Algunos demócratas de pacotilla opinan que los Presupuestos Participativos" son la panacea de la democracia, una especie de líquido limpiador que cubre las manchas totalitarias y una pócima milagrosa que es capaz de convertir las oligocracias de partido en democracias reales. Pero, la verdad es que, como están siendo utilizados, esos presupuestos, teóricamente elaborados por los ciudadanos, son una auténtica estafa.
La democracia no consiste en que los políticos consulten a los ciudadanos y que, después de esa consulta, tomen las decisiones que consideren pertinentes, sino en que la soberanía y el poder real sean del ciudadano, lo que no es lo mismo.
Los "Presupuestos Participativos" son todo un icono de la izquierda progresista que consiste en que los ciudadanos se reunan y opinen sobre cómo y en qué hay que gastar el dinero. Tras esas deliberaciones ciudadanas, los políticos, que son los que tienen en exclusiva el poder político y el control del presupuesto, consideran los criterios ciudadanos como "sugerencias" y adoptan sólo las que les parecen oportunas, ignorando las que no les gustan.
Así entendidos, los Presupuestos Participativos son un teatro, un disfraz democrático que permite a los políticos seguir haciendo lo que quieren, pero ahora con la justificación de que esas decisiones son "demandas ciudadanas".
En Sevilla, concretamente, los procesos de presupuestos participativos han arrojado contenidos interesantes, dentro de los cuales quizás la más insistente demanda ciudadana fue la de incrementar la seguridad en las calles, cada día más desoladas y amenazantes, sin policías y sin preseencia de la autoridad democrática. Sin embargo, los políticos, incapaces de afrontar el problema de la inseguridad, asumieron como principal demanda "el carril bici".
A pesar de los presupuestos participativos y de las prioridades ciudadanas claramente señaladas, las heridas más graves de Sevilla han seguido abiertas y la policía sigue ausente de unas calles cada día más inseguras.
El panorama de la inseguridad, denunciado infructuosamente, una y otra vez, por los ciudadanos en las asambleas participativas, es desolador: cuando llamas a la policía, en lugar de acudir con urgencia, preguntan si "hay o no hay sangre", para decidir si acude una policía u otra. Si denuncias un robo, la policía te disuade y te deja planchado cuando dice: "No merece la pena denunciar porque lo robado no aparece y los jueces sueltan a los delincuentes al día siguiente". Cuando acudes a la policía para presentar una denuncia, percibes la molestia de los funcionarios. Sin embargo, esos mismos servidores públicos son eficaces y minuciosos sólo cuando ponen multas. Algunos, para colmo de desolación, te dicen que son muy pocos y están mal pagados. Otros van todavía más lejos y afirman que la mayoría de los agentes están dedicados a proteger políticos.
La única manera de que la democracia sea real consiste en devolver a los ciudadanos el poder que les corresponde como soberanos del sistema y creando cauces para que los ciudadanos puedan controlar real y efectivamente a los polítiicos, que son sus servidores, no sus "amos". El resto es pura estafa.
La democracia no consiste en que los políticos consulten a los ciudadanos y que, después de esa consulta, tomen las decisiones que consideren pertinentes, sino en que la soberanía y el poder real sean del ciudadano, lo que no es lo mismo.
Los "Presupuestos Participativos" son todo un icono de la izquierda progresista que consiste en que los ciudadanos se reunan y opinen sobre cómo y en qué hay que gastar el dinero. Tras esas deliberaciones ciudadanas, los políticos, que son los que tienen en exclusiva el poder político y el control del presupuesto, consideran los criterios ciudadanos como "sugerencias" y adoptan sólo las que les parecen oportunas, ignorando las que no les gustan.
Así entendidos, los Presupuestos Participativos son un teatro, un disfraz democrático que permite a los políticos seguir haciendo lo que quieren, pero ahora con la justificación de que esas decisiones son "demandas ciudadanas".
En Sevilla, concretamente, los procesos de presupuestos participativos han arrojado contenidos interesantes, dentro de los cuales quizás la más insistente demanda ciudadana fue la de incrementar la seguridad en las calles, cada día más desoladas y amenazantes, sin policías y sin preseencia de la autoridad democrática. Sin embargo, los políticos, incapaces de afrontar el problema de la inseguridad, asumieron como principal demanda "el carril bici".
A pesar de los presupuestos participativos y de las prioridades ciudadanas claramente señaladas, las heridas más graves de Sevilla han seguido abiertas y la policía sigue ausente de unas calles cada día más inseguras.
El panorama de la inseguridad, denunciado infructuosamente, una y otra vez, por los ciudadanos en las asambleas participativas, es desolador: cuando llamas a la policía, en lugar de acudir con urgencia, preguntan si "hay o no hay sangre", para decidir si acude una policía u otra. Si denuncias un robo, la policía te disuade y te deja planchado cuando dice: "No merece la pena denunciar porque lo robado no aparece y los jueces sueltan a los delincuentes al día siguiente". Cuando acudes a la policía para presentar una denuncia, percibes la molestia de los funcionarios. Sin embargo, esos mismos servidores públicos son eficaces y minuciosos sólo cuando ponen multas. Algunos, para colmo de desolación, te dicen que son muy pocos y están mal pagados. Otros van todavía más lejos y afirman que la mayoría de los agentes están dedicados a proteger políticos.
La única manera de que la democracia sea real consiste en devolver a los ciudadanos el poder que les corresponde como soberanos del sistema y creando cauces para que los ciudadanos puedan controlar real y efectivamente a los polítiicos, que son sus servidores, no sus "amos". El resto es pura estafa.