Muchos destacan estos días que 862.415 irlandeses han bloqueado a casi 500 millones de europeos; otros argumentan que Irlanda ha sido desagradecida porque es el país que más fondos europeos ha recibido para el desarrollo, pero casi nadie resalta la gran verdad: que el único pueblo que ha sido directamente consultado ha dicho "NO" y que el resto de los 27 gobiernos de la Unión, por miedo a sus ciudadanos, han decidido hurtarle la voz a sus pueblos y ratificar el Tratado de Lisboa por la vía parlamentaria, evitando así un seguro y masivo rechazo a la manera antidemocrática de construir Europa que han elegido los políticos.
Tras el rechazo de los ciudadanos irlandeses, gente con tan escaso sentido de la democracia como el portugués Durao Barroso y el español López Garrido han dicho que el proceso de ratificación "debe seguir adelante", a pesar de que el documento de Lisboa prevé su extinción si algún país miembro lo rechaza.
Antes de que se abrieran las urnas irlandesas, este blog publicó un artículo anticipando el posible rechazo de los ciudadanos irlandeses al Tratado, un rechazo fundado en que los ciudadanos ya no se fian de los políticos y en que prefieren votar "NO" a las propuestas de unos partidos políticos que, con demasiada frecuencia, les manipulan y engañan.
Por fortuna, los ciudadanos europeos empiezan a darse cuenta de que sus políticos no les representan con honestidad, que representan, sobre todo a sus respectivos partidos y que la democracia es una ficción manipulada. La mejor prueba de ello es que los Parlamentos siempre votan "SI" a Europa y los pueblos "NO", como ya hicieron Francia y Holanda al rechazar la vieja Constitución Europea, lo que refleja no sólo un escandaloso divorcio entre políticos y ciudadanos, sino algo mucho peor: distancia y una hostilidad creciente entre ambos grupos.
La locura de Europa consiste en que, ante esa situación, los políticos, olvidando que los ciudadanos son los que les pagan el sueldo y mandan, pretenden silenciarlos, arrebatándoles su derecho a opinar, una sucia aberración antidemocrátics que tendrán que pagar más pronto que tarde.
La realidad es que Europa está transformando su democracia en una oscura partitocracia en la que los partidos políticos quieren borrar del mapa al ciudadano para monopolizar los procesos de toma de decisiones. La desfachatez llega tan lejos que, cuando los ciudadanos hablan, como en Irlanda, los políticos ignoran esa voz y prefieren burlar el reglamento y las reglas del juego para imponer su voluntad al pueblo soberano.
Para verguenza de toda Europa, ese comportamiento de sus políticos, más sometidos a sus partidos que a sus electores, es más propio de regímenes dictatoriales que de auténticas democracias.
Ya nadie habla de aquella "Europa de los Ciudadanos" que un día los europeos vieron con ilusión. La realidad es que aquel modelo, que podría haber creado una valiosa corriente cívica en favor de la integración europea, ha muerto definitivamente para ser sustituida por una ilegítima e indecente Europa de los Políticos. Los dos últimos presidentes de la Comisión, Romano Prodi y Durao Barroso han sido dos peleles en manos de los gobiernos europeos, sin autonomía, sin otro margen que el de construir una burocracia inutil para incrementar el poder de las élites gobernantes y para que los poderosos puedan tener en Bruselas un exilio dorado.
Los ciudadanos, que son conscientes de todo esto, votarán en adelante siempre "NO" a las propuestas de estos tipos incapaces de respetar la democracia auténtica, porque ya no se fian de ellos, salvo en países como España, donde abundan los esclavos y donde el gobierno ha conseguido domesticar y enjaular a las masas incultas y aletargadas, dispuestas a votar siempre lo que les propongan sus líderes, sin ni siquiera analizar la propuesta.
Si la decencia se impone, el Tratado de Lisboa debe quedar paralizado y los políticos deberían entender que la construcción de Europa, de la manera como se está haciendo, es un proceso bastardo e impopular que debe abortarse. Europa tiene que ser explicada y convertida en una meta común, no sólo en un mercado sin fronteras y en un contubernio de políticos. Pero si los políticos, en contra del espíritu del tratado y de las reglas de la democracia, encuentran una vía para burlar el "NO" de Irlanda, entonces no sólo habrá muerto la construcción de Europa, sino también la democracia y la decencia.
Tras el rechazo de los ciudadanos irlandeses, gente con tan escaso sentido de la democracia como el portugués Durao Barroso y el español López Garrido han dicho que el proceso de ratificación "debe seguir adelante", a pesar de que el documento de Lisboa prevé su extinción si algún país miembro lo rechaza.
Antes de que se abrieran las urnas irlandesas, este blog publicó un artículo anticipando el posible rechazo de los ciudadanos irlandeses al Tratado, un rechazo fundado en que los ciudadanos ya no se fian de los políticos y en que prefieren votar "NO" a las propuestas de unos partidos políticos que, con demasiada frecuencia, les manipulan y engañan.
Por fortuna, los ciudadanos europeos empiezan a darse cuenta de que sus políticos no les representan con honestidad, que representan, sobre todo a sus respectivos partidos y que la democracia es una ficción manipulada. La mejor prueba de ello es que los Parlamentos siempre votan "SI" a Europa y los pueblos "NO", como ya hicieron Francia y Holanda al rechazar la vieja Constitución Europea, lo que refleja no sólo un escandaloso divorcio entre políticos y ciudadanos, sino algo mucho peor: distancia y una hostilidad creciente entre ambos grupos.
La locura de Europa consiste en que, ante esa situación, los políticos, olvidando que los ciudadanos son los que les pagan el sueldo y mandan, pretenden silenciarlos, arrebatándoles su derecho a opinar, una sucia aberración antidemocrátics que tendrán que pagar más pronto que tarde.
La realidad es que Europa está transformando su democracia en una oscura partitocracia en la que los partidos políticos quieren borrar del mapa al ciudadano para monopolizar los procesos de toma de decisiones. La desfachatez llega tan lejos que, cuando los ciudadanos hablan, como en Irlanda, los políticos ignoran esa voz y prefieren burlar el reglamento y las reglas del juego para imponer su voluntad al pueblo soberano.
Para verguenza de toda Europa, ese comportamiento de sus políticos, más sometidos a sus partidos que a sus electores, es más propio de regímenes dictatoriales que de auténticas democracias.
Ya nadie habla de aquella "Europa de los Ciudadanos" que un día los europeos vieron con ilusión. La realidad es que aquel modelo, que podría haber creado una valiosa corriente cívica en favor de la integración europea, ha muerto definitivamente para ser sustituida por una ilegítima e indecente Europa de los Políticos. Los dos últimos presidentes de la Comisión, Romano Prodi y Durao Barroso han sido dos peleles en manos de los gobiernos europeos, sin autonomía, sin otro margen que el de construir una burocracia inutil para incrementar el poder de las élites gobernantes y para que los poderosos puedan tener en Bruselas un exilio dorado.
Los ciudadanos, que son conscientes de todo esto, votarán en adelante siempre "NO" a las propuestas de estos tipos incapaces de respetar la democracia auténtica, porque ya no se fian de ellos, salvo en países como España, donde abundan los esclavos y donde el gobierno ha conseguido domesticar y enjaular a las masas incultas y aletargadas, dispuestas a votar siempre lo que les propongan sus líderes, sin ni siquiera analizar la propuesta.
Si la decencia se impone, el Tratado de Lisboa debe quedar paralizado y los políticos deberían entender que la construcción de Europa, de la manera como se está haciendo, es un proceso bastardo e impopular que debe abortarse. Europa tiene que ser explicada y convertida en una meta común, no sólo en un mercado sin fronteras y en un contubernio de políticos. Pero si los políticos, en contra del espíritu del tratado y de las reglas de la democracia, encuentran una vía para burlar el "NO" de Irlanda, entonces no sólo habrá muerto la construcción de Europa, sino también la democracia y la decencia.
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