expresión de miedo
La manipulación y el engaño suelen ser recursos comunes en las dictaduras y regímenes no democráticos, pero últimamente existe alarma porque esos métodos, reñidos con las libertades y derechos conquistados, son cada día más utilizados en países que se consideraban democracias.
La obsesión por el poder y la necesidad de “controlar” a los ciudadanos impulsan a gobiernos y partidos que tradicionalmente fueron democráticos a transgredir las reglas del juego y a manipular y engañar como sólo lo hacían los totalitarismos.
En la lista de transgresores figuran prácticamente todas las democracias, empezando por Estados Unidos y Gran Bretaña, consideradas durante mucho tiempo como baluartes del sistema de libertades y derechos, a las que se han unido otras como Francia, España, Italia y muchas más.
La utilización reiterada de la mentira, la ocultación a la sociedad de información vital para tomar decisiones y el uso fraudulento de conceptos y frases como "democracia" "igualdad", "crisis", "austeridad", “guerra preventiva”, “armas de destrucción masiva”, “proceso de paz” o “misión humanitaria” son un ejemplo patente de la manipulación en curso. Han sido utilizadas en los últimos años para disfrazar desde el poder guerras de dominio, negociaciones vergonzosas,privilegios injustos para la "casta" política, concesiones a criminales o intervenciones injustas y ocupaciones militares contra pueblos soberanos.
Las fechorías más antidemocráticas han sido explicadas desde el poder camuflándolas como operaciones de defensa frente a terrorismos y enemigos cuyas verdaderas intenciones y poder muchas veces han sido artificialmente exagerados. Las agresiones más burdas y crueles se han “vendido” a los ciudadanos como operaciones defensivas frente a monstruos a los que hay que atacar y destruir para defender nuestra seguridad y supuestas libertades. Las políticas más erróneas y antidemocráticas han sido desarrolladas por gobiernos y partidos políticos que dejaron de servir al pueblo soberano y al interés común para alimentar sus propios intereses y privilegios.
La mentira ha penetrado como un virus letal en los sistemas democráticos, destruyendo poco a poco lo que constituía su principal mérito y valor: el respeto a la verdad. Sin la primacía de la verdad, las democracias se corrompen a velocidad de vértigo y apenas se diferencian en su esencia de los regímenes autoritarios.
El “control” de la sociedad se ha convertido en la mayor obsesión de los poderes políticos, que no tiene hoy reparos en “ocupar” espacios regidos por la libertad, que antes pertenecían a los ciudadanos, como la política, la economía, la educación, la religión, la energía, la salud y hasta terrenos donde la presencia de lo público estaba prácticamente vedada, como eran las fundaciones y asociaciones ciudadanas, las empresas, las universidades, las cajas de ahorro, los clubes, los colegios profesionales, las cofradías y demás pilares de la sociedad civil y del movimiento asociativo.
El poder público ha utilizado sin escrúpulos el presupuesto y el dinero ciudadano procedente de los impuestos para silenciar y someter a sindicatos, intelectuales, empresas, medios de comunicación, universidades y a otras instituciones que hasta no hace mucho eran pilares y reductos de la sociedad civil.
Los poderes político se ha convertido en dominante y depredador y sus legiones de políticos "profesionales" han contado con la colaboración de medios de comunicación, muchos de los cuales han abandonado la imparcialidad y se han transformado en el mejor instrumento de persuasión, enajenación y manipulación, para dirigir la “opinión”, tener a la mayoría de la gente "controlada" y crear y mantener un sistema de creencias que solo a ellos interesa.
La ciudadanía, que es quien tiene la soberanía en democracia, está siendo tratada sin respeto y manipulada como ganado por unos poderes políticos que también han perdido el respeto a las reglas de la democracia y no dudan en violarlas con tal de controlar el poder. El método de control, infalible y probado, es doble: por una parte evitar que la gente piense, y por otra gestionar el miedo.
Para evitar que la gente piense hay que lograr que se encierren en sus hogares, que se dividan, que no se asocien, que no conversen unos con otros, que sientan más a gusto en el protegido hogar que en las peligrosas calles de la ciudad, impulsándolos a que consuman televisión, distrayéndolos con contenidos basura, desde culebrones y telediarios manipulados a películas violentas, elevando el consumo de necesidades ficticias: comida en exceso, beber, fumar, comprar, gastar, endeudarse, sexo, deportes y, de vez en cuando, abrirles las urnas de manera controlada, para que se crean demócratas y poderosos y libres.
La gestión del miedo se consigue con marginaciones directas y acoso de los líderes que predican libertad, con el acoso de los adversarios al sistema de dominio y con toda una escenografía bien estudiada que abruma al solitario ciudadano, que le hace sentirse una piltrafa frente al poder y que hasta genera en ellos el “síndrome de Estocolmo”: coches oficiales, políticos lanzados al estrellato en los telediarios, despilfarro escandaloso, policías uniformados, sirenas, edificios públicos suntuosos, reuniones y mítines custodiados por miles de policías, seguridad y poder en las declaraciones, etc.
La mezcla de soledad en los hogares, donde el ciudadano es drogado con basura, y de ostentación de los poderosos, tiene efectos letales sobre la libertad y genera sumisión a chorros, convirtiendo al antiguo ciudadano libre en una especie al borde de la extinción y a la sociedad en una enorme manada ovina bajo control.
La obsesión por el poder y la necesidad de “controlar” a los ciudadanos impulsan a gobiernos y partidos que tradicionalmente fueron democráticos a transgredir las reglas del juego y a manipular y engañar como sólo lo hacían los totalitarismos.
En la lista de transgresores figuran prácticamente todas las democracias, empezando por Estados Unidos y Gran Bretaña, consideradas durante mucho tiempo como baluartes del sistema de libertades y derechos, a las que se han unido otras como Francia, España, Italia y muchas más.
La utilización reiterada de la mentira, la ocultación a la sociedad de información vital para tomar decisiones y el uso fraudulento de conceptos y frases como "democracia" "igualdad", "crisis", "austeridad", “guerra preventiva”, “armas de destrucción masiva”, “proceso de paz” o “misión humanitaria” son un ejemplo patente de la manipulación en curso. Han sido utilizadas en los últimos años para disfrazar desde el poder guerras de dominio, negociaciones vergonzosas,privilegios injustos para la "casta" política, concesiones a criminales o intervenciones injustas y ocupaciones militares contra pueblos soberanos.
Las fechorías más antidemocráticas han sido explicadas desde el poder camuflándolas como operaciones de defensa frente a terrorismos y enemigos cuyas verdaderas intenciones y poder muchas veces han sido artificialmente exagerados. Las agresiones más burdas y crueles se han “vendido” a los ciudadanos como operaciones defensivas frente a monstruos a los que hay que atacar y destruir para defender nuestra seguridad y supuestas libertades. Las políticas más erróneas y antidemocráticas han sido desarrolladas por gobiernos y partidos políticos que dejaron de servir al pueblo soberano y al interés común para alimentar sus propios intereses y privilegios.
La mentira ha penetrado como un virus letal en los sistemas democráticos, destruyendo poco a poco lo que constituía su principal mérito y valor: el respeto a la verdad. Sin la primacía de la verdad, las democracias se corrompen a velocidad de vértigo y apenas se diferencian en su esencia de los regímenes autoritarios.
El “control” de la sociedad se ha convertido en la mayor obsesión de los poderes políticos, que no tiene hoy reparos en “ocupar” espacios regidos por la libertad, que antes pertenecían a los ciudadanos, como la política, la economía, la educación, la religión, la energía, la salud y hasta terrenos donde la presencia de lo público estaba prácticamente vedada, como eran las fundaciones y asociaciones ciudadanas, las empresas, las universidades, las cajas de ahorro, los clubes, los colegios profesionales, las cofradías y demás pilares de la sociedad civil y del movimiento asociativo.
El poder público ha utilizado sin escrúpulos el presupuesto y el dinero ciudadano procedente de los impuestos para silenciar y someter a sindicatos, intelectuales, empresas, medios de comunicación, universidades y a otras instituciones que hasta no hace mucho eran pilares y reductos de la sociedad civil.
Los poderes político se ha convertido en dominante y depredador y sus legiones de políticos "profesionales" han contado con la colaboración de medios de comunicación, muchos de los cuales han abandonado la imparcialidad y se han transformado en el mejor instrumento de persuasión, enajenación y manipulación, para dirigir la “opinión”, tener a la mayoría de la gente "controlada" y crear y mantener un sistema de creencias que solo a ellos interesa.
La ciudadanía, que es quien tiene la soberanía en democracia, está siendo tratada sin respeto y manipulada como ganado por unos poderes políticos que también han perdido el respeto a las reglas de la democracia y no dudan en violarlas con tal de controlar el poder. El método de control, infalible y probado, es doble: por una parte evitar que la gente piense, y por otra gestionar el miedo.
Para evitar que la gente piense hay que lograr que se encierren en sus hogares, que se dividan, que no se asocien, que no conversen unos con otros, que sientan más a gusto en el protegido hogar que en las peligrosas calles de la ciudad, impulsándolos a que consuman televisión, distrayéndolos con contenidos basura, desde culebrones y telediarios manipulados a películas violentas, elevando el consumo de necesidades ficticias: comida en exceso, beber, fumar, comprar, gastar, endeudarse, sexo, deportes y, de vez en cuando, abrirles las urnas de manera controlada, para que se crean demócratas y poderosos y libres.
La gestión del miedo se consigue con marginaciones directas y acoso de los líderes que predican libertad, con el acoso de los adversarios al sistema de dominio y con toda una escenografía bien estudiada que abruma al solitario ciudadano, que le hace sentirse una piltrafa frente al poder y que hasta genera en ellos el “síndrome de Estocolmo”: coches oficiales, políticos lanzados al estrellato en los telediarios, despilfarro escandaloso, policías uniformados, sirenas, edificios públicos suntuosos, reuniones y mítines custodiados por miles de policías, seguridad y poder en las declaraciones, etc.
La mezcla de soledad en los hogares, donde el ciudadano es drogado con basura, y de ostentación de los poderosos, tiene efectos letales sobre la libertad y genera sumisión a chorros, convirtiendo al antiguo ciudadano libre en una especie al borde de la extinción y a la sociedad en una enorme manada ovina bajo control.