No hace mucho tiempo los políticos y la sociedad se impresionaban ante la abultada abstención, se alarmaban ante una cantidad elevada de votos en blanco y se estremecían cuando las encuestas señalaban a los políticos como uno de los grandes problemas del país, pero hoy todas esas protestas y rechazos se han asumido. Los políticos españoles son conscientes de que una parte importante del pueblo, precisamente la más culta e informada, los rechaza, sean del color que sean, pero a ellos les da igual. Han perdido el decoro y la vergüenza y se han convertido en tiranos disfrazados de demócratas.
Las grandes preguntas que flotan en las entrañas de la política española es Esta son ¿Qué hay que hacer para que los partidos y los políticos retornen a la decencia? ¿Qué palancas sociales hay que mover para influir legitimamente sobre la política, en alguna dirección? ¿Cómo cambiar el peligroso rumbo que los políticos han impuesto en España?
Casi todos los observadores decentes y no abducidos por el poder afirman que la regeneración cada día es más difícil porque los vicios se están incrustando en el ADN de la política española y el sistema se ha blindado y hecho indiferente ante los atropellos, abusos y desastres. La corrupción no se combate, las autonomías, fuente de muchos males, no son cuestionadas por los partidos, aunque sí en la ciudadanía, donde los partidarios de suprimirlas crecen a un ritmo endiablado. La falta de reacción ante los dramas y los peligros extremos es insólita en una España cuya ciudadanía se siente maniatada e impotente frente al blindaje de los políticos y sus aparatos de propaganda y engaño, aliados con numerosos medios de comunicación. La ciudadanía se siente confusa y en lugar de rebelarse para hacer valer sus derechos e imponer la cordura, se cuece en la impotencia de una protesta desordenada, blanda e ineficaz.
La sociedad española todavía posee lucidez en sus reductos más conscientes y bien formados, desde donde se señalan claramente los caminos para el resurgimiento: instauración de una verdadera democracia, con controles y contrapesos, protagonismo del ciudadano y de la sociedad civil, rearme moral del Estado y de la sociedad, leyes iguales para todos y más estrictas, sobre todo con los corruptos, fiscalidad más justa, limitación del poder de los partidos políticos, financiados únicamente con el dinero de sus militantes, supresión del dañino, costoso y absurde sistema autonómico, fuente de disgregación y de corrupción, adelgazamiento del Estado y cumplimiento de una Constitución que es violada de manera sistemática por la clase política.
La gente, angustiada por la impotencia y asqueada de la falsa democracia, cada día deposita más esperanzas en un salvador que aparezca y acabe con el abuso dominante. Quizás esté demasiado influida por la aparición del general Franco en 1936 y por su golpe eficaz contra el caos republicano. Pero muchos temen al mismo tiempo esa salida, que implicaría el fin de la democracia y la desaparición de los partidos políticos.
España es una seudo democracia aparente, plagada de falsedades y deficits, sin controles suficientes al poder, sin contrapesos, sin verdadera división de poderes, donde la Justicias sigue sin funcionar, salvo para los grandes poderes políticos y económicos, en la que los ciudadanos, ejercemos como masa de marionetas aborregadas sin otro poder que el del voto, muy limitado porque los que realmente eligen son los partidos políticos que hacen las listas electorales. Nuestra principal y casi única misión en esta democracia es pagar impuestos abusivos y confiscatorios, multas, sanciones y todo tipo de saqueos y estafas por el sistema político.
Del Estado Social y Democrático de Derecho sólo queda el nombre, al igual que de la democracia, un sistema que en España no beneficia al pueblo sino a los políticos y a sus legiones de adláteres, vividores y oportunistas sin escrúpulos.
Francisco Rubiales
Las grandes preguntas que flotan en las entrañas de la política española es Esta son ¿Qué hay que hacer para que los partidos y los políticos retornen a la decencia? ¿Qué palancas sociales hay que mover para influir legitimamente sobre la política, en alguna dirección? ¿Cómo cambiar el peligroso rumbo que los políticos han impuesto en España?
Casi todos los observadores decentes y no abducidos por el poder afirman que la regeneración cada día es más difícil porque los vicios se están incrustando en el ADN de la política española y el sistema se ha blindado y hecho indiferente ante los atropellos, abusos y desastres. La corrupción no se combate, las autonomías, fuente de muchos males, no son cuestionadas por los partidos, aunque sí en la ciudadanía, donde los partidarios de suprimirlas crecen a un ritmo endiablado. La falta de reacción ante los dramas y los peligros extremos es insólita en una España cuya ciudadanía se siente maniatada e impotente frente al blindaje de los políticos y sus aparatos de propaganda y engaño, aliados con numerosos medios de comunicación. La ciudadanía se siente confusa y en lugar de rebelarse para hacer valer sus derechos e imponer la cordura, se cuece en la impotencia de una protesta desordenada, blanda e ineficaz.
La sociedad española todavía posee lucidez en sus reductos más conscientes y bien formados, desde donde se señalan claramente los caminos para el resurgimiento: instauración de una verdadera democracia, con controles y contrapesos, protagonismo del ciudadano y de la sociedad civil, rearme moral del Estado y de la sociedad, leyes iguales para todos y más estrictas, sobre todo con los corruptos, fiscalidad más justa, limitación del poder de los partidos políticos, financiados únicamente con el dinero de sus militantes, supresión del dañino, costoso y absurde sistema autonómico, fuente de disgregación y de corrupción, adelgazamiento del Estado y cumplimiento de una Constitución que es violada de manera sistemática por la clase política.
La gente, angustiada por la impotencia y asqueada de la falsa democracia, cada día deposita más esperanzas en un salvador que aparezca y acabe con el abuso dominante. Quizás esté demasiado influida por la aparición del general Franco en 1936 y por su golpe eficaz contra el caos republicano. Pero muchos temen al mismo tiempo esa salida, que implicaría el fin de la democracia y la desaparición de los partidos políticos.
España es una seudo democracia aparente, plagada de falsedades y deficits, sin controles suficientes al poder, sin contrapesos, sin verdadera división de poderes, donde la Justicias sigue sin funcionar, salvo para los grandes poderes políticos y económicos, en la que los ciudadanos, ejercemos como masa de marionetas aborregadas sin otro poder que el del voto, muy limitado porque los que realmente eligen son los partidos políticos que hacen las listas electorales. Nuestra principal y casi única misión en esta democracia es pagar impuestos abusivos y confiscatorios, multas, sanciones y todo tipo de saqueos y estafas por el sistema político.
Del Estado Social y Democrático de Derecho sólo queda el nombre, al igual que de la democracia, un sistema que en España no beneficia al pueblo sino a los políticos y a sus legiones de adláteres, vividores y oportunistas sin escrúpulos.
Francisco Rubiales