Uno de los muchos memes que circulan por la redes denunciando la depredación del gobierno de España
Lo repetimos muchas veces y no pasa nada: España tiene más políticos viviendo del Estado que Francia, Alemania e Inglaterra juntos. Entre políticos, funcionarios enchufados y contratados a dedo y los adictos a los subsidios protegidos por los partidos, España está obligada a mantener el mayor depósito de parásitos y zánganos del planeta. No tienen otros "méritos" que ser amigos de los políticos con poder o disponer de un valioso "carné de partido", un documento que en España tiene más valor que cualquier doctorado universitario. Ese enjambre de zánganos y ordeñadores del Estado representan una injusticia monstruosa, imposible de financiar.
España, además de soportar a demasiados maleantes con poder acostumbrados a saquear la nación, tiene que mantener también a legiones de parásitos en un Estado enfermo de obesidad mórbida por culpa de sus malditos e ineptos políticos, agrupados en una de las peores clases políticas del mundo.
Ves a los políticos españoles hablando y actuando en la televisión y parecen normales, como si estuvieran sacrificándose y sirviendo a la nación, cuando la están dejando seca. Dominan el lenguaje y la simulación con rara perfección y consiguen engañar a millones de españoles, haciéndoles olvidar que en España las clases medias están siendo laminadas, que los ricos son cada vez mas ricos y los pobres acumulan cada día mas pobreza, que son los políticos los que han construido ese Estado injusto que tiene que financiarse con impuestos abusivos que aplastan a ciudadanos y empresas.
Hay que repetir hasta el cansancio que se puede prescindir de los gobiernos autonómicos, de las diputaciones provinciales, del Senado y de miles de instituciones públicas, observatorios, fundaciones y chiringuitos de todo tipo, creados por el poder sin otro fin que el de proporcionar empleo y dinero a los amigos. Hay que gritar que todo eso es saqueo y corrupción y que nada de eso es democracia y decencia.
Con su verborrea ocultan sus grandes pecados: que no representan a los ciudadanos, sino a sus propios partidos, que han desvirtuado la democracia, que han liquidado los valores y han creado una sociedad poblada por manadas incultas, inseguras, atemorizadas y fáciles de gobernar, eliminando también toda participación ciudadana en la política.
Por desgracia, hay muchos millones de españoles dispuestos a ratificar con sus votos el desastre político de España.
Las fechorías de los políticos son tan numerosas y todo es tan opaco que es difícil discernir que es peor, si la corrupción, el abuso de poder, la injusticia o el asesinato de la democracia y de los valores. Parece que no cometen delitos porque han aprendido a no dejar huellas en las fechorías corruptas, pero sus partidos tienen tantas causas abiertas y tantos militantes procesados que ya pueden considerarse asociaciones de maleantes. Hay cientos de abusos que cometen con impunidad porque no están tipificados, pero que en cualquier país democrático serían motivo de castigo, dimisión, deshonra e ilegalización.
Durante décadas los españoles, buena gente donde los haya, han soportado abusos increíbles, como mujeriegos y comisionistas en la cúspide del Estado, miles de políticos ilícitamente enriquecidos, cataratas de mentiras lanzadas desde los palacios del poder, cobros en dinero negro y utilización delictiva de los fondos reservados, además de actuar con impunidad, sin tener que rendir cuentas a la Justicia y a la ciudadanía, de violar la separación de poderes y tolerar que la ley no sea igual para todos.
Los españoles tenemos culpa en el desastre de la política por entregar el voto a los verdugos que fabricaban la cloacas año tras año e hicieron de España un país campeón en casi todas las suciedades: blanqueo de dinero, corrupción, desempleo masivo, avance de la pobreza, trata de blancas, tráfico y consumo de drogas, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, alcoholismo, dinero sucio, despilfarro, endeudamiento loco, enriquecimiento inexplicable, control antidemocrático de los medios de comunicación, compra de periodistas, Justicia subyugada, aniquilación de la sociedad civil, y un larguísimo etcétera que incluye algo tan grave como el mayor descrédito y desprecio ciudadano a su clase política en toda Europa.
España es hoy el mayor parque mundial de parásitos y como consecuencia de eso es también el país con más muertos por coronavirus en relación con la población, el que tiene más sanitarios contagiados y muertos y el que va a sufrir los peores daños en su economía como consecuencia de la pandemia.
Los parásitos de la naturaleza y los políticos son tan semejantes que el perecido sorprende y sobrecoge. Pueden devorar con aterradora facilidad a sus hospedadores e incluso controlar su conducta, como el siniestro Sacculina carcini, que se establece en un desafortunado cangrejo y devora todo menos aquello que su anfitrión necesita para llevarse comida a la boca, que será consumida por él. Del mismo modo, los políticos parasitan la sociedad, controlan su conducta, la devoran hasta dejarla sin voluntad ni defensas, pero la mantienen viva para que se paguen impuestos y ellos puedan mantener sus lujos, su poder y su estatus inmerecido de príncipes millonarios y rodeados de brillo.
Los parásitos son las formas de vida más evolucionadas y exitosas de la naturaleza y uno de los más poderosos motores de la historia. Pueden hasta controlar el pensamiento y la voluntad, como hace la criatura unicelular Toxoplasma gondii, que puede invadir el cerebro humano e influir en su conducta para asegurarse su supervivencia.
Pero ninguna criatura de la Tierra supera al político como parásito evolucionado, capaz de vivir a cuerpo de rey a costa de las criaturas de la sociedad, a las que domina, exprime, arruina y subyuga.
Los políticos nos parasitan cuando nos cobran impuestos desproporcionados, muchos más de los necesarios, que ellos emplean no tanto para sufragar los servicios básicos como para crear instituciones y empresas inútiles, donde colocan a sus amigos y familiares, y para costear con ese dinero sus lujos y caprichos. Los parásitos políticos se han apoderado de todos los resortes del poder, desde los ejércitos a la policía, los jueces, los medios de comunicación y el dinero público, un recurso que prácticamente es inagotable porque si necesitan más les basta meter la mano en el bolsillo del desgraciado ciudadano parasitado y quitárselo.
Los parásitos políticos hasta han conseguido aprender de la naturaleza el gran truco de que millones de sus huéspedes esquilmados y empobrecidos les voten y sancionen en las urnas su comportamiento depredador, explotador y esquilmador.
El parasitismo político es uno de los peores males del planeta y el político parásito es un ser despreciable y depredador que nunca soluciona los problemas, a pesar de que se le paga para eso. Es también un traidor porque traiciona sus raíces y la función para la que fue creado: ser un recurso humano para que las sociedades y los individuos vivieran mejor y disfrutando de felicidad, concordia, justicia y paz.
Imaginar un mundo sin políticos depredadores es el sueño humano más atractivo y fascinante. La sociedad que surgiría tras la erradicación del político podría parecerse al paraíso. Parece una quimera, pero erradicar a los parásitos malignos está alcance de la mano. Basta sustituirlos por ciudadanos decentes y de probada ética, dispuestos a servir en lugar de servirse del ciudadano y eliminar esos partidos políticos actuales, convertidos en escuelas de maleantes y depredadores que sólo viven de atiborrarse de privilegios y poder, mientras succionan la felicidad, la vida, el bienestar y la esperanza.
Los políticos, se mire como se mire, son el gran fracaso de la Humanidad.
Francisco Rubiales
España, además de soportar a demasiados maleantes con poder acostumbrados a saquear la nación, tiene que mantener también a legiones de parásitos en un Estado enfermo de obesidad mórbida por culpa de sus malditos e ineptos políticos, agrupados en una de las peores clases políticas del mundo.
Ves a los políticos españoles hablando y actuando en la televisión y parecen normales, como si estuvieran sacrificándose y sirviendo a la nación, cuando la están dejando seca. Dominan el lenguaje y la simulación con rara perfección y consiguen engañar a millones de españoles, haciéndoles olvidar que en España las clases medias están siendo laminadas, que los ricos son cada vez mas ricos y los pobres acumulan cada día mas pobreza, que son los políticos los que han construido ese Estado injusto que tiene que financiarse con impuestos abusivos que aplastan a ciudadanos y empresas.
Hay que repetir hasta el cansancio que se puede prescindir de los gobiernos autonómicos, de las diputaciones provinciales, del Senado y de miles de instituciones públicas, observatorios, fundaciones y chiringuitos de todo tipo, creados por el poder sin otro fin que el de proporcionar empleo y dinero a los amigos. Hay que gritar que todo eso es saqueo y corrupción y que nada de eso es democracia y decencia.
Con su verborrea ocultan sus grandes pecados: que no representan a los ciudadanos, sino a sus propios partidos, que han desvirtuado la democracia, que han liquidado los valores y han creado una sociedad poblada por manadas incultas, inseguras, atemorizadas y fáciles de gobernar, eliminando también toda participación ciudadana en la política.
Por desgracia, hay muchos millones de españoles dispuestos a ratificar con sus votos el desastre político de España.
Las fechorías de los políticos son tan numerosas y todo es tan opaco que es difícil discernir que es peor, si la corrupción, el abuso de poder, la injusticia o el asesinato de la democracia y de los valores. Parece que no cometen delitos porque han aprendido a no dejar huellas en las fechorías corruptas, pero sus partidos tienen tantas causas abiertas y tantos militantes procesados que ya pueden considerarse asociaciones de maleantes. Hay cientos de abusos que cometen con impunidad porque no están tipificados, pero que en cualquier país democrático serían motivo de castigo, dimisión, deshonra e ilegalización.
Durante décadas los españoles, buena gente donde los haya, han soportado abusos increíbles, como mujeriegos y comisionistas en la cúspide del Estado, miles de políticos ilícitamente enriquecidos, cataratas de mentiras lanzadas desde los palacios del poder, cobros en dinero negro y utilización delictiva de los fondos reservados, además de actuar con impunidad, sin tener que rendir cuentas a la Justicia y a la ciudadanía, de violar la separación de poderes y tolerar que la ley no sea igual para todos.
Los españoles tenemos culpa en el desastre de la política por entregar el voto a los verdugos que fabricaban la cloacas año tras año e hicieron de España un país campeón en casi todas las suciedades: blanqueo de dinero, corrupción, desempleo masivo, avance de la pobreza, trata de blancas, tráfico y consumo de drogas, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, alcoholismo, dinero sucio, despilfarro, endeudamiento loco, enriquecimiento inexplicable, control antidemocrático de los medios de comunicación, compra de periodistas, Justicia subyugada, aniquilación de la sociedad civil, y un larguísimo etcétera que incluye algo tan grave como el mayor descrédito y desprecio ciudadano a su clase política en toda Europa.
España es hoy el mayor parque mundial de parásitos y como consecuencia de eso es también el país con más muertos por coronavirus en relación con la población, el que tiene más sanitarios contagiados y muertos y el que va a sufrir los peores daños en su economía como consecuencia de la pandemia.
Los parásitos de la naturaleza y los políticos son tan semejantes que el perecido sorprende y sobrecoge. Pueden devorar con aterradora facilidad a sus hospedadores e incluso controlar su conducta, como el siniestro Sacculina carcini, que se establece en un desafortunado cangrejo y devora todo menos aquello que su anfitrión necesita para llevarse comida a la boca, que será consumida por él. Del mismo modo, los políticos parasitan la sociedad, controlan su conducta, la devoran hasta dejarla sin voluntad ni defensas, pero la mantienen viva para que se paguen impuestos y ellos puedan mantener sus lujos, su poder y su estatus inmerecido de príncipes millonarios y rodeados de brillo.
Los parásitos son las formas de vida más evolucionadas y exitosas de la naturaleza y uno de los más poderosos motores de la historia. Pueden hasta controlar el pensamiento y la voluntad, como hace la criatura unicelular Toxoplasma gondii, que puede invadir el cerebro humano e influir en su conducta para asegurarse su supervivencia.
Pero ninguna criatura de la Tierra supera al político como parásito evolucionado, capaz de vivir a cuerpo de rey a costa de las criaturas de la sociedad, a las que domina, exprime, arruina y subyuga.
Los políticos nos parasitan cuando nos cobran impuestos desproporcionados, muchos más de los necesarios, que ellos emplean no tanto para sufragar los servicios básicos como para crear instituciones y empresas inútiles, donde colocan a sus amigos y familiares, y para costear con ese dinero sus lujos y caprichos. Los parásitos políticos se han apoderado de todos los resortes del poder, desde los ejércitos a la policía, los jueces, los medios de comunicación y el dinero público, un recurso que prácticamente es inagotable porque si necesitan más les basta meter la mano en el bolsillo del desgraciado ciudadano parasitado y quitárselo.
Los parásitos políticos hasta han conseguido aprender de la naturaleza el gran truco de que millones de sus huéspedes esquilmados y empobrecidos les voten y sancionen en las urnas su comportamiento depredador, explotador y esquilmador.
El parasitismo político es uno de los peores males del planeta y el político parásito es un ser despreciable y depredador que nunca soluciona los problemas, a pesar de que se le paga para eso. Es también un traidor porque traiciona sus raíces y la función para la que fue creado: ser un recurso humano para que las sociedades y los individuos vivieran mejor y disfrutando de felicidad, concordia, justicia y paz.
Imaginar un mundo sin políticos depredadores es el sueño humano más atractivo y fascinante. La sociedad que surgiría tras la erradicación del político podría parecerse al paraíso. Parece una quimera, pero erradicar a los parásitos malignos está alcance de la mano. Basta sustituirlos por ciudadanos decentes y de probada ética, dispuestos a servir en lugar de servirse del ciudadano y eliminar esos partidos políticos actuales, convertidos en escuelas de maleantes y depredadores que sólo viven de atiborrarse de privilegios y poder, mientras succionan la felicidad, la vida, el bienestar y la esperanza.
Los políticos, se mire como se mire, son el gran fracaso de la Humanidad.
Francisco Rubiales