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Muchos creemos que los partidos políticos son hoy los principales culpables del deterioro de la política, del creciente divorcio entre políticos y ciudadanos y el obstáculo que cierra el paso a la deseada regeneración democrática.
No es que rechacemos la existencia de los partidos políticos sino todo lo contrario: queremos que cumplan con el cometido para el que fueron creados y faciliten la participación de los ciudadanos en la política, una misión que hoy han dejado de cumplir al convertirse en instrumentos de poder, más que en vías abiertas de participación.
Cuanta razón tenía Kafka al afirmar que ”Un cretino es un cretino. Dos cretinos son dos cretinos. Diez mil cretinos son un partido político.”
Kafka, como muchos demócratas, creia que los partidos políticos eran una buena fábrica de cretinos y una pésima fábrica de líderes.
La vida interna de los partidos, donde la obsesión por medrar y escalar puestos siempre ha sido la constante dominante, macera a grandes mediocres alienados que ni conocen ni aman el mundo exterior. Dentro de los partidos, la gente se somete, se humilla y renuncia a pensar y a expresarse con libertad, siempre para escalar posiciones y convertirse en dirigente.
Pese a sus grandes carencias y defectos, el principal de los cuales es que cercenan la libertad y toda expresión creativa, los partidos políticos son hoy la mayor fuerza viva existente en las sociedades, las más sofisticadas maquinarias de dominio creadas por el hombre. Sin embargo, su fuerza extraordinaria no proviene de la inteligencia, ni de la imaginación, ni de la disciplina, sino de algo mucho más simple y vulgar: son gente organizada que siempre se enfrenta y derrota a gente desorganizada, grupos compactos que consiguen imponerse y dominar a ciudadanos aislados y solitarios.
La fortaleza actual de los partifdos políticos no es el triunfo de la inteligencia ni de la razón ni del bien, sino únicamente la vulgar victoria de muchos frente a pocos.
No es que rechacemos la existencia de los partidos políticos sino todo lo contrario: queremos que cumplan con el cometido para el que fueron creados y faciliten la participación de los ciudadanos en la política, una misión que hoy han dejado de cumplir al convertirse en instrumentos de poder, más que en vías abiertas de participación.
Cuanta razón tenía Kafka al afirmar que ”Un cretino es un cretino. Dos cretinos son dos cretinos. Diez mil cretinos son un partido político.”
Kafka, como muchos demócratas, creia que los partidos políticos eran una buena fábrica de cretinos y una pésima fábrica de líderes.
La vida interna de los partidos, donde la obsesión por medrar y escalar puestos siempre ha sido la constante dominante, macera a grandes mediocres alienados que ni conocen ni aman el mundo exterior. Dentro de los partidos, la gente se somete, se humilla y renuncia a pensar y a expresarse con libertad, siempre para escalar posiciones y convertirse en dirigente.
Pese a sus grandes carencias y defectos, el principal de los cuales es que cercenan la libertad y toda expresión creativa, los partidos políticos son hoy la mayor fuerza viva existente en las sociedades, las más sofisticadas maquinarias de dominio creadas por el hombre. Sin embargo, su fuerza extraordinaria no proviene de la inteligencia, ni de la imaginación, ni de la disciplina, sino de algo mucho más simple y vulgar: son gente organizada que siempre se enfrenta y derrota a gente desorganizada, grupos compactos que consiguen imponerse y dominar a ciudadanos aislados y solitarios.
La fortaleza actual de los partifdos políticos no es el triunfo de la inteligencia ni de la razón ni del bien, sino únicamente la vulgar victoria de muchos frente a pocos.