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Las guerras "progresistas"



Las guerras progresistas no son "guerras" sino "operaciones". La palabra "guerra" está prohibida para ellos, a pesar de que la Historia demuestra que el "progresismo" fue, junto con la religiones, el causante de los mayores dramas bélicos y matanzas de la Humanidad. Las guerras progresistas son tan hipócritas que se autoenvuelven en un patético manto humanitario que sólo reconoce víctimas "colaterales".
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Algunos se extrañan de que los progresistas vayan a la guerra, pero, si se analiza la Historia, se descubre los progresistas son, junto con los fanáticos religiosos, los tipos más belicosos del género humano. Stalin esgrimía el "progreso" cuando invadió Polonia, cuando masacró a la oficialidad polaca y cuando después ocupó toda la Europa del Este, imponiendo a sus ciudadanos el "progresismo" esclavo comunista. Hasta las ejecuciones de Paracuellos, de las que tanto sabe Santiago Carrillo, se hicieron amparadas en el progreso.

La guerra de Libia es la típica guerra progresista moderna. Lo ha dicho The New York Times cuando hace días publicó «A Very Liberal Intervention». Lo han dicho también el español Pepiño Blanco y la ministra Chacón, la "esperanza blanca" del socialismo español. Ahora no esgrimen la defensa de Occidente, ni ponen el énfasis en la propagación de una democracia en la que creen bastante poco. La justificación es ahora humanitaria y acuden a la guerra para salvar civiles, pero lo hacen matando civiles (efectos colaterales) e imponiendo la libertad con bombas.

La ministra de Asuntos Exteriores y Cooperación, Trinidad Jiménez, ha defendido que la intervención militar en Libia "no es exactamente una guerra". El grupo PRISA, editor del diario "El País", una especie de "biblia" de la "progresía" española, ha prohibido a sus redactores llamar "Guerra" a la intervención armada en Libia. Estos progresistas demuestran, una vez más, que carecen de ideología y que su único fuerte es la propaganda engañosa.

La realidad es que las guerras progresistas y las conservadoras, las religiosas, las neocom y todas las guerras de la Historia, son parecidas y todas tienen la rapiña y el reparto del botín como fines sustanciales.

La Inquisición quemaba herejes para incautarse de sus bienes y lo mismo hicieron nazis y bolcheviques con opositores, judíos y burgueses. La revolución Cubana, medio siglo después de su triunfo, todavía sigue vendiendo bienes incautados a la burguesía de los tiempos de Batista.

La guerra progresista no necesita de provocaciones, ni de causas que reclamen venganza, como el 11 S o el avance de Al Qaeda. A los progresistas, para tomar las armas, les basta esgrimir la existencia de un pueblo explotado y en peligro de ser masacrado.

Las guerras progresistas tienen su punto débil en las contradicciones profundas que infectan su filosofía. "Esto no es Las Azores", afirma Pepiño Blanco para defender la Guerra de Zapatero, pero olvida que Zapatero siempre negó la guerra como medio para solucionar cualquier tipo de conflicto. También Obama, pontífice del progresismo occidental, está envuelto en un mar de contradicciones y ahora olvida lo que repitió hasta la saciedad en su campaña: "La democracia no puede imponerse a punta de pistola".

Se esfuerzan en demostrar que la guerra de Libia es justa, mientras que la de Irak fue injusta, pero la verdad es que se parecen demasiado: detrás está el petróleo; pretenden derribar a un dictador antes apoyado y protegido por Occidente; no esta nada claro que la mayoría de los ciudadanos rechazaran las dictaduras de Sadam Hussein y de Muamar el Gadafi.

La verdad, una vez despojada de propaganda y engaños miserables, es que tanto Obama como Zapatero han cedido a las presiones de las grandes empresas e intereses que reclaman botines de guerra para expandir las economías y que uno y otro han terminado aceptando la utilización de la fuerza militar para defender la hegemonia y el futuro del Occidente próspero. La defensa de los oprimidos, de la libertad y de la democracia son sólo excusas baratas.

Quien lo dude, que le pregunte a Zapatero donde está su democracia cuando se resiste a abandonar el poder, a pesar de que tiene más rechazo popular en España (80 por ciento, según las encuestas) que el que tiene Gadafi en su país o el que tuvieron el tunecino Ben Alí y el egipcio Hosni Mubarak, antes de ser expulsados ¿Quien defiende a los jóvenes parados españoles, más numerosos que los de cualquier dictadura árabe, de sus malos gobernantes que les están llevando hacia la pobreza y la desesperación? ¿Quién libera a los ciudadanos españoles de la corrupción pública galopante que corroe la nación? La España de Zapatero ha burlado todas las reglas básicas de la democracia, desde la separación de poderes al imperio de una ley que no es igual para todos, y sólo conserva de ese sistema la alternancia en el poder con una derecha que también cree más en la partitocracia que en la verdadera democracia.


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Jueves, 24 de Marzo 2011
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