La victoria de Barack Obama y su próxima presidencia son acontecimientos que refuerzan la democracia en el mundo y ratifican que el sueño americano, a pesar de las críticas y jugarretas de los autoritarios de todo el planeta, sigue vivo y alimentando la esperanza.
Es cierto que Obama asumirá el poder de la primera potencia mundial sin experiencia suficiente, cargado de incognitas y sin otros valores demostrados que los que ha exhibido durante su larga campaña, en especial un discurso atractivo y brillante, pero no es menos cierto que la otra opción, la derrotada de McCain, no era mejor. Ambos eran, por encima de todo, políticos profesionales.
Pese a todo, la victoria de Obama, un desconocido hace apenas dos años, sobre las poderosas maquinarias electorales de los Clinton y del Partido Republicano demuestra que las ideas siguen teniendo valor, que la sorpresa todavía es posible y que en América, quien demuestra su valía personal puede llegar a lo más alto, aunque sea negro, se llame Hussein y sea un americano reciente, hijo de inmigrantes.
Los que acusaban a Estados Unidos de racista y de ser una sociedad controlada por los grandes lobbys de siempre, en la que el poder era un monopolio de los blancos anglosajones, han quedado desacreditados. En América, los hombres, las ideas, la libertad y la conciencia son más fuertes que los partidos políticos y que los grandes poderes organizados, lo que constituye no sólo un reflejo de auténtica democracia, sino también una esperanza para todo el mundo.
América acaba de demostrar ante el mundo que las ideas siguen teniendo valor y que el ciudadano es el protagonista en su democracia, por encima de los políticos profesionales y de los aparatos de los partidos.
Lo que acaba de hacer la sociedad norteaemericana eligiendo como presidente a un negro hijo de inmigrantes africanos es impensable en las decadentes, degradadas y poco democráticas sociedades de Europa, donde los partidos políticos están controlados ferreamente por élites profesionales apalancadas en el privilegio y los ciudadanos hace mucho tiempo que fueron expulsados de la política, que es ejercida como monopolio por los partidos.
Los ilusos que ven en Obama a un socialista al estilo europeo van a llevarse un profundo desengaño. Obama es, por encima de todo, un ciudadano de Estados Unidos y, en segundo lugar, un demócrata, dos rasgos que le distancian enormemente de las izquierdas europeas, incapaces de arrojar por la borda el leninismo y adictas al vicio totalitario de anteponer el Estado al individuo, lo que las convierte en maquinarias de poder tan apegadas al privilegio como distantes de la ciudadanía.
Comparar a Obama con Zapatero o considerarlo un miembro de la famosa "pregresía" dominante, como hacen algunos políticos y periodistas sometidos en España, es, sencillamente, una estupidez cateta y mediocre.
Desde la fe democrática que destila Voto en Blanco, damos la bienvenida a la esperanza que Obama despierta hoy entre los demócratas y los humildes del mundo.
Es cierto que Obama asumirá el poder de la primera potencia mundial sin experiencia suficiente, cargado de incognitas y sin otros valores demostrados que los que ha exhibido durante su larga campaña, en especial un discurso atractivo y brillante, pero no es menos cierto que la otra opción, la derrotada de McCain, no era mejor. Ambos eran, por encima de todo, políticos profesionales.
Pese a todo, la victoria de Obama, un desconocido hace apenas dos años, sobre las poderosas maquinarias electorales de los Clinton y del Partido Republicano demuestra que las ideas siguen teniendo valor, que la sorpresa todavía es posible y que en América, quien demuestra su valía personal puede llegar a lo más alto, aunque sea negro, se llame Hussein y sea un americano reciente, hijo de inmigrantes.
Los que acusaban a Estados Unidos de racista y de ser una sociedad controlada por los grandes lobbys de siempre, en la que el poder era un monopolio de los blancos anglosajones, han quedado desacreditados. En América, los hombres, las ideas, la libertad y la conciencia son más fuertes que los partidos políticos y que los grandes poderes organizados, lo que constituye no sólo un reflejo de auténtica democracia, sino también una esperanza para todo el mundo.
América acaba de demostrar ante el mundo que las ideas siguen teniendo valor y que el ciudadano es el protagonista en su democracia, por encima de los políticos profesionales y de los aparatos de los partidos.
Lo que acaba de hacer la sociedad norteaemericana eligiendo como presidente a un negro hijo de inmigrantes africanos es impensable en las decadentes, degradadas y poco democráticas sociedades de Europa, donde los partidos políticos están controlados ferreamente por élites profesionales apalancadas en el privilegio y los ciudadanos hace mucho tiempo que fueron expulsados de la política, que es ejercida como monopolio por los partidos.
Los ilusos que ven en Obama a un socialista al estilo europeo van a llevarse un profundo desengaño. Obama es, por encima de todo, un ciudadano de Estados Unidos y, en segundo lugar, un demócrata, dos rasgos que le distancian enormemente de las izquierdas europeas, incapaces de arrojar por la borda el leninismo y adictas al vicio totalitario de anteponer el Estado al individuo, lo que las convierte en maquinarias de poder tan apegadas al privilegio como distantes de la ciudadanía.
Comparar a Obama con Zapatero o considerarlo un miembro de la famosa "pregresía" dominante, como hacen algunos políticos y periodistas sometidos en España, es, sencillamente, una estupidez cateta y mediocre.
Desde la fe democrática que destila Voto en Blanco, damos la bienvenida a la esperanza que Obama despierta hoy entre los demócratas y los humildes del mundo.