El mundo está cambiando a pasos de gigante. Lo que era útil en el siglo XX no sirve para el siglo XXI. La sociedad civil y los ciudadanos quieren recuperar el protagonismo frente a un Estado del que se han apropiado los partidos políticos, organizaciones mafiosas que ya han perdido el pudor, que cada día están mas lejos de la democracia y que han decidido, con descaro, atrincherarse en el poder y en los privilegios, negándose a entregar a la ciudadanía lo que les pertenece en democracia. Políticos y ciudadanos eran antes dos piezas complementarias del mismo sistema, pero hoy son dos bloques distintos y enfrentados, los políticos como usurpadores de un poder democrático que pertenece al ciudadano y el ciudadano, indignado ante el comportamiento de unos políticos que han dejado de ser servidores de la ciudadanía para convertirse en amos del sistema y muchas veces, también, en usurpadores.
Los políticos demandaron y obtuvieron todo el poder en el siglo XX para solucionar los problemas del planeta, pero no han conseguido apenas nada y han fracasado. Los ciudadanos quieren reformar el sistema y recuperar el poder que entregaron a los partidos y a los políticos profesionales, pero éstos se niegan a devolverlos y, atrincherados en el Estado, se han convertido en adversarios del ciudadano y, muchas veces, también en enemigos del pueblo y predadores de la democracia.
La reacción del ciudadano ante la actitud obstruccionista y mafiosa de la clase política, que se niega a devolver lo que no le pertenece, es de rechazo y desprecio, unos sentimientos que se manifiestan con toda crudeza en el único momento en el que el ciudadano tiene poder: cuando las urnas se abren. Entonces, vota sin misericordia en contra del gobierno, por venganza, porque los ciudadanos se sienten estafados por la clase política.
El rechazo anímico e intelectual a los políticos es tan grannde y creciente que los gobiernos, uno tras otro, caen derrotados en las urnas, como acaba de ocurrirle a Sarkozy y a Ángela Merkel en las elecciones parciales de los landers alemanes.
El enfrentamiento entre ciudadanos y políticos está servido y esa lucha se manifiesta en mil detalles. Uno de ellos es el movimiento de los Indignados, de nuevo activado y lanzando consignas como "¡Mariano, que no llegas al verano!" y "¡Son maleantes, los que cazan elefantes!", que reflejan el malestar frente a la "casta" política, pero el rasgo más importante es el desprestigio inmenso de la clase política, cuyos niveles reales sobrepasan en mucho lo que reflejan las encuestas.
Los políticos demandaron y obtuvieron todo el poder en el siglo XX para solucionar los problemas del planeta, pero no han conseguido apenas nada y han fracasado. Los ciudadanos quieren reformar el sistema y recuperar el poder que entregaron a los partidos y a los políticos profesionales, pero éstos se niegan a devolverlos y, atrincherados en el Estado, se han convertido en adversarios del ciudadano y, muchas veces, también en enemigos del pueblo y predadores de la democracia.
La reacción del ciudadano ante la actitud obstruccionista y mafiosa de la clase política, que se niega a devolver lo que no le pertenece, es de rechazo y desprecio, unos sentimientos que se manifiestan con toda crudeza en el único momento en el que el ciudadano tiene poder: cuando las urnas se abren. Entonces, vota sin misericordia en contra del gobierno, por venganza, porque los ciudadanos se sienten estafados por la clase política.
El rechazo anímico e intelectual a los políticos es tan grannde y creciente que los gobiernos, uno tras otro, caen derrotados en las urnas, como acaba de ocurrirle a Sarkozy y a Ángela Merkel en las elecciones parciales de los landers alemanes.
El enfrentamiento entre ciudadanos y políticos está servido y esa lucha se manifiesta en mil detalles. Uno de ellos es el movimiento de los Indignados, de nuevo activado y lanzando consignas como "¡Mariano, que no llegas al verano!" y "¡Son maleantes, los que cazan elefantes!", que reflejan el malestar frente a la "casta" política, pero el rasgo más importante es el desprestigio inmenso de la clase política, cuyos niveles reales sobrepasan en mucho lo que reflejan las encuestas.