Información y Opinión

Los misterios del coronavirus chino y las mentiras del poder



El terrible coronavirus ya ha llegado a España, abriendo las puertas al miedo. Hay un ciudadano alemán infectado en un hospital de la isla de La Gomera. Con él entra el pánico en nuestras vidas. La pandemia china está llena de incógnitas, misterios y datos sospechosos y chocantes, Los gobiernos tranquilizan a sus ciudadanos, pero las sospechas de que algo se está ocultando crecen sin parar. Las imágenes con cadáveres en las calles no se corresponden con una epidemia vírica, que mata lentamente a los infectados, destruyendo sus órganos, no de manera fulminante. El miedo alienta a los agoreros y profetas del juicio final, algunos de los cuales afirman que ha llegado el fin del mundo.

Acostumbrados a ser engañados por los políticos, que han perdido la credibilidad y la solvencia moral, los ciudadanos tienen todo el derecho del mundo a sospechar y a especular. Nadie puede asegurar hoy que las cifras de infectados y de muertos proporcionadas por China, cuyo Estado es como un Dios que no rinde cuentas a nadie, sean ciertas. Podrían ser diez o cien veces superiores.

Lo cierto es que los ciudadanos tenemos derecho a la verdad que los gobiernos nos escatiman. En España acabamos de vivir el festival de mentiras de todo un ministro, el tal Ábalos, sobre su encuentro con la vicepresidenta de Venezuela: siete mentiras en apenas tres días, todo un record de bajeza. ¿Cómo quieren que ahora les creamos con el coronavirus?

Nos guste o no, el coronavirus chino es lo más importante e inquietante que ocurre en nuestro mundo, un desastre sanitario de extraordinaria peligrosidad que podría causar cientos de millones de víctimas y hacer retroceder la civilización muchas décadas.

Es una enfermedad cargada de misterios e incógnitas sorprendentes. La primera de ellas es que China está reaccionando con una intensidad inusual, como si le fuera en ello la supervivencia. El protocolo aplicado es tan drástico y aparatoso que sorprende al mundo y es desproporcionado si la enfermedad es sólo una nueva cepa vírica en expansión, similar a otras anteriores.

Pero el virus de Wuhan parece diferente y algunos observadores creen que China está ocultando el verdadero alcance del mal y las cifras de bajas que produce. Sus efectos parecen tan espectaculares y alarmantes que aterrorizando al mundo: ciudades cerradas y rodeadas por el ejército, hospitales gigantescos construidos en un par de semanas, transportes paralizados, más de 50 millones de personas forzadas a sufrir una durísima cuarentena, ciudades desiertas, vídeos misteriosos con muertos tirados en las calles, la economía china casi paralizada y el virus invadiendo un país tras otro, avanzando imparable, sin vacunas ni curas.
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Hace mucho tiempo que los expertos alertan del peligro de que un virus o una bacteria artificialmente fabricados para la guerra se escape del control y mate a medio mundo. La tesis de que el coronavirus asesino ha nacido en el mercado de Wuhan, del que circulan imágenes escalofriantes porque se allí se venden todo tipo de animales extraños para el consumo humano, desde muerciélagos a serpientes, ratas, perros y todo tipo de roedores, puede no ser cierta, aunque parezca posible. La opacidad de la vida china, donde el gobierno jamas rinde cuenta de sus actos y actúa como un dios, da pie a que se especule y se expandan teorías de todo tipo, algunas escalofriantes. De todas formas, lo que trasciende ya produce terror: las mascarillas se agotan, más de 70.000 salas de cine clausuradas, miles de vuelos prohibidos, calles desiertas, médicos y enfermeras infectados, soldados y personal sanitario protegidos con equipos que parecen propios de guerra nuclear, etc.

Dicen que en febrero de 2015 China abrió en Wuhan el laboratorio de investigación más avanzado y seguro del mundo. En teoría allí se estudiaban los virus y las bacterias más peligrosas del mundo para buscarles vacunas y curas, pero hay quien dice que el verdadero objetivo del laboratorio era crear cepas mortíferas capaces de matar a cientos de millones de personas si se emplearan en guerras bacteriológicas. Es curioso que el nuevo y mortal coronavirus haya surgido en la misma ciudad donde se encuentra ese laboratorio avanzado.

Se dice también que el virus puede expandirse con demasiada facilidad en un mundo globalizado y surcado por millones de turistas en movimiento continuo. En el pasado, las epidemias avanzaban a paso lento, pasando de una ciudad a otra y tardaba años en rebasar las fronteras de un continente. Hoy, ya sea a través del turismo o de los paquetes del comercio electrónico, el virus puede infectar al mundo entero en apenas una semana.

También se comenta que el principal beneficiado del virus es Estados Unidos, un país que llevaba décadas asustado ante el avance chino y que no para de estudiar cómo evitar que China desplace a Estados Unidos como primera potencia mundial, algo que estaba a punto de ocurrir cuando estalló la epidemia de Wuhan. Por esa razón, algunos conspiranoicos sospechan que el virus podría ser un producto "made in USA" soltado en el corazón de China para paralizar su economía y hacerla retroceder como gran potencia.

Los más exagerados hablan de que el verdadero número de infectados y de muertos por el coronavirus es al menos diez veces superior al que se publica. Otros creen que las trompetas del Juicio final han empezado a tronar en Wuhan.

Ante el fenómeno, lo único que cabe decir, desde la sufrida ciudadanía obligada a obedecer, es que no nos mientan, como es habitual, que los gobiernos informen y abrecen la verdad, al menos por una vez, abandonando esa bajeza moral que infecta los palacios, parlamentos y cancillerías de todo el mundo, convertidas muchas veces en nidos de corruptos e indeseables. No sabemos si el mundo se enfrenta o no a una crisis dramática, ni si las trompetas del Juicio Final ya están berreando, pero tenemos derecho a saberlo y a exigir que nuestros dirigentes den la talla, aunque sea por una vez.

Francisco Rubiales

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Sábado, 1 de Febrero 2020
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