La ruta del odio catalana
Cataluña es una sociedad enferma de odio y de bajeza, pero esos hijos del odio nos están ganando la partida porque nos están contaminando. Cataluña es una sociedad enferma, lo sabemos todos, pero nos están contagiando su enfermedad mortal. Ya vemos a catalanes paseando por otras regiones de España y nos repele. En el Betis hay un entrenador catalán, Rubi, al que los jugadores rechazan, entre otras razone porque habla en catalán con su equipo técnico, marginando sin educación a los futbolistas. Nos pasa a todos. Ya no hacemos el boicot a los productos catalanes por ideología o por principios, sino por instinto. Lo mismo ocurre con los locutores y presentadores catalanes que inundan la radio y la televisión. Nos caen mal y pierden audiencia. El problema catalán ya no es un conflicto sino una epidemia y el tratamiento, más que político tiene que ser de medicina intensiva.
Hace poco me dijo un amigo que llevaba años comprando una marca de desodorante y que siempre tiene seis o siete envases en el armario de su baño. "Cuando descubrí que mi marca preferida era catalana, tiré todos los envases a la basura y, por supuesto, nunca más volveré a comprar otro".
Los políticos catalanes han realizado con el odio una operación de alta intensidad, quizás inédita en el planeta. No sabemos como pero han inyectado el odio en la sangre catalana y han contaminado ya hasta el ADN. Lo peor de los conflictos callejeros de los CDR son los ojos de los activistas. Proyectan un odio tan intenso que dan miedo.
En vísperas de la Expo 92, Jordi Pujol, por entonces presidente de la Generalitat, vino a Sevilla y reconoció que la imagen de Cataluña se estaba deteriorando seriamente. Afirmó que "tendríamos que invertir más de 10.000 millones de pesetas en mejorar esa imagen ante los españoles". Nunca lo hizo y optó por alimentar el odio. Hoy, la inversión necesaria para recuperar el afecto y el respeto a Cataluña en el resto de la España ofendida y hostigada por el independentismo superaría el PIB anual de España, una cantidad astronómica e imposible, porque el rechazo está ya afincado en la médula y en las entrañas.
La operación de los catalanes será estudiada como una monstruosidad en las universidades del futuro. Como no tenían leyes que les apoyaran y lo tenían todo en contra, como el derecho de autodeterminación no existe en ningún lugar del mundo para los pueblo que se integran en los viejos estados, ellos inventaron una nueva ruta hacia la independencia, "la ruta del odio". Es una ruta inmoral, miserable, casi inhumana, únicamente practicable desde una sociedad enferma y putrefacta, pero ellos han optado por ese camino, tan destructor que los consumirá y los envilecerá de manera irreversible.
Nunca antes un pueblo ha optado por el odio con tanta fuerza. Ni siquiera Vietnam, cuando sufría el bombardeo inmisericorde de los B-52 norteamericanos, sintió tanto odio como sienten hoy los políticos independentistas catalanes y sus seguidores adoctrinados. Ni siquiera los judíos del gueto de Varsovia, durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial, sintieron por sus verdugos tanto odio como el que han cultivado los catalanes.
Si el odio sigue avanzando, cultivado en los palacios catalanes de gobierno, en las escuelas, universidades, centros cívicos y hasta hogares, a los catalanes no les bastará con separarse de España y tendrán que construir un muro enorme que les separe de su vieja patria común. Los expertos no cesan de advertir que si el ácido verde del odio sigue creciendo, habrá tragedias y sangre muy pronto.
Los amigos catalanes los estamos perdiendo, los equipos de colaboración científica y médica integrados por españoles y catalanes se hacen trizas, las familias se dividen y hasta los hijos se enfrentan a los padres, todos víctimas del odio corrosivo, convertido en la peor bajeza de la raza humana, un sentimiento que nos hace regresar a la edad de piedra.
¿Que como se soluciona esto? Yo ya no lo sé, ni conozco a nadie que lo sepa, pero sé que habría que detenerla, por el bien de todos. Es como defenderse de un tsunami. Es imposible porque el monstruo lo devora todo, sobre todo a sus creadores.
Francisco Rubiales
Hace poco me dijo un amigo que llevaba años comprando una marca de desodorante y que siempre tiene seis o siete envases en el armario de su baño. "Cuando descubrí que mi marca preferida era catalana, tiré todos los envases a la basura y, por supuesto, nunca más volveré a comprar otro".
Los políticos catalanes han realizado con el odio una operación de alta intensidad, quizás inédita en el planeta. No sabemos como pero han inyectado el odio en la sangre catalana y han contaminado ya hasta el ADN. Lo peor de los conflictos callejeros de los CDR son los ojos de los activistas. Proyectan un odio tan intenso que dan miedo.
En vísperas de la Expo 92, Jordi Pujol, por entonces presidente de la Generalitat, vino a Sevilla y reconoció que la imagen de Cataluña se estaba deteriorando seriamente. Afirmó que "tendríamos que invertir más de 10.000 millones de pesetas en mejorar esa imagen ante los españoles". Nunca lo hizo y optó por alimentar el odio. Hoy, la inversión necesaria para recuperar el afecto y el respeto a Cataluña en el resto de la España ofendida y hostigada por el independentismo superaría el PIB anual de España, una cantidad astronómica e imposible, porque el rechazo está ya afincado en la médula y en las entrañas.
La operación de los catalanes será estudiada como una monstruosidad en las universidades del futuro. Como no tenían leyes que les apoyaran y lo tenían todo en contra, como el derecho de autodeterminación no existe en ningún lugar del mundo para los pueblo que se integran en los viejos estados, ellos inventaron una nueva ruta hacia la independencia, "la ruta del odio". Es una ruta inmoral, miserable, casi inhumana, únicamente practicable desde una sociedad enferma y putrefacta, pero ellos han optado por ese camino, tan destructor que los consumirá y los envilecerá de manera irreversible.
Nunca antes un pueblo ha optado por el odio con tanta fuerza. Ni siquiera Vietnam, cuando sufría el bombardeo inmisericorde de los B-52 norteamericanos, sintió tanto odio como sienten hoy los políticos independentistas catalanes y sus seguidores adoctrinados. Ni siquiera los judíos del gueto de Varsovia, durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial, sintieron por sus verdugos tanto odio como el que han cultivado los catalanes.
Si el odio sigue avanzando, cultivado en los palacios catalanes de gobierno, en las escuelas, universidades, centros cívicos y hasta hogares, a los catalanes no les bastará con separarse de España y tendrán que construir un muro enorme que les separe de su vieja patria común. Los expertos no cesan de advertir que si el ácido verde del odio sigue creciendo, habrá tragedias y sangre muy pronto.
Los amigos catalanes los estamos perdiendo, los equipos de colaboración científica y médica integrados por españoles y catalanes se hacen trizas, las familias se dividen y hasta los hijos se enfrentan a los padres, todos víctimas del odio corrosivo, convertido en la peor bajeza de la raza humana, un sentimiento que nos hace regresar a la edad de piedra.
¿Que como se soluciona esto? Yo ya no lo sé, ni conozco a nadie que lo sepa, pero sé que habría que detenerla, por el bien de todos. Es como defenderse de un tsunami. Es imposible porque el monstruo lo devora todo, sobre todo a sus creadores.
Francisco Rubiales