Ben Alí, de Túnez, y Hosni Mubarak, de Egipto, los dos líderes que han caído, víctimas del desprecio y del acoso de sus respectivos pueblos, eran protegidos de Occidente y considerados como dirigentes ejemplares por los gobiernos de países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y otros muchos, entre ellos España, cuyas democracias, a juzgar por lo que están apoyando y promoviendo, también están podridas.
Países tan dictatoriales e injustos como Marruecos, Argelia y Jordania, cuyos pueblos ya han iniciado sus rebeliones para derrumbar a sus gobiernos dictatoriales y corruptos, gozan del apoyo irrestricto de Estados Unidos y de las principales democracias de Occidente, una verdadera vergüenza que resulta incomprensible y que sólo se explica si se considera que esas grandes democracias occidentales han perdido sus baluartes éticos y están ya también intensamente podridas y corrompidas.
Algunas de esas democracias de Occidente, como es el caso de España, se sientan en los foros internacionales, forman parte de instituciones teóricamente democráticas, como la OTAN y la Unión Europea, sin que nadie reproche a sus dirigentes sus corrupciones y abusos de poder, sin que los grandes países occidentales presionen a sus dirigentes para que sean decentes y dejen de explotar y humillar a sus ciudadanos. Aunque resulta evidente que esos países están corrompidos y que sus clases dirigentes están ganándose a pulso el desprecio y el rechazo de sus ciudadanos, nadie los recrimina su comportamiento antidemocrático y, a veces, indecente y criminal.
El apoyo de Occidente a países inicuos es un síntoma alarmante del hundimiento ético general, que está afectando no sólo a dictaduras y a regímenes totalitarios y crueles, sino también a países que, al menos en teoría, son considerados como democracias y estados de derecho, sin merecerlo lo mas mínimo.
Occidente entero necesita con urgencia una revolución ética que erradique la corrupción, que anteponga los principios y los valores a la conveniencia y que establezca un vínculo férreo entre la democracia y los grandes valores, sobre todo la justicia, la igualdad y la decencia.
En países como Grecia, Portugal, Italia y, sobre todo, España, además de otros muchos oficialmente considerados como democracias, se están produciendo procesos de descomposición tan intensos que terminarán, inevitablemente, con sus pueblos alzados contra la injusticia y la iniquidad de sus gobernantes, incapaces de anteponer el bien común a sus intereses propios, infectados de corrupción, que han dinamitado todos los controles democráticos que impiden la opresión y el despotismo del poder, capaces de robar y de prostituir la vida pública y habituados ya a aplastar a sus pueblos, a mentir, a manipular, a someter a las masas y a utilizar el dinero público para beneficiar a sus familiares y amigos y para mantenerse en el poder.
Ese comportamiento, más propio de tiranías que de países democráticos, ha prostituido la política y desprestigiado la democracia hasta niveles que los políticos, alienados y viviendo en sus burbujas de privilegios y lujos, son incapaces de percibir.
La crisis, al traer austeridad, desempleo, pobreza y privaciones a sociedades que antes eran prósperas, ha puesto en evidencia el mal gobierno, las enormes desigualdades y los injustos privilegios y abusos de las clases gobernantes, que disfrutan de pensiones y sueldos de lujo mientras el pueblo al que representan vive en el desempleo, la pobreza creciente , esquilmado a impuestos y obligado por la fuerza a privaciones dolorosas.
Cuando los dirigentes perciban el profundo daño que han causado y hasta donde ha llegado el nivel de indignación de sus pueblos, ya será demasiado tarde y, como ha ocurrido en Túnez y Egipto, no habrá otra solución que la rebelión del pueblo contra los tiranos, estén o no estén protegidos por la etiqueta de la democracia, que ya no es una doctrina ni una praxis sino un vulgar ropaje que camufla a verdaderas manadas de indeseables encaramados en el poder.
Y para terminar, un hermoso VÍDEO que refleja la lucha del pueblo por la decencia.
Países tan dictatoriales e injustos como Marruecos, Argelia y Jordania, cuyos pueblos ya han iniciado sus rebeliones para derrumbar a sus gobiernos dictatoriales y corruptos, gozan del apoyo irrestricto de Estados Unidos y de las principales democracias de Occidente, una verdadera vergüenza que resulta incomprensible y que sólo se explica si se considera que esas grandes democracias occidentales han perdido sus baluartes éticos y están ya también intensamente podridas y corrompidas.
Algunas de esas democracias de Occidente, como es el caso de España, se sientan en los foros internacionales, forman parte de instituciones teóricamente democráticas, como la OTAN y la Unión Europea, sin que nadie reproche a sus dirigentes sus corrupciones y abusos de poder, sin que los grandes países occidentales presionen a sus dirigentes para que sean decentes y dejen de explotar y humillar a sus ciudadanos. Aunque resulta evidente que esos países están corrompidos y que sus clases dirigentes están ganándose a pulso el desprecio y el rechazo de sus ciudadanos, nadie los recrimina su comportamiento antidemocrático y, a veces, indecente y criminal.
El apoyo de Occidente a países inicuos es un síntoma alarmante del hundimiento ético general, que está afectando no sólo a dictaduras y a regímenes totalitarios y crueles, sino también a países que, al menos en teoría, son considerados como democracias y estados de derecho, sin merecerlo lo mas mínimo.
Occidente entero necesita con urgencia una revolución ética que erradique la corrupción, que anteponga los principios y los valores a la conveniencia y que establezca un vínculo férreo entre la democracia y los grandes valores, sobre todo la justicia, la igualdad y la decencia.
En países como Grecia, Portugal, Italia y, sobre todo, España, además de otros muchos oficialmente considerados como democracias, se están produciendo procesos de descomposición tan intensos que terminarán, inevitablemente, con sus pueblos alzados contra la injusticia y la iniquidad de sus gobernantes, incapaces de anteponer el bien común a sus intereses propios, infectados de corrupción, que han dinamitado todos los controles democráticos que impiden la opresión y el despotismo del poder, capaces de robar y de prostituir la vida pública y habituados ya a aplastar a sus pueblos, a mentir, a manipular, a someter a las masas y a utilizar el dinero público para beneficiar a sus familiares y amigos y para mantenerse en el poder.
Ese comportamiento, más propio de tiranías que de países democráticos, ha prostituido la política y desprestigiado la democracia hasta niveles que los políticos, alienados y viviendo en sus burbujas de privilegios y lujos, son incapaces de percibir.
La crisis, al traer austeridad, desempleo, pobreza y privaciones a sociedades que antes eran prósperas, ha puesto en evidencia el mal gobierno, las enormes desigualdades y los injustos privilegios y abusos de las clases gobernantes, que disfrutan de pensiones y sueldos de lujo mientras el pueblo al que representan vive en el desempleo, la pobreza creciente , esquilmado a impuestos y obligado por la fuerza a privaciones dolorosas.
Cuando los dirigentes perciban el profundo daño que han causado y hasta donde ha llegado el nivel de indignación de sus pueblos, ya será demasiado tarde y, como ha ocurrido en Túnez y Egipto, no habrá otra solución que la rebelión del pueblo contra los tiranos, estén o no estén protegidos por la etiqueta de la democracia, que ya no es una doctrina ni una praxis sino un vulgar ropaje que camufla a verdaderas manadas de indeseables encaramados en el poder.
Y para terminar, un hermoso VÍDEO que refleja la lucha del pueblo por la decencia.