En su comparecencia televisiva de ayer en Antena 3, el presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, demostró una vez más su alergia a la verdad y su alto sentido de lo confuso y de lo oscuro, al mismo tiempo que ponía en evidencia la urgente necesidad que tiene de recibir algunas lecciones básicas de democracia y buen gobierno.
Negó que la salida del ministro de Justicia fuera un cese, alabó la labor de los otros ministros en entredicho por su errores, Pedro Solbes y Magdalena Álvarez, y se negó a condenar el despilfarro del presidente socialista gallego Touriño, alegando que carecía de datos suficientes sobre los costes reales de los coches, las mesas, las sillas y los suelos de alto lujo adquiridos con dinero público en tiempos de crisis.
Pero donde la entrevista a Zapatero alcanzó su cenit y demostró la escasa calidad y solvencia de su liderazgo fue cuando se negó a revelar a los votantes con quien pactará el Partido Socialista Vasco después de las elecciones del próximo domingo, si con el PNV o con el PP. Cometió entonces, ante la sociedad española que le contemplaba y en directo, una de las mayores herejías existentes contra la democracia al afirmar que "primero deben pronunciarse los votantes" y después, a la vista de los resultados, ellos (los políticos) decidirían con quien deberán pactar para formar gobierno, cuando en democracia hay que hacer justo lo contrario: primero informar a los votantes con quien se piensa pactar para que los ciudadanos, al depositar su voto en las urnas, sepan qué pactos y gobiernos apoyan.
La prensa ha acogido con criterios dispares la entrevista. La prensa sometida alaba la habilidad y las respuestas del presidente, pero la prensa libre y hostil habla de "respuestas huecas", de nuevos engaños y de la oportunidad perdida por la entrevistadora para obligar al presidente a aclarar grandes incógnitas de la vida política española actual.
En resumen: un Zapatero hiperbólico, confuso, escurridizo y falso, no supo convencer ni entusiasmar, se limitó a defenderse y volvió a exhibir su estilo escasamente franco y con poca transparencia democrática ante una audiencia española que, por fortuna, parece que ya empieza a estar cansada de trampas y mentiras y que se dispone a exigir a sus gobernantes verdad, eficacia y rigor.
Negó que la salida del ministro de Justicia fuera un cese, alabó la labor de los otros ministros en entredicho por su errores, Pedro Solbes y Magdalena Álvarez, y se negó a condenar el despilfarro del presidente socialista gallego Touriño, alegando que carecía de datos suficientes sobre los costes reales de los coches, las mesas, las sillas y los suelos de alto lujo adquiridos con dinero público en tiempos de crisis.
Pero donde la entrevista a Zapatero alcanzó su cenit y demostró la escasa calidad y solvencia de su liderazgo fue cuando se negó a revelar a los votantes con quien pactará el Partido Socialista Vasco después de las elecciones del próximo domingo, si con el PNV o con el PP. Cometió entonces, ante la sociedad española que le contemplaba y en directo, una de las mayores herejías existentes contra la democracia al afirmar que "primero deben pronunciarse los votantes" y después, a la vista de los resultados, ellos (los políticos) decidirían con quien deberán pactar para formar gobierno, cuando en democracia hay que hacer justo lo contrario: primero informar a los votantes con quien se piensa pactar para que los ciudadanos, al depositar su voto en las urnas, sepan qué pactos y gobiernos apoyan.
La prensa ha acogido con criterios dispares la entrevista. La prensa sometida alaba la habilidad y las respuestas del presidente, pero la prensa libre y hostil habla de "respuestas huecas", de nuevos engaños y de la oportunidad perdida por la entrevistadora para obligar al presidente a aclarar grandes incógnitas de la vida política española actual.
En resumen: un Zapatero hiperbólico, confuso, escurridizo y falso, no supo convencer ni entusiasmar, se limitó a defenderse y volvió a exhibir su estilo escasamente franco y con poca transparencia democrática ante una audiencia española que, por fortuna, parece que ya empieza a estar cansada de trampas y mentiras y que se dispone a exigir a sus gobernantes verdad, eficacia y rigor.
Comentarios: