Los que luchamos por una sociedad mejor y tenemos el valor de llamar corruptos a los que nos han llevado hasta el desastre somos ya marginados y hasta hostigados en esta España sucia y delictiva. Nos tachan de antisistemas, de fascistas o de peligrosos subversivos y sufrimos ataques desde la derecha y desde la izquierda, pero debemos sentirnos orgullosos de ser luchadores por la verdadera democracia, de alzarnos contra las democracias degradadas, contra la partitocracia que ha secuestrado nuestras democracias y contra la ineficacia y la corrupción que han hecho posible la actual crisis, la caida de los valores y el nauseabundo dominio de una clase política que ni siquiera merece el respeto de la gente libre y decente.
Aunque padezcamos la persecución y el acoso de los poderosos, los luchadores por la verdadera democracia son lo mejor de la sociedad. Ocupamos el mismo lugar que aquellos disidentes que la injusta e inhumana dictadura soviética recluía en los gulags de Siberia, tratados como esclavos por la dictadura, pero elevados a la categoría de héroes cuando cayó el Muro y se derrumbo la opresión comunista. Aparentemente, estamos marginados y derrotados, pero hay más dignidad y decencia en un sólo luchador demócrata que en los cientos de miles de indignos que se someten a la injusticia dominante.
Mis sinceras felicitaciones a los luchadores, una legión que, aunque todavía menoritaria, crece cada día. Entre los lectores de este blog Voto en Blanco hay muchos de esos combatientes decentes, gente que ha decidido plantar cara con sus ideas y argumentos a los que están sembrando nuestras sociedades de esclavitud, desigualdad, injusticia y tristeza.
Es cierto que la sociedad actual, en lugar de reconocer el mérito de esa lucha minoritaria, nos paga con la marginación, la indiferencia y, en algunos casos, con la persecución política y la violencia del sistema, pero no es menos cierto que los luchadores por un mundo mejor siempre han sido, a lo largo de la Historia, la parte más digna de la especie humana, la que ha abierto las puertas al verdadero progreso y al avance de la civilización. Hemos ganado mil batallas y hemos perdido muchas más, pero la lucha proporciona dignidad y nos hace sentirnos miembros libres de la vanguardia de la orgullosa especie humana.
La indecencia de nuestros adversarios nos hace grandes. Ellos, a los que combatimos, son los que han creado un mundo tan injusto como el que vivimos, donde el foso que separa a ricos y pobres no deja de ensancharse, donde los desposeidos y desesperados son ya legiones, donde el ciudadano, dueño del sistema, ha sido despojado de su voluntad política y de su dignidad democrática, donde el hambre sigue matando, mientras unos pocos nadan en la abundancia, la opulencia y el despilfarro. Luchar contra ese mundo injusto que construyen nuestos adversarios, basado en la mentira, el engaño, la manipulación y el privilegio de los poderosos, qua aplasta a los débiles sin misericordia, nos reconcilia con la Historia.
Luchar contra las tiranías y dictaduras sangrientas tiene gran mérito, pero los que luchan contra ellas tienen la ventaja de que sus adversarios aparecen claramente, ante la Historia, como seres dañinos y degenerados. Sin embargo, luchar contra tiranos y sátrapas disfrazados de demócratas, como hacemos nosotros en muchos paises en apariencia libres, es mucho más complicado y difícil, porque nuestros adversarios se hacen pasar por buenos y, con la ayuda de sus enormes recursos de propaganda y del imponente aparato mediático, confunden a los ciudadanos presentándose como representantes del progreso y la decencia. Luchar contra estos depredadores travestidos de demócratas en un verdadero tormento porque muchas veces implica combatir sin el poyo y la comprensión de aquellos que son sus principales víctimas.
Sé que muchos estamos abrumados por el acoso de los sátrapas y que, a veces, ese acoso se traduce en dolor para nuestras familias y perjuicios para nuestros trabajos y empresas, pero debemos entender que es el precio que pagamos los caballeros andantes de esta época por enfrentarnos a los señores feudales de hoy (los políticos) y a sus huestes de rufianes, heraldos y sicarios (enchufados, periodistas sometidos y fuerzas del orden). Hay que entender que nuestra ética es incompatible con la de ellos.
Sin embargo, debemos saber, para que nuestra moral crezca, que ganar esta guerra es relativamente fácil si sabemos utilizar bien nuestros recursos, que son poderosos. Nuestra gran arma es la verdad, que está de nuestro lado, mientras que el imperio de ellos está basado en la mentira y tiene los pies de barro.
Si predicamos la verdad, como hicieron Buda, Jesucristo y Mahoma, entre otros, conseguiremos, como ellos, cambiar el mundo. Hay que explicar a nuestros familiares y amigos que la derecha y la izquierda ya no existen y que son un invento de los políticos. Que la verdadera división del mundo es la que separa a los opresores de los oprimidos, a los demócratas de los totalitarios, a los poderosos de los humildes, a los que acaparan todo de los que son despojados de todo, incluso de sus derechos fundamentales. Hay que explicar que es posible construir un mundo mejor con tan sólo sustituir a los depredadores que gobiernan por gente buena y decente. Hay que predicar a los cuatro vientos que nuestros gobernantes, con todo el poder y todos los recursos en sus manos, solo han sabido crear un mundo injusto, desigual y marcado por lacras como la pobreza, el hambre, la indefensión de los débiles, la corrupción y la opropiación idebida del dinero de todos. Hay que decir a todo el mundo que los partidos políticos, aparentemente enfrentados, se alian a la hora de la verdad y votan juntos para incrementar siempre los sueldos y los privilegios de los políticos o para expulsar del sistema a los partidos nuevos y limpios que llegan a la política. Hay que decir con argumentos convincentes que nuestros políticos han asesinado la democracia y la han sustituido por una sucia oligocracia de partidos, una verdadera dictadura de políticos, ejercida contra los ciudadanos, en contra de todas las leyes y normas que regulan la demcoracia, a la que han desposeido de sus recursos fundamentales: separación de poderes, elecciones verdaderamente libres, una ley igual para todos, protagonismo del ciudadano, prensa libre e independiente, sociedad civil autónoma capaz de actual de contrapeso del poder político, lucha eficaz contra los corruptos y defensa de los valores y principios éticos.
Somos nosotros y no ellos, aunque no lo parezca, la verdadera élite de nuestro tiempo. Ellos representan el abuso, la corrupción, el mal gobierno y son los constructores de un mundo cargado de indecencia. El problema es que ellos se han apoderado del Estado y que desalojarlos nos va a costar sangre, sudor y lágrimas.
Quiero terminar con una anécdota sencilla, pero que a mi me parece reveladora: hace algunos meses, después de impartir una clase de master en la facultad de Ciencias de la Información, en Sevilla, se me acercó un alumno en la cafeteria, con el que mantuve la conversación siguiente:
- "Profesor, he leido sus libros y le he escuchado hoy, pero no logro ubicarle en la política ¿donde esta usted?"
- "Estoy en el lado contrario de Chaves, Zarrías, Zapatero, Aznar, Rajoy y la mayoría de nuestros políticos"
- "Sigo sin entender ¿Eso que es, la derecha o la izquierda?"
- "Eso es la democracia y la decencia".
Aunque padezcamos la persecución y el acoso de los poderosos, los luchadores por la verdadera democracia son lo mejor de la sociedad. Ocupamos el mismo lugar que aquellos disidentes que la injusta e inhumana dictadura soviética recluía en los gulags de Siberia, tratados como esclavos por la dictadura, pero elevados a la categoría de héroes cuando cayó el Muro y se derrumbo la opresión comunista. Aparentemente, estamos marginados y derrotados, pero hay más dignidad y decencia en un sólo luchador demócrata que en los cientos de miles de indignos que se someten a la injusticia dominante.
Mis sinceras felicitaciones a los luchadores, una legión que, aunque todavía menoritaria, crece cada día. Entre los lectores de este blog Voto en Blanco hay muchos de esos combatientes decentes, gente que ha decidido plantar cara con sus ideas y argumentos a los que están sembrando nuestras sociedades de esclavitud, desigualdad, injusticia y tristeza.
Es cierto que la sociedad actual, en lugar de reconocer el mérito de esa lucha minoritaria, nos paga con la marginación, la indiferencia y, en algunos casos, con la persecución política y la violencia del sistema, pero no es menos cierto que los luchadores por un mundo mejor siempre han sido, a lo largo de la Historia, la parte más digna de la especie humana, la que ha abierto las puertas al verdadero progreso y al avance de la civilización. Hemos ganado mil batallas y hemos perdido muchas más, pero la lucha proporciona dignidad y nos hace sentirnos miembros libres de la vanguardia de la orgullosa especie humana.
La indecencia de nuestros adversarios nos hace grandes. Ellos, a los que combatimos, son los que han creado un mundo tan injusto como el que vivimos, donde el foso que separa a ricos y pobres no deja de ensancharse, donde los desposeidos y desesperados son ya legiones, donde el ciudadano, dueño del sistema, ha sido despojado de su voluntad política y de su dignidad democrática, donde el hambre sigue matando, mientras unos pocos nadan en la abundancia, la opulencia y el despilfarro. Luchar contra ese mundo injusto que construyen nuestos adversarios, basado en la mentira, el engaño, la manipulación y el privilegio de los poderosos, qua aplasta a los débiles sin misericordia, nos reconcilia con la Historia.
Luchar contra las tiranías y dictaduras sangrientas tiene gran mérito, pero los que luchan contra ellas tienen la ventaja de que sus adversarios aparecen claramente, ante la Historia, como seres dañinos y degenerados. Sin embargo, luchar contra tiranos y sátrapas disfrazados de demócratas, como hacemos nosotros en muchos paises en apariencia libres, es mucho más complicado y difícil, porque nuestros adversarios se hacen pasar por buenos y, con la ayuda de sus enormes recursos de propaganda y del imponente aparato mediático, confunden a los ciudadanos presentándose como representantes del progreso y la decencia. Luchar contra estos depredadores travestidos de demócratas en un verdadero tormento porque muchas veces implica combatir sin el poyo y la comprensión de aquellos que son sus principales víctimas.
Sé que muchos estamos abrumados por el acoso de los sátrapas y que, a veces, ese acoso se traduce en dolor para nuestras familias y perjuicios para nuestros trabajos y empresas, pero debemos entender que es el precio que pagamos los caballeros andantes de esta época por enfrentarnos a los señores feudales de hoy (los políticos) y a sus huestes de rufianes, heraldos y sicarios (enchufados, periodistas sometidos y fuerzas del orden). Hay que entender que nuestra ética es incompatible con la de ellos.
Sin embargo, debemos saber, para que nuestra moral crezca, que ganar esta guerra es relativamente fácil si sabemos utilizar bien nuestros recursos, que son poderosos. Nuestra gran arma es la verdad, que está de nuestro lado, mientras que el imperio de ellos está basado en la mentira y tiene los pies de barro.
Si predicamos la verdad, como hicieron Buda, Jesucristo y Mahoma, entre otros, conseguiremos, como ellos, cambiar el mundo. Hay que explicar a nuestros familiares y amigos que la derecha y la izquierda ya no existen y que son un invento de los políticos. Que la verdadera división del mundo es la que separa a los opresores de los oprimidos, a los demócratas de los totalitarios, a los poderosos de los humildes, a los que acaparan todo de los que son despojados de todo, incluso de sus derechos fundamentales. Hay que explicar que es posible construir un mundo mejor con tan sólo sustituir a los depredadores que gobiernan por gente buena y decente. Hay que predicar a los cuatro vientos que nuestros gobernantes, con todo el poder y todos los recursos en sus manos, solo han sabido crear un mundo injusto, desigual y marcado por lacras como la pobreza, el hambre, la indefensión de los débiles, la corrupción y la opropiación idebida del dinero de todos. Hay que decir a todo el mundo que los partidos políticos, aparentemente enfrentados, se alian a la hora de la verdad y votan juntos para incrementar siempre los sueldos y los privilegios de los políticos o para expulsar del sistema a los partidos nuevos y limpios que llegan a la política. Hay que decir con argumentos convincentes que nuestros políticos han asesinado la democracia y la han sustituido por una sucia oligocracia de partidos, una verdadera dictadura de políticos, ejercida contra los ciudadanos, en contra de todas las leyes y normas que regulan la demcoracia, a la que han desposeido de sus recursos fundamentales: separación de poderes, elecciones verdaderamente libres, una ley igual para todos, protagonismo del ciudadano, prensa libre e independiente, sociedad civil autónoma capaz de actual de contrapeso del poder político, lucha eficaz contra los corruptos y defensa de los valores y principios éticos.
Somos nosotros y no ellos, aunque no lo parezca, la verdadera élite de nuestro tiempo. Ellos representan el abuso, la corrupción, el mal gobierno y son los constructores de un mundo cargado de indecencia. El problema es que ellos se han apoderado del Estado y que desalojarlos nos va a costar sangre, sudor y lágrimas.
Quiero terminar con una anécdota sencilla, pero que a mi me parece reveladora: hace algunos meses, después de impartir una clase de master en la facultad de Ciencias de la Información, en Sevilla, se me acercó un alumno en la cafeteria, con el que mantuve la conversación siguiente:
- "Profesor, he leido sus libros y le he escuchado hoy, pero no logro ubicarle en la política ¿donde esta usted?"
- "Estoy en el lado contrario de Chaves, Zarrías, Zapatero, Aznar, Rajoy y la mayoría de nuestros políticos"
- "Sigo sin entender ¿Eso que es, la derecha o la izquierda?"
- "Eso es la democracia y la decencia".