Poco cerebro, mucha bandera
Desplegar tanto esfuerzo y derrochar tanta energía en conseguir la independencia, como hacen los independentistas catalanes, cuando el mundo entero avanza en sentido contrario, hacia un único gobierno mundial que estamos forjando poco a poco, es sencillamente estúpido y síntoma claro de que padecen un grave desconcierto intelectual y un agudo desfase histórico.
La tesis de mi amigo hebreo Datiel, compañero de estudios y admirador del historiador Yuval Noah Harari, es que los independentistas catalanes han contraído una enfermedad social y cultural, una mezcla de arrogancia, desprecio a sus vecinos e incapacidad para soportar el empobrecimiento que les ha llegado con la crisis. El resultado es una sociedad que rema en sentido contrario a la corriente que mueve la historia de la Humanidad, lo que les conduce al aislamiento, a la confusión y a la frustración.
A medida que avanza el siglo XXI, el nacionalismo pierde consistencia y terreno. Cada día hay mas gente que cree que la Humanidad entera es la base legítima de la autoridad política y no los miembros de una nacionalidad concreta y que la política debería proteger los derechos humanos y los intereses de toda la especie humana, no de 200 naciones independientes por separado. Si los españoles, franceses, marroquíes y bolivianos merecen los mismos derechos humanos, ¿no sería más sencillo y lógico que un único gobierno mundial los protegiera?
La aparición de problemas que nos atañen a todos, como la crisis económica o el calentamiento global, convierten en ridículo es esfuerzo aislado de un solo país, cuando esos problemas sólo podrán resolverse con el esfuerzo común de todos.
En este año 2016, el mundo está todavía fragmentado en muchas naciones, pero los estados son cada día menos independientes. Ninguno de ellos puede diseñar y ejecutar políticas económicas independientes, ni declarar una guerra a su antojo. Los estados cada día dependen más de los mercados globales y de los criterios e interferencias que proceden de las grandes empresas multinacionales, de las alianzas, los pactos, la Justicia y los derechos internacionales.
Cuando miles de jóvenes españoles salen a trabajar a otros países, cuando nuestros arquitectos e ingenieros construyen rascacielos y fábricas en países de Asia y América, no sólo están emigrando víctimas del desempleo, sino que se comportan ya como avanzadilla de un mundo que cada día será más global y homogéneo. Cuando aprendemos inglés o cuando nos sentimos orgullosos ante el avance del idioma español, es que pensamos en un único lenguaje universal futuro. Cuando nos sentimos vejados por el mal gobierno, miramos con ilusión y esperanza hacia Bruselas o Washington, conscientes de que allí residen poderes que cada día son más poderosos y capaces de imponer medidas y soluciones a los políticos españoles, mediocres, corruptos e ineptos.
Mientras los catalanes independentistas hacen el ridículo y provocan las risas de los estudiosos de la Historia y la política mundial, por su empeño en navegar en contra de las corrientes y vientos, el mundo cada día forja con más solidez y coherencia el imperio único, con una cultura cada día más común y una economía cada vez más globalizada, entrelazada e interdependiente.
Puigdemón y sus secuaces, en especial aquellos independentistas más radicales, como los de ERC y la CUP, son los neandertales del siglo, aquellos que fueron barridos de la Historia por no haber sabido adaptarse a los cambios y a las corrientes.
Algún día no lejano, la sociedad catalana se dará cuenta de que la conducen al pasado y al fracaso y hará como acaba de hacer la sociedad norteamericana al elegir a Trump: rebelarse e imponerse, amparada en la enorme fuerza de la libertad humana, a la férrea alianza que ejercen al unisono el nacionalismo más feroz y los medios de comunicación catalanes, vergonzosamente sometidos al poder.
F. Rubiales
La tesis de mi amigo hebreo Datiel, compañero de estudios y admirador del historiador Yuval Noah Harari, es que los independentistas catalanes han contraído una enfermedad social y cultural, una mezcla de arrogancia, desprecio a sus vecinos e incapacidad para soportar el empobrecimiento que les ha llegado con la crisis. El resultado es una sociedad que rema en sentido contrario a la corriente que mueve la historia de la Humanidad, lo que les conduce al aislamiento, a la confusión y a la frustración.
A medida que avanza el siglo XXI, el nacionalismo pierde consistencia y terreno. Cada día hay mas gente que cree que la Humanidad entera es la base legítima de la autoridad política y no los miembros de una nacionalidad concreta y que la política debería proteger los derechos humanos y los intereses de toda la especie humana, no de 200 naciones independientes por separado. Si los españoles, franceses, marroquíes y bolivianos merecen los mismos derechos humanos, ¿no sería más sencillo y lógico que un único gobierno mundial los protegiera?
La aparición de problemas que nos atañen a todos, como la crisis económica o el calentamiento global, convierten en ridículo es esfuerzo aislado de un solo país, cuando esos problemas sólo podrán resolverse con el esfuerzo común de todos.
En este año 2016, el mundo está todavía fragmentado en muchas naciones, pero los estados son cada día menos independientes. Ninguno de ellos puede diseñar y ejecutar políticas económicas independientes, ni declarar una guerra a su antojo. Los estados cada día dependen más de los mercados globales y de los criterios e interferencias que proceden de las grandes empresas multinacionales, de las alianzas, los pactos, la Justicia y los derechos internacionales.
Cuando miles de jóvenes españoles salen a trabajar a otros países, cuando nuestros arquitectos e ingenieros construyen rascacielos y fábricas en países de Asia y América, no sólo están emigrando víctimas del desempleo, sino que se comportan ya como avanzadilla de un mundo que cada día será más global y homogéneo. Cuando aprendemos inglés o cuando nos sentimos orgullosos ante el avance del idioma español, es que pensamos en un único lenguaje universal futuro. Cuando nos sentimos vejados por el mal gobierno, miramos con ilusión y esperanza hacia Bruselas o Washington, conscientes de que allí residen poderes que cada día son más poderosos y capaces de imponer medidas y soluciones a los políticos españoles, mediocres, corruptos e ineptos.
Mientras los catalanes independentistas hacen el ridículo y provocan las risas de los estudiosos de la Historia y la política mundial, por su empeño en navegar en contra de las corrientes y vientos, el mundo cada día forja con más solidez y coherencia el imperio único, con una cultura cada día más común y una economía cada vez más globalizada, entrelazada e interdependiente.
Puigdemón y sus secuaces, en especial aquellos independentistas más radicales, como los de ERC y la CUP, son los neandertales del siglo, aquellos que fueron barridos de la Historia por no haber sabido adaptarse a los cambios y a las corrientes.
Algún día no lejano, la sociedad catalana se dará cuenta de que la conducen al pasado y al fracaso y hará como acaba de hacer la sociedad norteamericana al elegir a Trump: rebelarse e imponerse, amparada en la enorme fuerza de la libertad humana, a la férrea alianza que ejercen al unisono el nacionalismo más feroz y los medios de comunicación catalanes, vergonzosamente sometidos al poder.
F. Rubiales