Las juventudes del PP, incómodas ante la confusión que envuelve a la derecha española, exigen a su partido una "verdadera revolución" que se deslice hacia el "centro" político y opte claramente por el "liberalismo".
Es, sin duda, un movimiento en el sentido correcto, pero los jóvenes cachorros no se han atrevido a expresar libremente lo que piensan: que lo que necesita el PP es "abrazar la democracia".
Mariano Rajoy es el paradigma de la confusión política. Sus decisiones y tácticas son el producto de la duda entre el liberalismo y el humanismo cristiano, adobada con una difícil convivencia con un equipo de colaboradores demasiado atado a un pasado que ofrece tantos aciertos como errores. Rajoy es víctima de la lucha permanente entre su condición humana y sus responsabilidades políticas y la demostración palpable de que no es posible apostar por Dios y, simultáneamente, defender los intereses de Satán.
La única salida creativa, estimulante y victoriosa que le queda al hoy políticamente aislado PP es convertirse en un partido demócrata, una opción política de gran envergadura que tendría la virtud de dejar aislados y rezagados a los demás partidos españoles, con el PSOE a la cabeza, ninguno de los cuales practica la democracia, ni en el ámbito interno ni en el externo.
Abrazar la democracia significa reformar las leyes hasta que se ajusten a las normas de la democracia, convertir al ciudadano en lo que realmente es, el soberano del sistema, desalojar el Estado, que ha sido "ocupado" por los distintos partidos que ganan las elecciones, instaurar la democracia interna, eliminar las listas cerradas y bloqueadas, vincular a los diputados y senadores a sus electores, reforzar la sociedad civil y garantizar la independencia de los grandes poderes del Estado: legislativo, judicial y ejecutivo.
El programa es difícil, pero lleva hasta la victoria. La otra opción que le queda a la derecha es la vieja estrategia de revolcarse en la miseria y esperar pacientemente hasta que el gobierno se desgaste para ocupar su lugar en la degradada democracia española.
El PP debería asumir ese gran reto y obligar con su ejemplo a los demas partidos a que también abracen la democracia. Habra que realizar una revolución cultural que destruya el actual cascarón de apariencia democrática, entronice al ciudadano como protagonista del sistema y desmonte la falacia de que los partidos actuales, alejados del ciudadano y obsesionados por el poder y los privilegios, son los únicos possibles.
En España no hay leyes verdaderamente democráticas. Sólo hay normas y decretos que salvaguardan los intereses de las clases dominantes, sobre todo de las elites políticas, y que aumentan la indefensión de los explotados. Todo un código para manipular y controlar a una ciudadanía que es tratada como manada de borregos.
Se gobierna sin tener en cuenta la opinión de los ciudadanos y muchas veces en contra de la opinión mayoritaria, como si el poder estuviera situado varias leguas por encima del lugar reservado a la masa ciudadana. Se hace con los servicios judiciales intervenidos, con la ayuda de unas fuerzas de seguridad que confunden el gobierno con el Estado y que, a veces, son más fieles a un partido que a la Constitución, con los medios de comunicación controlados o adscritos al poder, con un poder político que no para de crecer en privilegios, ventajas y ostentación, que carece de controles cívicos y que es capaz hasta de dinamitar impunemente la unidad del Estado.
Son poderes sustraidos al pueblo que deben cambiar, despagarse de los intereses privados y de partidos y hacerse auténticamente democráticos.
Si el PP se decidiera a abrazar la democracia, quizás pudiera crear puentes que le acerquen a esos muchos miles de ciudadanos honrados que quedan en España, hoy marginados y al borde de la clandestinidad, que son verdaderos demócratas y que sienten vergüenza cuando contemplan el panorama político generado por la degradada democracia española, marcado por el despilfarro administrativo, por un sector público que crece como un cáncer, por una oligocracia de partidos que no cesa de acumular poder, por el afán de privilegio de unas elites políticas que han perdido el norte y por un insano aire de corrupción que inunda el país.
Quizás lo que los jóvenes cachorros del PP han querido decir al pedir "liberalismo" y "centro" es que volvamos a conquistar, entre todos, la democracia y las libertades.
Es, sin duda, un movimiento en el sentido correcto, pero los jóvenes cachorros no se han atrevido a expresar libremente lo que piensan: que lo que necesita el PP es "abrazar la democracia".
Mariano Rajoy es el paradigma de la confusión política. Sus decisiones y tácticas son el producto de la duda entre el liberalismo y el humanismo cristiano, adobada con una difícil convivencia con un equipo de colaboradores demasiado atado a un pasado que ofrece tantos aciertos como errores. Rajoy es víctima de la lucha permanente entre su condición humana y sus responsabilidades políticas y la demostración palpable de que no es posible apostar por Dios y, simultáneamente, defender los intereses de Satán.
La única salida creativa, estimulante y victoriosa que le queda al hoy políticamente aislado PP es convertirse en un partido demócrata, una opción política de gran envergadura que tendría la virtud de dejar aislados y rezagados a los demás partidos españoles, con el PSOE a la cabeza, ninguno de los cuales practica la democracia, ni en el ámbito interno ni en el externo.
Abrazar la democracia significa reformar las leyes hasta que se ajusten a las normas de la democracia, convertir al ciudadano en lo que realmente es, el soberano del sistema, desalojar el Estado, que ha sido "ocupado" por los distintos partidos que ganan las elecciones, instaurar la democracia interna, eliminar las listas cerradas y bloqueadas, vincular a los diputados y senadores a sus electores, reforzar la sociedad civil y garantizar la independencia de los grandes poderes del Estado: legislativo, judicial y ejecutivo.
El programa es difícil, pero lleva hasta la victoria. La otra opción que le queda a la derecha es la vieja estrategia de revolcarse en la miseria y esperar pacientemente hasta que el gobierno se desgaste para ocupar su lugar en la degradada democracia española.
El PP debería asumir ese gran reto y obligar con su ejemplo a los demas partidos a que también abracen la democracia. Habra que realizar una revolución cultural que destruya el actual cascarón de apariencia democrática, entronice al ciudadano como protagonista del sistema y desmonte la falacia de que los partidos actuales, alejados del ciudadano y obsesionados por el poder y los privilegios, son los únicos possibles.
En España no hay leyes verdaderamente democráticas. Sólo hay normas y decretos que salvaguardan los intereses de las clases dominantes, sobre todo de las elites políticas, y que aumentan la indefensión de los explotados. Todo un código para manipular y controlar a una ciudadanía que es tratada como manada de borregos.
Se gobierna sin tener en cuenta la opinión de los ciudadanos y muchas veces en contra de la opinión mayoritaria, como si el poder estuviera situado varias leguas por encima del lugar reservado a la masa ciudadana. Se hace con los servicios judiciales intervenidos, con la ayuda de unas fuerzas de seguridad que confunden el gobierno con el Estado y que, a veces, son más fieles a un partido que a la Constitución, con los medios de comunicación controlados o adscritos al poder, con un poder político que no para de crecer en privilegios, ventajas y ostentación, que carece de controles cívicos y que es capaz hasta de dinamitar impunemente la unidad del Estado.
Son poderes sustraidos al pueblo que deben cambiar, despagarse de los intereses privados y de partidos y hacerse auténticamente democráticos.
Si el PP se decidiera a abrazar la democracia, quizás pudiera crear puentes que le acerquen a esos muchos miles de ciudadanos honrados que quedan en España, hoy marginados y al borde de la clandestinidad, que son verdaderos demócratas y que sienten vergüenza cuando contemplan el panorama político generado por la degradada democracia española, marcado por el despilfarro administrativo, por un sector público que crece como un cáncer, por una oligocracia de partidos que no cesa de acumular poder, por el afán de privilegio de unas elites políticas que han perdido el norte y por un insano aire de corrupción que inunda el país.
Quizás lo que los jóvenes cachorros del PP han querido decir al pedir "liberalismo" y "centro" es que volvamos a conquistar, entre todos, la democracia y las libertades.