La rebelión ciudadana contra el mal gobierno será probablemente, la gran batalla cívica del siglo XXI, una aventura ilusionante y regeneradora que ya ha comenzado.
Esos mismos ciudadanos que son llamados a votar cada cuatro o cinco años constatan, una y otra vez, que las mismas lacras y dramas que afectan a la sociedad desde hace siglos continuan vigentes, sin que los políticos, a los que se les paga con sueldos generosos, poder y privilegios precisamente para que construyan un mundo más justo y mejor, hayan conseguido apenas nada. El hambre, la miseria, la desigualdad, la injusticia, la violencia, el desempleo, la carencia de vivienda, la incultura y otros muchos males se han convertido en endémicos y en la evidencia más clara del fracaso de una clase política ineficiente y de pésimo nivel.
Los ciudadanos no están "desorientados", como afirman algunos políticos y expertos, sino en abierta rebeldía, votando contra los gobiernos y contra lo que dicen los expertos, convencidos de que deben hacer algo para mejorar la calidad, la dignidad y la eficiencia de una política democratica cuyo grado de degradación les parece insoportable.
La rebeldía ciudadana empezó a ser visible en España, donde el arrogante gobierno de José María Aznar, que se había atrevido a implicar a España en una guerra exterior, la de Irak, en contra de la opinión de la sociedad, fue inesperadamente enviado por el voto ciudadano a la oposición, precisamente cuando podía presentar ante los votantes el indudable mérito de una gestión económica brillante, creadora de empleo y de prosperidad.
Después vinieron los "noes" a la Constitución Europea de Francia y Holanda, que deben interpretarse como pura "rebeldía" ciudadana ante una Europa diseñada y construída a sus espaldas, del mismo modo que la revolución Naranja de Ucrania, que acabó con un régimen burocrático carcomido, heredero del stalinismo, y los ya más próximos resultados electorales en Alemania y Polonia, donde más que una apuesta ideológica lo que los ciudadanos han hecho es "rechazar" un estilo de gobierno.
Los ciudadanos saben que, aunque hayan sido marginados de la política por los partidos y por los políticos profesionales, todavía conservan el poder cuando se abren las urnas, y lo están demostrando. El voto ciudadano está cambiando muchas cosas en la política actual y está lanzando el claro mensaje de que el poder político debe perder arrogancia, limpiarse de corrupción e ineficacia y autolimitarse, un mensaje que si no es atendido pronto por los alienados políticos, va a repetirse hasta la saciedad, incrementarse y pronunciarse en otros foros de manera más drástica.
Se equivocan los que sólo ven en este voto ciudadano un rechazo al liberalismo y a la globalización, o un reflejo del miedo a que desaparezca el Estado del Bienestar. Es esa una interpretación interesada y mentirosa. Si ese es el mensaje, ¿por qué entonces la socialdemocracia, impusora del Estado Benefactor, está siendo derrotada por doquier (en Alemania, en Polonia...)?
Lo que los ciudadanos están haciendo es gritar para que se acabe la fiesta, para que en lugar de asustarles con la amenaza terrorista, los gobiernos y los partidos solucionen los grandes problemas del mundo, la desigualdad, la miseria, la guerra, etc., para que los líderes dejen de ser ineficientes y ofrezcan a los pueblos salidas y soluciones, la principal de las cuales deberá ser la regeneración de una democracia que ha sido secuestrada y degradada por los élites políticas profesionalizadas.
Lo que los ciudadanos rechazan no es la globalización, ni la derecha, ni la izquierda, sino mucho más: una forma bastarda de hacer política, un estilo arrogante de gobernar en la que los políticos se creen dueños del poder, se divorcian de los ciudadanos y se transforman en los "nuevos amos; del mundo.
Como advirtió un día Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, " Los gobiernos se han vuelto excesivamente arrogantes ".
Como consecuencia de esa "rebeldía" ciudadana, la Constitución Europea que un día redactó el arrogante Giscard y su equipo de tecnócratas, ha tenido que ser enterrada, sin que ninguno de sus mentores se atreva hoy a mencionarla siquiera. Esa "rebeldía" ha logrado ya que algunos partidos políticos que tenían en sus manos todo el poder, como el socialdemócrata polaco, tenga que abandonar sus prácticas corruptas y regenerarse en la oposición.
Esos mismos ciudadanos que son llamados a votar cada cuatro o cinco años constatan, una y otra vez, que las mismas lacras y dramas que afectan a la sociedad desde hace siglos continuan vigentes, sin que los políticos, a los que se les paga con sueldos generosos, poder y privilegios precisamente para que construyan un mundo más justo y mejor, hayan conseguido apenas nada. El hambre, la miseria, la desigualdad, la injusticia, la violencia, el desempleo, la carencia de vivienda, la incultura y otros muchos males se han convertido en endémicos y en la evidencia más clara del fracaso de una clase política ineficiente y de pésimo nivel.
Los ciudadanos no están "desorientados", como afirman algunos políticos y expertos, sino en abierta rebeldía, votando contra los gobiernos y contra lo que dicen los expertos, convencidos de que deben hacer algo para mejorar la calidad, la dignidad y la eficiencia de una política democratica cuyo grado de degradación les parece insoportable.
La rebeldía ciudadana empezó a ser visible en España, donde el arrogante gobierno de José María Aznar, que se había atrevido a implicar a España en una guerra exterior, la de Irak, en contra de la opinión de la sociedad, fue inesperadamente enviado por el voto ciudadano a la oposición, precisamente cuando podía presentar ante los votantes el indudable mérito de una gestión económica brillante, creadora de empleo y de prosperidad.
Después vinieron los "noes" a la Constitución Europea de Francia y Holanda, que deben interpretarse como pura "rebeldía" ciudadana ante una Europa diseñada y construída a sus espaldas, del mismo modo que la revolución Naranja de Ucrania, que acabó con un régimen burocrático carcomido, heredero del stalinismo, y los ya más próximos resultados electorales en Alemania y Polonia, donde más que una apuesta ideológica lo que los ciudadanos han hecho es "rechazar" un estilo de gobierno.
Los ciudadanos saben que, aunque hayan sido marginados de la política por los partidos y por los políticos profesionales, todavía conservan el poder cuando se abren las urnas, y lo están demostrando. El voto ciudadano está cambiando muchas cosas en la política actual y está lanzando el claro mensaje de que el poder político debe perder arrogancia, limpiarse de corrupción e ineficacia y autolimitarse, un mensaje que si no es atendido pronto por los alienados políticos, va a repetirse hasta la saciedad, incrementarse y pronunciarse en otros foros de manera más drástica.
Se equivocan los que sólo ven en este voto ciudadano un rechazo al liberalismo y a la globalización, o un reflejo del miedo a que desaparezca el Estado del Bienestar. Es esa una interpretación interesada y mentirosa. Si ese es el mensaje, ¿por qué entonces la socialdemocracia, impusora del Estado Benefactor, está siendo derrotada por doquier (en Alemania, en Polonia...)?
Lo que los ciudadanos están haciendo es gritar para que se acabe la fiesta, para que en lugar de asustarles con la amenaza terrorista, los gobiernos y los partidos solucionen los grandes problemas del mundo, la desigualdad, la miseria, la guerra, etc., para que los líderes dejen de ser ineficientes y ofrezcan a los pueblos salidas y soluciones, la principal de las cuales deberá ser la regeneración de una democracia que ha sido secuestrada y degradada por los élites políticas profesionalizadas.
Lo que los ciudadanos rechazan no es la globalización, ni la derecha, ni la izquierda, sino mucho más: una forma bastarda de hacer política, un estilo arrogante de gobernar en la que los políticos se creen dueños del poder, se divorcian de los ciudadanos y se transforman en los "nuevos amos; del mundo.
Como advirtió un día Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, " Los gobiernos se han vuelto excesivamente arrogantes ".
Como consecuencia de esa "rebeldía" ciudadana, la Constitución Europea que un día redactó el arrogante Giscard y su equipo de tecnócratas, ha tenido que ser enterrada, sin que ninguno de sus mentores se atreva hoy a mencionarla siquiera. Esa "rebeldía" ha logrado ya que algunos partidos políticos que tenían en sus manos todo el poder, como el socialdemócrata polaco, tenga que abandonar sus prácticas corruptas y regenerarse en la oposición.