La reunión celebrada el pasado viernes, en Bruselas, de los 27 jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, demostró que los oligarcas y burócratas europeos le tienen miedo a sus respectivos pueblos y que no se atreven, como reclaman los europeos, a someter el futuro de la Unión y del Tratado de Lisboa a un proceso de consultas populares.
Atemorizados y avergonzados porque están seguros de que las consultas a a los ciudadanos les dejarían en ridículo y podrían en evidencia que los pueblos y sus representantes políticos están divorciados y en posiciones alejadas, los máximos dirigentes de los 27 estados de la Unión finalizaron la cumbre con las tradicionales conclusiones adoptadas por consenso. En una de ellas, el Consejo Europeo dice que hace falta más tiempo para analizar la situación en Irlanda después de su "NO" al Tratado de Lisboa, un tiempo que será aprovechado para proseguir con la ratificación parlamentaria de ese tratado en los restantes países.
Los políticos, avergonzados porque cada vez resulta más evidente que ya no representan a sus respectivas sociedades, sino a ellos mismos y a los intereses de las élites poderosas, confían en que las sucesivas ratificaciones parlamentarias creen el ambiente favorable que permita aceptar el Tratado de Lisboa, a pesar de que los ciudadanos de Irlanda lo hayan rechazado en referendum.
En Gran Bretaña. país que, a pesar de sus defectos y carencias, es la más avanzada y pura democracia europea, algunos jueces e instituciones de la sociedad civil, escuchando el clamor de multitud ciudadanos, están intentando obligar al gobierno a que someta el Tratado de Lisboa a consulta popular y a que no lo ratifique a través del legal pero cobarde y poco democrático sistema de la aprobación parlamentaria.
Europa vive en estos días conmocionada por la más cruel de las paradojas políticas de su historia: mientras que los partidos políticos apoyan casi unanimemente la ruta trazada por los políticos para el futuro de la Unión y el actual Tratado de Lisboa, sustituto de aquella Constitución redactada por Valery Giscard que rechazaron los ciudadanos de Francia y Holanda, los pueblos están rechazando esa ruta y exigen una Europa distinta, diseñada según los intereses de los pueblos y no de los políticos, que, incleiblemente, son diferentes.
Pero los políticos no están dispuestos a dar el brazo a torcer y, de manera suicidad y peligrosa, prefieren seguir apostando por una Europa de las Elites en lugar de una Europa de los Ciudadanos.
En esta Europa frustrante cada vez es más evidente que "la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos".
Atemorizados y avergonzados porque están seguros de que las consultas a a los ciudadanos les dejarían en ridículo y podrían en evidencia que los pueblos y sus representantes políticos están divorciados y en posiciones alejadas, los máximos dirigentes de los 27 estados de la Unión finalizaron la cumbre con las tradicionales conclusiones adoptadas por consenso. En una de ellas, el Consejo Europeo dice que hace falta más tiempo para analizar la situación en Irlanda después de su "NO" al Tratado de Lisboa, un tiempo que será aprovechado para proseguir con la ratificación parlamentaria de ese tratado en los restantes países.
Los políticos, avergonzados porque cada vez resulta más evidente que ya no representan a sus respectivas sociedades, sino a ellos mismos y a los intereses de las élites poderosas, confían en que las sucesivas ratificaciones parlamentarias creen el ambiente favorable que permita aceptar el Tratado de Lisboa, a pesar de que los ciudadanos de Irlanda lo hayan rechazado en referendum.
En Gran Bretaña. país que, a pesar de sus defectos y carencias, es la más avanzada y pura democracia europea, algunos jueces e instituciones de la sociedad civil, escuchando el clamor de multitud ciudadanos, están intentando obligar al gobierno a que someta el Tratado de Lisboa a consulta popular y a que no lo ratifique a través del legal pero cobarde y poco democrático sistema de la aprobación parlamentaria.
Europa vive en estos días conmocionada por la más cruel de las paradojas políticas de su historia: mientras que los partidos políticos apoyan casi unanimemente la ruta trazada por los políticos para el futuro de la Unión y el actual Tratado de Lisboa, sustituto de aquella Constitución redactada por Valery Giscard que rechazaron los ciudadanos de Francia y Holanda, los pueblos están rechazando esa ruta y exigen una Europa distinta, diseñada según los intereses de los pueblos y no de los políticos, que, incleiblemente, son diferentes.
Pero los políticos no están dispuestos a dar el brazo a torcer y, de manera suicidad y peligrosa, prefieren seguir apostando por una Europa de las Elites en lugar de una Europa de los Ciudadanos.
En esta Europa frustrante cada vez es más evidente que "la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos".