Los periodistas españoles son los grandes derrotados en las elecciones generales de 2008. Su comportamiento, mayoritariamente antidemocrático, la descarada sumisión de muchos al poder político y la pérdida masiva de la independencia informativa les han hecho perder prestigio y cubrirse de vergüenza e indignidad ante la sociedad.
No hace mucho tiempo, cuando la democracia estaba en auge, los periodistas, junto con los políticos, eran considerados héroes por la sociedad española, que valoraba los servicios que prestaban a la democracia. Hoy, el prestigio y la imagen de ambos grupos caen en picado y los ciudadanos ya no los contemplan como héroes sino como villanos. Los periodistas, junto con los políticos y los jueces, son los que más intensa y velozmente pierden prestigio e imagen en España.
Con muy pocas excepciones, el periodismo español, en las recientes elecciones generales, se ha llenado de ignominia al someterse al poder, al tomar partido por los políticos, nunca por los ciudadanos, y al protagonizar hechos tan bochornosos como el boicot mediático a UPyD, las dos entrevistas de Gabilondo en la "Cuatro", a Rajoy (hostil) y a Zapatero (sumisa), y los dos debates "cara a cara" entre Zapatero y Rajoy, organizados por la Academia de Televisión.
El papel del periodista en democracia es decisivo. Debe controlar a los grandes poderes y fiscalizarlos a través de la información y la crítica, al mismo tiempo que porporciona a la sociedad la información que necesita para tener criterio y ser libre. Pero en los periodis electorales, el papel del periodista democrático es todavía más crucial si cabe porque está obligado a informar a los ciudadanos, con independencia y libertad, para que posean toda la información y el criterio que necesitan para votar consecuentemente.
Todo eso ha fallado en un periodismo español que, masivamente, ha tomado partido por una de las fuerzas políticas contendientes y ha cambiado el deber de informar por el de "cazar" al adversario y explotar sus errores y debilidades. La pérdida de la independencia y el descarado apoyo al bando propio han sido especialmente graves en los medios públicos, donde los periodistas se han puesto masivamente al servicio del pensamiento dominante y de lo políticamente correcto. Algunos de esos medios, como el Canal Sur de Andalucía, han tenido que ser reprendidos por los encargados de vigilar la pureza electoral, ante su descarado apoyo al poder oficial.
Demasiados periodistas han actuado como "comisarios políticos" del poder, atacando al adversario, ignorando los errores propios y proporcionando argumentos e informaciones que puedan ayudar al bando propio a conseguir votos. Es el mismo comportamiento que tuvieron los periodistas de Hitler y los corresponsales y periodistas de agencias y periódicos comunistas, como Tass, Pravda, L'Unitá, Mundo Obrero y otros muchos medios mentirosos y vergonzosamente sometidos al poder durante décadas.
Especialmente indigno ha sido el boicot practicado por gran parte de los medios sometidos al partido de Rosa Díez, que, paradójicamente, era uno de los pocos que reivindicaban la auténtica democracia y el control del poder por parte de los ciudadanos y de sus representantes, los periodistas libres. UPyD ha sido vergonzosamente boicoteado por el periodismo español casi en pleno, delito contra la verdad que es especialmente sucio en los medios públicos, financiados por los impuestos ciudadanos.
Los periodistas hemos acumulado muchas indignidades en esta campaña. Una de las mayores ha sido el papel triste y vergonzante asumido por los dos periodistas presentes en los dos debates cara a cara organizados por la Academia de Televisión. Su director, acostumbrado a hacer negocios con las administraciones públicas, olvidó que el periodista no puede ser reducido en democracia a la misión de cronometrador, porque es el representante del pueblo en la búsqueda de la verdad y el encargado de interrogar a los políticos para extraer la verdad de sus mentes, generalmente oscuras y manipuladoras. El papel que la academia, sometida vergonzosamente al poder, otorgó a los periodistas en esos debates constituye todo un hito en la larga ruta de descenso del periodismo español hacia la pocilga.
Si en la democracia española se aplicara la misma vara de medir que en los Estados Unidos, donde ha tenido que dimitir una asesora periodista del candidato Obama por llamar "monstruo" a Hillary Clinton, ¿cuantos periodistas españoles podrían conservar su puesto de trabajo?
Tras las elecciones españolas de 2008 parece evidente que tanto la democracia, transformada a traición en una partitocracia oligárquica, como el periodismo, tristemente convertido en comisariado político al servicio del poder, necesitan con urgencia una regeneración que les acerque a la decencia democrática.
FR
No hace mucho tiempo, cuando la democracia estaba en auge, los periodistas, junto con los políticos, eran considerados héroes por la sociedad española, que valoraba los servicios que prestaban a la democracia. Hoy, el prestigio y la imagen de ambos grupos caen en picado y los ciudadanos ya no los contemplan como héroes sino como villanos. Los periodistas, junto con los políticos y los jueces, son los que más intensa y velozmente pierden prestigio e imagen en España.
Con muy pocas excepciones, el periodismo español, en las recientes elecciones generales, se ha llenado de ignominia al someterse al poder, al tomar partido por los políticos, nunca por los ciudadanos, y al protagonizar hechos tan bochornosos como el boicot mediático a UPyD, las dos entrevistas de Gabilondo en la "Cuatro", a Rajoy (hostil) y a Zapatero (sumisa), y los dos debates "cara a cara" entre Zapatero y Rajoy, organizados por la Academia de Televisión.
El papel del periodista en democracia es decisivo. Debe controlar a los grandes poderes y fiscalizarlos a través de la información y la crítica, al mismo tiempo que porporciona a la sociedad la información que necesita para tener criterio y ser libre. Pero en los periodis electorales, el papel del periodista democrático es todavía más crucial si cabe porque está obligado a informar a los ciudadanos, con independencia y libertad, para que posean toda la información y el criterio que necesitan para votar consecuentemente.
Todo eso ha fallado en un periodismo español que, masivamente, ha tomado partido por una de las fuerzas políticas contendientes y ha cambiado el deber de informar por el de "cazar" al adversario y explotar sus errores y debilidades. La pérdida de la independencia y el descarado apoyo al bando propio han sido especialmente graves en los medios públicos, donde los periodistas se han puesto masivamente al servicio del pensamiento dominante y de lo políticamente correcto. Algunos de esos medios, como el Canal Sur de Andalucía, han tenido que ser reprendidos por los encargados de vigilar la pureza electoral, ante su descarado apoyo al poder oficial.
Demasiados periodistas han actuado como "comisarios políticos" del poder, atacando al adversario, ignorando los errores propios y proporcionando argumentos e informaciones que puedan ayudar al bando propio a conseguir votos. Es el mismo comportamiento que tuvieron los periodistas de Hitler y los corresponsales y periodistas de agencias y periódicos comunistas, como Tass, Pravda, L'Unitá, Mundo Obrero y otros muchos medios mentirosos y vergonzosamente sometidos al poder durante décadas.
Especialmente indigno ha sido el boicot practicado por gran parte de los medios sometidos al partido de Rosa Díez, que, paradójicamente, era uno de los pocos que reivindicaban la auténtica democracia y el control del poder por parte de los ciudadanos y de sus representantes, los periodistas libres. UPyD ha sido vergonzosamente boicoteado por el periodismo español casi en pleno, delito contra la verdad que es especialmente sucio en los medios públicos, financiados por los impuestos ciudadanos.
Los periodistas hemos acumulado muchas indignidades en esta campaña. Una de las mayores ha sido el papel triste y vergonzante asumido por los dos periodistas presentes en los dos debates cara a cara organizados por la Academia de Televisión. Su director, acostumbrado a hacer negocios con las administraciones públicas, olvidó que el periodista no puede ser reducido en democracia a la misión de cronometrador, porque es el representante del pueblo en la búsqueda de la verdad y el encargado de interrogar a los políticos para extraer la verdad de sus mentes, generalmente oscuras y manipuladoras. El papel que la academia, sometida vergonzosamente al poder, otorgó a los periodistas en esos debates constituye todo un hito en la larga ruta de descenso del periodismo español hacia la pocilga.
Si en la democracia española se aplicara la misma vara de medir que en los Estados Unidos, donde ha tenido que dimitir una asesora periodista del candidato Obama por llamar "monstruo" a Hillary Clinton, ¿cuantos periodistas españoles podrían conservar su puesto de trabajo?
Tras las elecciones españolas de 2008 parece evidente que tanto la democracia, transformada a traición en una partitocracia oligárquica, como el periodismo, tristemente convertido en comisariado político al servicio del poder, necesitan con urgencia una regeneración que les acerque a la decencia democrática.
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