La bota del poder aplasta a los españoles
El último descubrimiento es que Sánchez incrementa la ya pavorosa deuda de España en casi 300 millones de euros cada día laborable, lo que refleja un despilfarro descomunal que roza el delito e hipoteca el futuro de España como nación.
Otro escándalo mayúsculo es la ley de seguridad que el gobierno prepara, que convertirá en "esclavista" el sistema político español, superando hasta los límites de una dictadura.
En los últimos meses, salimos casi a tres escándalos por semana de media, lo que tiene un efecto aletargante en la sociedad, que en lugar de rebelarse ante tanto abuso e iniquidad, se habitúa a las suciedades y desmanes del gobierno y se conforma cada día más, como si no tuviera el deber de defender las libertades y derechos conquistados.
Pero el escándalo mayor de todos es que España no se defiende de la agresión brutal que representa el sanchismo en el poder. Instituciones que deberían responder paralizando la destrucción de la nación, como la Monarquía, el poder judicial o las Fuerzas Armadas permanecen paralizadas, quizás porque no saben que hacer ante un gobierno como el de Sánchez, osado, descarado y desenfrenado a la hora de destrozar el país.
Descubrir cada día la suciedad del Estado y la bajeza ética de la clase dirigente es muy duro para un pueblo y justifica cualquier reacción indignada para limpiar el país de corruptos y sinvergüenzas. Afirmar, como hizo el viejo rey en su discurso de Navidad, que la ley "es igual para todos", no sólo es una mentira indecente, sino también una estafa antidemocrática.
Los españoles no sabíamos que los políticos llevan décadas cobrando dobles y triples sueldos, ni que algunos de esos sobres podrían ser de dinero negro ilegal. Tampoco sabíamos que las grandes empresas daban dinero a los partidos políticos para recibir, a cambio, contratos públicos. No teníamos ni idea de que se compraban las subvenciones, ni que el dinero para fomentar el empleo se lo repartían entre algunos socialistas y sindicalistas en Andalucía o que algunas familias catalanas se han hecho multimillonarias gracias al poder político y a su influencia en el gobierno.
Y lo peor de todo es que todo indica que apenas conocemos el diez por ciento de la enorme montaña de excrementos que se oculta bajo las alfombras de eso que llaman Estado. Las estadísticas de la corrupción mundial han demostrado que el 90 por ciento de la corrupción jamás aflora y nunca llega a conocerse.
Si sabemos ya que los grandes partidos políticos, por el número de causas de corrupción abiertas y en investigación, habrían sido precintados y declarados ilegales por asociación de malhechores, si no tuvieran tanto poder y si no tuvieran a la Justicia bajo control. Salvó ETA, no existe en España otras asociaciones con tantos delitos a su cargo ni tantas sospechas de delincuencia como los grandes partidos, desde el PP hasta el PSOE, sin olvidar a los partidos nacionalistas.
No sabíamos que las promesas hechas en campaña electoral no se cumplen, ni que los partidos políticos pueden nombrar jueces y magistrados en una democracia. Tampoco sabíamos que los políticos y sindicalistas podían saquear las cajas de ahorro sin tener que devolver lo robado y sin pisar la cárcel.
Un día quizás descubramos que el gobierno español lleva décadas espiando a sus ciudadanos, que en algunas comisarías se tortura y que muchos de los violentos que convierten las manifestaciones en campos de batalla son agentes provocadores a sueldo o gente lumpen pagada por el gobierno o por partidos para que generen violencia y desacrediten a los movimientos de protesta. Con horror, pero sin que ocurra nada porque seguiremos siendo cobardes, descubriremos un día que algunos muertos por aparentes accidentes lo fueron por atentados bien encubiertos.
Nuestro subconsciente sabe que estamos en manos de gente malvada que nunca debería haber llegado al poder, pero nuestro consciente se niega a admitirlo porque asumir esa verdad terrible nos obligaría a alzarnos contra los canallas y sinvergüenzas que han convertido el poder y el Estado en una pocilga.
Nuestra mayor debilidad como ciudadanos y como demócratas es que ni siquiera sabemos quien está mandando de verdad, a quien o a quienes obedecen nuestros políticos y contra que o contra quienes luchamos, mientras que los poderosos saben muy bien que el pueblo es su enemigo y que los que piensan y son rebeldes deben ser neutralizados.
Francisco Rubiales
Otro escándalo mayúsculo es la ley de seguridad que el gobierno prepara, que convertirá en "esclavista" el sistema político español, superando hasta los límites de una dictadura.
En los últimos meses, salimos casi a tres escándalos por semana de media, lo que tiene un efecto aletargante en la sociedad, que en lugar de rebelarse ante tanto abuso e iniquidad, se habitúa a las suciedades y desmanes del gobierno y se conforma cada día más, como si no tuviera el deber de defender las libertades y derechos conquistados.
Pero el escándalo mayor de todos es que España no se defiende de la agresión brutal que representa el sanchismo en el poder. Instituciones que deberían responder paralizando la destrucción de la nación, como la Monarquía, el poder judicial o las Fuerzas Armadas permanecen paralizadas, quizás porque no saben que hacer ante un gobierno como el de Sánchez, osado, descarado y desenfrenado a la hora de destrozar el país.
Descubrir cada día la suciedad del Estado y la bajeza ética de la clase dirigente es muy duro para un pueblo y justifica cualquier reacción indignada para limpiar el país de corruptos y sinvergüenzas. Afirmar, como hizo el viejo rey en su discurso de Navidad, que la ley "es igual para todos", no sólo es una mentira indecente, sino también una estafa antidemocrática.
Los españoles no sabíamos que los políticos llevan décadas cobrando dobles y triples sueldos, ni que algunos de esos sobres podrían ser de dinero negro ilegal. Tampoco sabíamos que las grandes empresas daban dinero a los partidos políticos para recibir, a cambio, contratos públicos. No teníamos ni idea de que se compraban las subvenciones, ni que el dinero para fomentar el empleo se lo repartían entre algunos socialistas y sindicalistas en Andalucía o que algunas familias catalanas se han hecho multimillonarias gracias al poder político y a su influencia en el gobierno.
Y lo peor de todo es que todo indica que apenas conocemos el diez por ciento de la enorme montaña de excrementos que se oculta bajo las alfombras de eso que llaman Estado. Las estadísticas de la corrupción mundial han demostrado que el 90 por ciento de la corrupción jamás aflora y nunca llega a conocerse.
Si sabemos ya que los grandes partidos políticos, por el número de causas de corrupción abiertas y en investigación, habrían sido precintados y declarados ilegales por asociación de malhechores, si no tuvieran tanto poder y si no tuvieran a la Justicia bajo control. Salvó ETA, no existe en España otras asociaciones con tantos delitos a su cargo ni tantas sospechas de delincuencia como los grandes partidos, desde el PP hasta el PSOE, sin olvidar a los partidos nacionalistas.
No sabíamos que las promesas hechas en campaña electoral no se cumplen, ni que los partidos políticos pueden nombrar jueces y magistrados en una democracia. Tampoco sabíamos que los políticos y sindicalistas podían saquear las cajas de ahorro sin tener que devolver lo robado y sin pisar la cárcel.
Un día quizás descubramos que el gobierno español lleva décadas espiando a sus ciudadanos, que en algunas comisarías se tortura y que muchos de los violentos que convierten las manifestaciones en campos de batalla son agentes provocadores a sueldo o gente lumpen pagada por el gobierno o por partidos para que generen violencia y desacrediten a los movimientos de protesta. Con horror, pero sin que ocurra nada porque seguiremos siendo cobardes, descubriremos un día que algunos muertos por aparentes accidentes lo fueron por atentados bien encubiertos.
Nuestro subconsciente sabe que estamos en manos de gente malvada que nunca debería haber llegado al poder, pero nuestro consciente se niega a admitirlo porque asumir esa verdad terrible nos obligaría a alzarnos contra los canallas y sinvergüenzas que han convertido el poder y el Estado en una pocilga.
Nuestra mayor debilidad como ciudadanos y como demócratas es que ni siquiera sabemos quien está mandando de verdad, a quien o a quienes obedecen nuestros políticos y contra que o contra quienes luchamos, mientras que los poderosos saben muy bien que el pueblo es su enemigo y que los que piensan y son rebeldes deben ser neutralizados.
Francisco Rubiales