Censura al que piensa diferente, sin control judicial y siempre por razones ideológicas y comerciales
Facebook ha provocado un conflicto mundial al bloquear su red social a toda Australia como presión y en plena gestión de la pandemia. Es una clara muestra del poder excesivo de los gigantes tecnológicos, pero también es una oportunidad para que los gobiernos decentes y democráticos del planeta pongan freno a ese tipo de abusos contra la libertad y la democracia.
EE.UU. y la Unión Europea siguen atentamente la crisis australiana en un momento en el que millones de ciudadanos son censurados a capricho y se debate internacionalmente sobre cómo acotar el inmenso poder de las gigantes tecnológicas para preservar la competencia y la libertad de expresión.
Cada día es más evidente que el futuro traerá consigo una guerra abierta entre multinacionales y estados-nación, siempre con los ciudadanos como víctimas, a los que se les quiere suprimir la libertad para expresar sus pensamientos, ideas y propuestas.
Algunas de esas multinacionales, con Facebook a la cabeza, se han lanzado de lleno a la caza y castigo de disidentes y críticos, a los que les inhabilitan sus páginas sin que puedan defenderse y sin intervención judicial, bajo la excusa de que sus críticas e informaciones violan las normas comunitarias y propagan bulos y odio.
Yo soy una de las muchas víctimas de Facebook, que ha cerrado mi página, con más de 12.000 seguidores, a pesar de que su línea de información siempre estuvo orientada a la defensa de la democracia y a la crítica a la corrupción y el abuso de poder.
Es cierto que las redes deben ser controladas para que no sean focos de mentira y desestabilización, pero esa labor debe pertenecer a los jueces o a comisiones ciudadanas independientes, nunca al capricho de una empresa que ya se ha sentado en el banquillo varias veces, acusada de abusos como el de traficar con información sensible de sus clientes.
El diario "El Confidencial", en una de sus tribunas, afirma que "La libertad de expresión ya no existe en las redes sociales" y explica que esas redes que hoy usamos se popularizaron desde 2007 y disfrutaron hasta 2010 de años de libertad, algo que ya se está extinguiendo, sobre todo n algunas de ellas, por la entrada en escena de una censura obscena que responde a criterios ideológicos.
Países como Polonia, Eslovaquia, Hungría y otros han aprobado leyes para multar a las empresas que abusan de la censura o están en proceso de hacerlo, mientras que otros países, escandalosamente, se alegan de que las redes repriman a los críticos. España está en este grupo de entusiastas con la represión. Las multas contra los censores por ideología anunciadas por Polonia se elevan hasta 13.5 millones de euros.
El criterio que sustenta esa reacción de los países decentes contra los represores es que “La libertad de expresión no es algo que moderadores anónimos de empresas extranjeras deban decidir”.
El Siglo XXI que vivimos es un siglo aparentemente pacífico porque los conflictos abiertos con armas de fuego han disminuido, pero quizás esté siendo el más violento de todos porque la guerra entre ideologías y la lucha por el poder se libra en la sociedad, casi siempre rodeada de secreto y ocultada por los medios de comunicación, muchos de los cuales ya han sido "comprados" para que informen a favor de alguno de los bandos en conflicto.
El frente de la información es crucial en esta batalla e Internet es el escenario de la guerra más brutal y descarada entre los dos bandos que no han dejado de luchar desde el principio de los tiempos: los que aman la libertad y los que quieren un mundo de esclavos sometidos a los poderosos.
Francisco Rubiales
EE.UU. y la Unión Europea siguen atentamente la crisis australiana en un momento en el que millones de ciudadanos son censurados a capricho y se debate internacionalmente sobre cómo acotar el inmenso poder de las gigantes tecnológicas para preservar la competencia y la libertad de expresión.
Cada día es más evidente que el futuro traerá consigo una guerra abierta entre multinacionales y estados-nación, siempre con los ciudadanos como víctimas, a los que se les quiere suprimir la libertad para expresar sus pensamientos, ideas y propuestas.
Algunas de esas multinacionales, con Facebook a la cabeza, se han lanzado de lleno a la caza y castigo de disidentes y críticos, a los que les inhabilitan sus páginas sin que puedan defenderse y sin intervención judicial, bajo la excusa de que sus críticas e informaciones violan las normas comunitarias y propagan bulos y odio.
Yo soy una de las muchas víctimas de Facebook, que ha cerrado mi página, con más de 12.000 seguidores, a pesar de que su línea de información siempre estuvo orientada a la defensa de la democracia y a la crítica a la corrupción y el abuso de poder.
Es cierto que las redes deben ser controladas para que no sean focos de mentira y desestabilización, pero esa labor debe pertenecer a los jueces o a comisiones ciudadanas independientes, nunca al capricho de una empresa que ya se ha sentado en el banquillo varias veces, acusada de abusos como el de traficar con información sensible de sus clientes.
El diario "El Confidencial", en una de sus tribunas, afirma que "La libertad de expresión ya no existe en las redes sociales" y explica que esas redes que hoy usamos se popularizaron desde 2007 y disfrutaron hasta 2010 de años de libertad, algo que ya se está extinguiendo, sobre todo n algunas de ellas, por la entrada en escena de una censura obscena que responde a criterios ideológicos.
Países como Polonia, Eslovaquia, Hungría y otros han aprobado leyes para multar a las empresas que abusan de la censura o están en proceso de hacerlo, mientras que otros países, escandalosamente, se alegan de que las redes repriman a los críticos. España está en este grupo de entusiastas con la represión. Las multas contra los censores por ideología anunciadas por Polonia se elevan hasta 13.5 millones de euros.
El criterio que sustenta esa reacción de los países decentes contra los represores es que “La libertad de expresión no es algo que moderadores anónimos de empresas extranjeras deban decidir”.
El Siglo XXI que vivimos es un siglo aparentemente pacífico porque los conflictos abiertos con armas de fuego han disminuido, pero quizás esté siendo el más violento de todos porque la guerra entre ideologías y la lucha por el poder se libra en la sociedad, casi siempre rodeada de secreto y ocultada por los medios de comunicación, muchos de los cuales ya han sido "comprados" para que informen a favor de alguno de los bandos en conflicto.
El frente de la información es crucial en esta batalla e Internet es el escenario de la guerra más brutal y descarada entre los dos bandos que no han dejado de luchar desde el principio de los tiempos: los que aman la libertad y los que quieren un mundo de esclavos sometidos a los poderosos.
Francisco Rubiales