Sorprende, pero es cierto: los sindicalistas profesionales, los políticos, los periodistas adictos al poder y a la mentira y los recaudadores de la SGAE son ya más impopulares y despreciados que los terroristas o los inspectores de Hacienda y de Trabajo. La sociedad española está cambiando profundamente y mejora su sensibilidad ética al rechazar a los que se enriquecen con la política, a los que se aferran a sus puestos públicos con uñas y dientes, a los que cobran sin trabajar, a los que mienten de manera profesional y a los que recaudan de forma abusiva.
La lista de los nuevos "villanos" en España crece a buen rítmo e incorpora también a los enchufados de los partidos políticos, a los familiares de los políticos "colocados" en los aparatos del poder, a los muchos corruptos afincados en las administraciones y a los que, desde la empresa, se benefician del favoritismo, la arbitrariedad y la corrupción de los políticos.
No todo es "justo" en la nueva escala de aprecio que está forjando la España del siglo XXI porque existen injusticias lacerantes, como el creciente desprecio a los "funcionarios", un grupo que, mayoritariamente ha aprobado sus oposiciones con esfuerzo, aunque ha sido contaminado por el clientelismo y la arbitrariedad de los políticos, que han trucado concursos y facilitado el acceso a la función pública de familiares y amigos del poder.
La gran paradoja de la España actual es que, según las encuestas, los ciudadanos desprecian más a los políticos que a los terroristas y a los narcotraficantes, todo un drama que dejará en el futuro del país huellas altamente dañinas.
El grado de desprecio y rechazo a los políticos no para de crecer en España, lo que constituye un enorme problema para la convivencia y el progreso. Si las encuestas no estuvieran "adobadas" y "maquilladas" por el poder y sus colaboradores, reflejarían la verdad: que los políticos son la primera preocupación de los españoles y la profesión más odiada.
Los sociólogos y expertos en gobernanza saben que el desprecio a la clase dirigente, unido a la desconfianza, dos fenómenos especialmente intensos en España y que golpean con especial énfasis a políticos, periodistas, jueces y, en menor grado, a policías y funcionarios públicos en general, dificultan la gobernabilidad, envenenan la convivencia, destruyen la cohesión, corroen la armadura ética de la nación y estimulan el fraude fiscal y hasta el sabotaje al poder político.
La situación es tan grave que esa desconfianza en el poder y sus representantes es ya, según muchos expertos, el mayor problema de la España actual, mucho mayor que el de la crisis económica y el mismo desempleo masivo, ya que, sin restablecer la confianza en los líderes, el país nunca podrá resurgir y superar sus dramas.
La lista de los nuevos "villanos" en España crece a buen rítmo e incorpora también a los enchufados de los partidos políticos, a los familiares de los políticos "colocados" en los aparatos del poder, a los muchos corruptos afincados en las administraciones y a los que, desde la empresa, se benefician del favoritismo, la arbitrariedad y la corrupción de los políticos.
No todo es "justo" en la nueva escala de aprecio que está forjando la España del siglo XXI porque existen injusticias lacerantes, como el creciente desprecio a los "funcionarios", un grupo que, mayoritariamente ha aprobado sus oposiciones con esfuerzo, aunque ha sido contaminado por el clientelismo y la arbitrariedad de los políticos, que han trucado concursos y facilitado el acceso a la función pública de familiares y amigos del poder.
La gran paradoja de la España actual es que, según las encuestas, los ciudadanos desprecian más a los políticos que a los terroristas y a los narcotraficantes, todo un drama que dejará en el futuro del país huellas altamente dañinas.
El grado de desprecio y rechazo a los políticos no para de crecer en España, lo que constituye un enorme problema para la convivencia y el progreso. Si las encuestas no estuvieran "adobadas" y "maquilladas" por el poder y sus colaboradores, reflejarían la verdad: que los políticos son la primera preocupación de los españoles y la profesión más odiada.
Los sociólogos y expertos en gobernanza saben que el desprecio a la clase dirigente, unido a la desconfianza, dos fenómenos especialmente intensos en España y que golpean con especial énfasis a políticos, periodistas, jueces y, en menor grado, a policías y funcionarios públicos en general, dificultan la gobernabilidad, envenenan la convivencia, destruyen la cohesión, corroen la armadura ética de la nación y estimulan el fraude fiscal y hasta el sabotaje al poder político.
La situación es tan grave que esa desconfianza en el poder y sus representantes es ya, según muchos expertos, el mayor problema de la España actual, mucho mayor que el de la crisis económica y el mismo desempleo masivo, ya que, sin restablecer la confianza en los líderes, el país nunca podrá resurgir y superar sus dramas.