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Lo más positivo de la cumbre de Washington, el frenazo dado por Bush al intervencionismo de los estados, durará poco, quizás lo que dure su presidencia porque el mundo, lamentablemente, se dirige hacia una especie de socialismo light que, sin embargo, conserva del viejo socialismo histórico el papel protagonista del Estado y la devaluación del ciudadano, cuyo destino es ser manipulado y engañado por la "casta" del poder político.
Si nadie lo remedia, el mundo se arrastrará hacia un intervencionismo descarado, una especie de dictadura del proletariado soft. Es decir, una oligarquía controlada por políticos ineptos pero sedientos de poder y de privilegios que únicamente serán maestros en el engaño, en hacer creer al pueblo que es el que manda con la ayuda de unos medios de comunicación sometidos que nos destacarán a diario la soberanía popular y la importancia de los ciudadanos y de sus votos.
Se han reunido en Washington para reformar las finanzas, pero no tienen prestigio ni autoridad para lograrlo. Sus ideas y reformas tendrán que ser impuestas por la fuerza. Su mayor pecado es ignorar lo evidente: que mucho más urgente que reformar las finanzas es reformar el liderazgo e introducir ética a chorros en una política que ha perdido la capacidad de convencer, que ya no sabe entusiasmar, que nada en la mentira y que se ha convertido en un ejercicio torpe, arrogante, arbitrario y adicto al dominio y al privilegio.
Para salir de la crisis, el único camino es reforzar la democracia y el protagonismo del ciudadano, pero esa solución no puede salir de unos políticos ávidos de poder que en el fondo de sus mentes desprecian al ciudadano y solo pretenden sojuzgarlo.
Sin un resurgimiento de la democracia y del protagonismo del ciudadano, la crisis solamente podrá ser tapada con cemento y encapsulada en un sarcófago, como hicieron con la radiación contaminante de Chernobil.
Los políticos, en su versión actual, divorciados del pueblo, alienados, arrogantes, despilfarradores e ineficientes, son el problema, no la solución. Y la metafísica establece que es imposible que del mismo problema pueda surgir la solución.
Si nadie lo remedia, el mundo se arrastrará hacia un intervencionismo descarado, una especie de dictadura del proletariado soft. Es decir, una oligarquía controlada por políticos ineptos pero sedientos de poder y de privilegios que únicamente serán maestros en el engaño, en hacer creer al pueblo que es el que manda con la ayuda de unos medios de comunicación sometidos que nos destacarán a diario la soberanía popular y la importancia de los ciudadanos y de sus votos.
Se han reunido en Washington para reformar las finanzas, pero no tienen prestigio ni autoridad para lograrlo. Sus ideas y reformas tendrán que ser impuestas por la fuerza. Su mayor pecado es ignorar lo evidente: que mucho más urgente que reformar las finanzas es reformar el liderazgo e introducir ética a chorros en una política que ha perdido la capacidad de convencer, que ya no sabe entusiasmar, que nada en la mentira y que se ha convertido en un ejercicio torpe, arrogante, arbitrario y adicto al dominio y al privilegio.
Para salir de la crisis, el único camino es reforzar la democracia y el protagonismo del ciudadano, pero esa solución no puede salir de unos políticos ávidos de poder que en el fondo de sus mentes desprecian al ciudadano y solo pretenden sojuzgarlo.
Sin un resurgimiento de la democracia y del protagonismo del ciudadano, la crisis solamente podrá ser tapada con cemento y encapsulada en un sarcófago, como hicieron con la radiación contaminante de Chernobil.
Los políticos, en su versión actual, divorciados del pueblo, alienados, arrogantes, despilfarradores e ineficientes, son el problema, no la solución. Y la metafísica establece que es imposible que del mismo problema pueda surgir la solución.