Si los políticos gestionaran el mar, en cinco años se acababa el agua
Las últimas encuestas reflejan que los españoles están hastiados de sus políticos y auguran un estallido de abstención, votos en blanco y votos anulados de protesta. Ese cansancio y desprecio a la clase política representa un auténtico cambio en el electorado español, que, indignado, se ha vuelto más exigente y maduro.
Entre los que siguen dispuestos a ejercer el voto, el PP, incapaz de ilusionar, se mantiene a duras penas como primera fuerza, Podemos y el PSOE tienden a perder posiciones, a pesar de la alianza de poder de Podemos con Izquierda Unida, y sube ligeramente Ciudadanos. Según los sociólogos, esas tendencias son el resultado del rechazo a la ambición desmedida y del interés del electorado español por premiar el espíritu de diálogo y concordia en las lamentables y fallidas negociaciones para formar gobierno, tras las elecciones del 20 de diciembre.
El rechazo de los españoles a la exhibición de ambición mostrada por Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y otros dirigentes de Podemos y del PSOE, en los que el pueblo ve más obsesión por el poder que por el servicio y más ganas de cargos y sillones que de mejorar la política española, está siendo sólido, hasta el punto de que están surgiendo fisuras y grietas en la estructura de esos partidos, en especial de Podemos, porque muchos miembros de ese nuevo partido consideran errónea la estrategia de Iglesias y de su equipo dirigente.
Los tiempos en los que la ambición y el instinto depredador eran premiados por el electorado han desaparecido. Ahora, cansados de ambiciosos y corruptos, los españoles quieren ver en el poder a políticos serviciales, humildes y empeñados en servir y cambiar la sociedad, más que en atiborrarse de poder y privilegios. Ese es un cambio sustancial y positivo, cargado de esperanza, pero también de frustración y rabia porque esos políticos serviciales, decentes, responsables y eficaces no existen en el panorama político español, ni en la derecha, ni en la izquierda.
Los españoles de hace tres décadas se reían y aplaudían las imbecilidades de aquel Alfonso Guerra que decía que Montesquieu había muerto y que "el que se mueve no sale en la foto", mientras imponía en la política otras máximas de pésimo estilo y nada democráticas, como "al enemigo ni agua" o "en política vale todo", auténticas herejías del sistema.
Los tiempos cambian y, por fortuna, los aires políticos españoles están cambiando también, no por voluntad propia de unos partidos que están podridos de corrupción y ansias de poder, sino por presión de un pueblo que está harto de soportar a depredadores, sátrapas, ambiciosos y egoístas que no gobiernan para el pueblo sino para ellos mismos.
Los ciudadanos acuden ya a las urnas con espíritu de venganza y con ánimo de castigar a los políticos que se burlan de la voluntad popular, que se bañan en la corrupción, que adoran los privilegios, que contemplan la política como una "carrera" profesional cargada de compensaciones y que desprecian al ciudadano y a sus exigencias.
Como no encuentran a políticos decentes, demócratas y capaces de ser verdaderos líderes, se arrojan en manos de la abstención, de la protesta y del castigo en las urnas.
Si se les permitiera manifestarse mediante referendum, los españoles aprobarían muchas reformas a las que los políticos de oponen, entre ellas la reducción drástica del tamaño del Estado y del número de políticos parásitos que viven del erario, el fin de la financiación pública de los partidos, la eliminación de las autonomías, la separación de los poderes, sobre todo de de la Justicia, vergonzosamente sometida al poder político, la reforma de la desigual, injusta y desequilibrada Ley Electoral y una profunda reforma del sistema de representación, que obligue a los partidos y a los diputados y senadores a rendir cuenta ante el ciudadano, no como ocurre ahora, que los ignoran y que sólo rinden cuentas y obedecen a sus respectivos partidos.
El cambio de tendencia en los gustos y exigencias de los ciudadanos españoles tiene que reflejarse en la política. Si los actuales partidos y sus políticos siguen oponiéndose a los deseos del pueblo, los ciudadanos terminarán despreciando la democracia, odiando a los políticos y esperando con ansias la llegada de cualquier salvapatrias que les prometa acabar con los politicastros y sus abusos.
Francisco Rubiales
Entre los que siguen dispuestos a ejercer el voto, el PP, incapaz de ilusionar, se mantiene a duras penas como primera fuerza, Podemos y el PSOE tienden a perder posiciones, a pesar de la alianza de poder de Podemos con Izquierda Unida, y sube ligeramente Ciudadanos. Según los sociólogos, esas tendencias son el resultado del rechazo a la ambición desmedida y del interés del electorado español por premiar el espíritu de diálogo y concordia en las lamentables y fallidas negociaciones para formar gobierno, tras las elecciones del 20 de diciembre.
El rechazo de los españoles a la exhibición de ambición mostrada por Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y otros dirigentes de Podemos y del PSOE, en los que el pueblo ve más obsesión por el poder que por el servicio y más ganas de cargos y sillones que de mejorar la política española, está siendo sólido, hasta el punto de que están surgiendo fisuras y grietas en la estructura de esos partidos, en especial de Podemos, porque muchos miembros de ese nuevo partido consideran errónea la estrategia de Iglesias y de su equipo dirigente.
Los tiempos en los que la ambición y el instinto depredador eran premiados por el electorado han desaparecido. Ahora, cansados de ambiciosos y corruptos, los españoles quieren ver en el poder a políticos serviciales, humildes y empeñados en servir y cambiar la sociedad, más que en atiborrarse de poder y privilegios. Ese es un cambio sustancial y positivo, cargado de esperanza, pero también de frustración y rabia porque esos políticos serviciales, decentes, responsables y eficaces no existen en el panorama político español, ni en la derecha, ni en la izquierda.
Los españoles de hace tres décadas se reían y aplaudían las imbecilidades de aquel Alfonso Guerra que decía que Montesquieu había muerto y que "el que se mueve no sale en la foto", mientras imponía en la política otras máximas de pésimo estilo y nada democráticas, como "al enemigo ni agua" o "en política vale todo", auténticas herejías del sistema.
Los tiempos cambian y, por fortuna, los aires políticos españoles están cambiando también, no por voluntad propia de unos partidos que están podridos de corrupción y ansias de poder, sino por presión de un pueblo que está harto de soportar a depredadores, sátrapas, ambiciosos y egoístas que no gobiernan para el pueblo sino para ellos mismos.
Los ciudadanos acuden ya a las urnas con espíritu de venganza y con ánimo de castigar a los políticos que se burlan de la voluntad popular, que se bañan en la corrupción, que adoran los privilegios, que contemplan la política como una "carrera" profesional cargada de compensaciones y que desprecian al ciudadano y a sus exigencias.
Como no encuentran a políticos decentes, demócratas y capaces de ser verdaderos líderes, se arrojan en manos de la abstención, de la protesta y del castigo en las urnas.
Si se les permitiera manifestarse mediante referendum, los españoles aprobarían muchas reformas a las que los políticos de oponen, entre ellas la reducción drástica del tamaño del Estado y del número de políticos parásitos que viven del erario, el fin de la financiación pública de los partidos, la eliminación de las autonomías, la separación de los poderes, sobre todo de de la Justicia, vergonzosamente sometida al poder político, la reforma de la desigual, injusta y desequilibrada Ley Electoral y una profunda reforma del sistema de representación, que obligue a los partidos y a los diputados y senadores a rendir cuenta ante el ciudadano, no como ocurre ahora, que los ignoran y que sólo rinden cuentas y obedecen a sus respectivos partidos.
El cambio de tendencia en los gustos y exigencias de los ciudadanos españoles tiene que reflejarse en la política. Si los actuales partidos y sus políticos siguen oponiéndose a los deseos del pueblo, los ciudadanos terminarán despreciando la democracia, odiando a los políticos y esperando con ansias la llegada de cualquier salvapatrias que les prometa acabar con los politicastros y sus abusos.
Francisco Rubiales