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Lopera: la caida de un presidente 'señorito'





Nadie duda que Manuel Ruiz de Lopera, presidente del club de fútbol Real Betis, llegó a ser un ídolo popular, un tipo querido por los béticos y por otros muchos andaluces y españoles, que le reian sus gracias y que se sentian atrídos por ese personaje pintoresco, hecho a si mismo, mitad tímido, mitad payaso, que alcanzó el cénit de la fama cuando se creó la peña "Lo que diga Don Manué".

Sus gestos, como el de besar las estampas de Jesús del Gran Poder que lleva siempre en se chaqueta gris, se hicieron populares y hacían reir, mientras que sus comparecencias en los programas de radio y televisión de más audiencia resultaban estelares y el presidente, antiguo ditero, hasta se atrevía a contar chistes, ante la desesperación de muchos andaluces inquietos y cultos que, desde el principio, lo vieron como un demagogo populista que terminaría apropiándose del histórico club.

Sin embargo, la afición lo recibió con los brazos abiertos y adoptó como un símbolo más del beticismo a aquel peculiar personaje que perecía haberse escapado de un sainete o de la película "Bienvenido Mister Marshall". Los béticos, generosos y nobles, durante años, nunca dejaron de agradecerle su gesto de poner dinero para evitar la ruína del Club.

Pero hoy, con el Betis ocupando el último puesto de la Liga, el idilio entre Lopera y su afición parece haber concluído y su etapa agoniza, algo que muchos creen que será bueno para el Betis y para la imagen de Andalucía. Los tiempos modernos y la conciencia democrática demandan buenos dirigentes, no "amos" y "señores".

Lopera es hoy un ídolo caido y herido, incapaz de soportar la decadencia de su fama, lleno de rabia porque la noche del 6 de diciembre, tras la derrota de un Betis patético frente al Anderlech, en la Champion, fue abucheado por la multitud en el antiguo estadio Villamarín, al que Lopera ha rebautizado con su propio nombre. Las bien entrenadas y potentes gargantas de los miles de aficionados coreaban "Lopera, bota de oro", "Lopera, baja al campo y mete un gol" y la que, con seguridad, más le dolió: "Que bote el Villamarín", con lo que la afición le demostraba que considera ilegítimo o inapropiado el cambio de nombre del histórico estadio bético.

Esa noche se mascaba la tragedia en el beticismo. Las emisoras de radio decían que Lopera iba a presentar la dimisión o que tal vez se atreviera a cesar a Serra Ferrer, el entrenador más querido en la historia del club. La rueda de prensa de Lopera, en la madrugada, fue seguida desde la cama por miles de aficionados que, una vez más, quedaron sorprendidos ante las reacciones del "dueño" del Betis: ni dimisión, ni cese del entrenador, sino sólo la promesa de que no pisará más el palco del Estadio.

Las llamadas de los béticos indignados inundaron los contestadores de las emisoras y los foros y chats de Internet: "cobarde" le decían, acusándole de esconderse ahora que el club tiene problemas.

La historia de Lopera es la de la caida de un líder que tenía los pies e barro. Lopera ha sido un producto de la Andalucía más atrasada y superada, la que muchos andaluces queremos que desaparezca pronto porque encierra vicios como el señoritismo, la ostentación del dinero, las cuentas opacas, la sumisión del pobre ante el rico, la adulación, el peloteo, el dominio de los poderosos sobre los débiles, la obligación de ser graciosos y la poca seriedad.

Es bueno que caiga Lopera, a pesar de que él quizás sea también una víctima del progreso, porque con él caerá lo mas atrasado y caduco de nuestra tierra, aunque el Betis, magnífico club con una afición sublime, tenga que sufrir todo un calvario como consecuencia del hundimiento de su "dueño" y "señor".




Franky  
Jueves, 8 de Diciembre 2005
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