaños y manipulaciones que vierten sobre ella los políticos, ayudados por sus aparatos de propaganda, medios de comunicación bajo control y periodistas sometidos.
Porque han sido los enterradores de la prosperidad y la decencia, por haber despilfarrado y prostituido la herencia recibida del pasado, una España que avanzaba con impetu y esfuerzo hacia el progreso y la riqueza, arrebatándole la unidad, la honradez, el espíritu de cooperación y la energía, los actuales políticos españoles deberían pedir perdón a los ciudadanos.
Pero no sólo no lo han hecho ni están dispuestos a hacerlo, sino que se atreven a pedirnos nuestro voto y nuestro apoyo para continuar con sus tareas de destrucción del España.
Todos, ya sean de derechas como de izquierdas, han gobernado sin rendir cuentas al ciudadano, que es el soberano en democracia, y sin ni siquiera consultarle. Han adoptado medidas que afectaron el futuro de la nación, sin ni isquiera preguntarnos si estábamos o no de acuerdo. Nos han endeudado hasta la locura, hipotecando el futuro de por lo menos tres generaciones, se han atiborrado de privilegios, han llenado el país de corrupción y nos han traicionado a todos transformando lo que debió ser una demcoracia en una sucia oligocracia de partidos políticos sin controles ni frenos.
Nadie se atreve a hablar de ello, pero el balance de la mal llamada democracia española, que en realidad es una vulgar y despreciable dictadura de partidos y de políticos profesionales, es sobrecogedor, con retrocesos en la educación, el respeto, la disciplina, el esfuerzo, la decencia y casi todos los grandes valores que sirven para cohesionar y hacer grande a una sociedad.
La España que han creado nuestros políticos es ya una sociedad que vanza con paso firme hacia la pobreza, el fracaso, la injusticia y la tristeza, con más desempleados que nunca, más pobres, más jóvenes sin sitio en la sociedad, más miedo, menos confianza, más desprestigio del liderazgo y más rechazo a las clases dirigentes.
Entregar nuestro voto a esos artífices del fracaso y del retroceso es, por lo menos, una estupidez cargada de masoqiosmo, ya que se entrega uno de los principales recursos de la libertad y la ciudadanía a gente que seguirá atiborrandose de privilegios y ventajas, anteponiendo sus intereses y los de sus partidos políticos al bien común y vontruyendo el edificio de la desunión, la pobreza y el desarme moral de España.
El impulso de España se fortaleció tras la muerte de Franco, ante la ilusión de la democracia, y se proyectó hasta finales de los 80, cuando empezó a declinar, frenado y contaminado por la corrupción del gobierno de Felipe González. Aznar supo darle un nuevo impulso ante la perspectiva de un cambio y ante el nevo auge de la economía, pero ese impulso quedó frustrado cuando quedó demostrado que Aznar y el PP eran demasiado parecidos al peor socialismo. Con Zapatero, el antiguo impulso español se extinguió y el país dinamitó sus energía, su esperanza y su fe en el sistema y en el futuro, convirtiiéndose la sociedad española en frustrada y fracasada.
Los políticos se han apoderado de todo y, a través de sus medios de difusión y de propaganda, se esparcen la mentira y el engaño de que España progresa, cuando basta echar una mirada a los desahucios, a los comedores sociales y a los parques y plazas llenos de indigentes y a la tristeza y desesperanza que dominan la sociedad para descubrir el inmenso fracaso de una clase política española que lo tuvo todo a su disposición, desde apoyo popular a dinero abundante, y que despilfarró esos bienes, creando desde el poder una de las sociedades más sucias de Europa, campeona en desempleo, tráfico y consumo de drogas, blanqueo de dinero, endeudamiento, despilfarro, desprestigio de la clase política, destrucción del tejido productivo, avance de la pobreza, corrupción pública y un miserable sin fin de lacras y carencias que han dañado a toda la armadura de valores que las sociedades requieren para mantenerse firmes.