No existen los políticos buenos
Salvo los idiotizados y los que viven de la política, el resto de la ciudadanía española está contemplando asqueada la obscena danza de los pactos, los engaños, las mentiras y la indecente lucha por repartirse el botín del poder que libran los partidos políticos españoles. No hay pactos de caballeros sino regateos entre mercaderes sin honor que mienten y se engañan, convirtiendo la política, que debería ser un ejercicio de servicio y limpieza, en un oficio de rufianes.
Regenerar la política y sustituir a los actuales políticos por otros más democráticos y decentes es la mayor urgencia de la civilización en este inicio del siglo XXI, cada día más marcado por el enfrentamiento entre los que mandan y los que obedecen, entre los ricos y los pobres, entre los que acaparan y los que no tienen ni siquiera para malvivir.
La política debería ser considerada como el más noble de los oficios porque su ejercicio, en el plano teórico, significa servir a los ciudadanos y a la nación con ejemplaridad y con todas las capacidades, pero hoy es la profesión más denigrada y despreciada por los ciudadanos, lo que demuestra de manera científica y fehaciente el fracaso de los políticos y su durísimo enfrentamiento con la ciudadanía.
Quizás puedan encontrarse a buenos políticos entre los recién llegados a la política o en los niveles más bajos, pero a medida que pasan los años y se asumen responsabilidades, los políticos buenos dejan de existir porque los que no han cometido abusos y delitos son al menos cómplices por no denunciar los muchos que se cometen en su entorno.
Las encuestas reflejan en la mayoría de los países del mudo que el político es el personaje más devaluado y despreciado de la sociedad, seguido por sus "escuderos": periodistas sometidos, jueces politizados y fuerzas de seguridad esclavas del poder. En una democracia auténtica y sin la degeneración que sufrimos, esas profesiones deberían ser las más admiradas y valoradas por los ciudadanos porque deberían representar la gestión de lo público y la defensa de la nación y del sistema común.
El profundo rechazo y desprecio a los políticos es el que está logrando que los pueblos voten en contra de lo que les recomiendan sus líderes y que apuesten por fuerzas populistas y radicales que se presentan ante sus electores con intención de romper el sistema, limpiarlo, regenerarlo y cambiarlo como un calcetín. Las elecciones de Trump, Bolsonaro, Salvini y otros muchos considerados "antisistemas" o contrarios al stablishment sólo pueden explicarse desde el hartazgo del pueblo y desde la decisión ciudadana de enterrar a los viejos políticos, casi todos millonarios hipócritas acostumbrados a abusar del poder, acaparar privilegios y dinero y a servirse a ellos mismos antes que al pueblo.
Aunque los políticos no lo quieren asumir, una sociedad gobernada por políticos a los que un gran parte de la población odia es una sociedad fracasada y su Estado es fallido o está al borde del colapso.
Sin embargo, ese es el mundo que tenemos en este siglo XXI, caracterizado por Estados de los que se han apropiado las clases poderosos y de los que el pueblo ha sido expulsado sin misericordia y sin pudor, estados injustos y opresores, aunque muchos de ellos se disfracen de demócratas y respetuosos con las libertades y derechos.
La pregunta de ¿Por qué los políticos son corruptos, ineficientes y mentirosos? sólo tiene una respuesta: "Porque pueden serlo", porque el pueblo se lo permite, porque les resulta fácil oprimir y abusar, porque los ciudadanos han optado por dejarlos hacer, en lugar de rebelarse contra la injusticia e impedirles que abusen, roben y destrocen nuestras vidas. El político es como un mal empresario, que pretende cubrir una necesidad y obtener beneficios por su servicio, sin cuidar demasiado la calidad ni la decencia. El pueblo necesita ser dirigido y que otros tomen las decisiones y los políticos lo hacen, obligando a los ciudadanos a pagar un altísimo precio por sus servicios, que se traducen en impuestos altos, abusos de poder, robos y mal gobierno.
España ha sido, desde hace décadas, un país muy castigado por el mal gobierno y uno de los que han deteriorado más profundamente su democracia, hasta el punto de que es difícil localizar un problema o un déficit que no haya sido provocado o agrandado por la acción de los políticos. Los políticos españoles han alimentado el separatismo y lo han hecho crecer, el despilfarro, el endeudamiento, la corrupción, el abuso de poder en todas sus facetas, los impuestos abusivos, la desprotección de los débiles, la baja calidad de los servicios y casi todos los males, incluyendo la destrucción del medio ambiente, el desempleo, la pobreza y la terrible falta de ilusiones y proyectos comunes.
Cambiar la dinámica de la política es vital para cambiar el mundo y mejorarlo. No arregla nada echar a Pedro Sánchez del poder y sustituirlo por Casado, sino que necesitamos sustituir a la clase política entera y al sistema para que los peores y los más canallas nunca puedan acceder al poder, donde únicamente deben tener cabida personas generosas, preparadas y bien armadas de ética y valores, justo lo contrario de lo que hoy tenemos en los partidos y en los gobiernos.
Francisco Rubiales
Regenerar la política y sustituir a los actuales políticos por otros más democráticos y decentes es la mayor urgencia de la civilización en este inicio del siglo XXI, cada día más marcado por el enfrentamiento entre los que mandan y los que obedecen, entre los ricos y los pobres, entre los que acaparan y los que no tienen ni siquiera para malvivir.
La política debería ser considerada como el más noble de los oficios porque su ejercicio, en el plano teórico, significa servir a los ciudadanos y a la nación con ejemplaridad y con todas las capacidades, pero hoy es la profesión más denigrada y despreciada por los ciudadanos, lo que demuestra de manera científica y fehaciente el fracaso de los políticos y su durísimo enfrentamiento con la ciudadanía.
Quizás puedan encontrarse a buenos políticos entre los recién llegados a la política o en los niveles más bajos, pero a medida que pasan los años y se asumen responsabilidades, los políticos buenos dejan de existir porque los que no han cometido abusos y delitos son al menos cómplices por no denunciar los muchos que se cometen en su entorno.
Las encuestas reflejan en la mayoría de los países del mudo que el político es el personaje más devaluado y despreciado de la sociedad, seguido por sus "escuderos": periodistas sometidos, jueces politizados y fuerzas de seguridad esclavas del poder. En una democracia auténtica y sin la degeneración que sufrimos, esas profesiones deberían ser las más admiradas y valoradas por los ciudadanos porque deberían representar la gestión de lo público y la defensa de la nación y del sistema común.
El profundo rechazo y desprecio a los políticos es el que está logrando que los pueblos voten en contra de lo que les recomiendan sus líderes y que apuesten por fuerzas populistas y radicales que se presentan ante sus electores con intención de romper el sistema, limpiarlo, regenerarlo y cambiarlo como un calcetín. Las elecciones de Trump, Bolsonaro, Salvini y otros muchos considerados "antisistemas" o contrarios al stablishment sólo pueden explicarse desde el hartazgo del pueblo y desde la decisión ciudadana de enterrar a los viejos políticos, casi todos millonarios hipócritas acostumbrados a abusar del poder, acaparar privilegios y dinero y a servirse a ellos mismos antes que al pueblo.
Aunque los políticos no lo quieren asumir, una sociedad gobernada por políticos a los que un gran parte de la población odia es una sociedad fracasada y su Estado es fallido o está al borde del colapso.
Sin embargo, ese es el mundo que tenemos en este siglo XXI, caracterizado por Estados de los que se han apropiado las clases poderosos y de los que el pueblo ha sido expulsado sin misericordia y sin pudor, estados injustos y opresores, aunque muchos de ellos se disfracen de demócratas y respetuosos con las libertades y derechos.
La pregunta de ¿Por qué los políticos son corruptos, ineficientes y mentirosos? sólo tiene una respuesta: "Porque pueden serlo", porque el pueblo se lo permite, porque les resulta fácil oprimir y abusar, porque los ciudadanos han optado por dejarlos hacer, en lugar de rebelarse contra la injusticia e impedirles que abusen, roben y destrocen nuestras vidas. El político es como un mal empresario, que pretende cubrir una necesidad y obtener beneficios por su servicio, sin cuidar demasiado la calidad ni la decencia. El pueblo necesita ser dirigido y que otros tomen las decisiones y los políticos lo hacen, obligando a los ciudadanos a pagar un altísimo precio por sus servicios, que se traducen en impuestos altos, abusos de poder, robos y mal gobierno.
España ha sido, desde hace décadas, un país muy castigado por el mal gobierno y uno de los que han deteriorado más profundamente su democracia, hasta el punto de que es difícil localizar un problema o un déficit que no haya sido provocado o agrandado por la acción de los políticos. Los políticos españoles han alimentado el separatismo y lo han hecho crecer, el despilfarro, el endeudamiento, la corrupción, el abuso de poder en todas sus facetas, los impuestos abusivos, la desprotección de los débiles, la baja calidad de los servicios y casi todos los males, incluyendo la destrucción del medio ambiente, el desempleo, la pobreza y la terrible falta de ilusiones y proyectos comunes.
Cambiar la dinámica de la política es vital para cambiar el mundo y mejorarlo. No arregla nada echar a Pedro Sánchez del poder y sustituirlo por Casado, sino que necesitamos sustituir a la clase política entera y al sistema para que los peores y los más canallas nunca puedan acceder al poder, donde únicamente deben tener cabida personas generosas, preparadas y bien armadas de ética y valores, justo lo contrario de lo que hoy tenemos en los partidos y en los gobiernos.
Francisco Rubiales