El politólogo Carlos Rodríguez Hurtado lo dice con severa verdad: "La única posibilidad de que reduzcan gasto político está en la UE. Ya están advertidos de que, al igual que los monopolios como la estiba, el Estado tiene que acometer la reforma de la administración pública, es decir, reducir Estado. El pueblo español, desgraciadamente vota más Estado, necesitan un padre estatal como si fueran menores de edad. El 15M, eso que creíamos el cambio, no ha sido más que un aumento del Estado, los indignados eran individuos que llevaban viviendo a costa del contribuyente desde que nacieron. Así que la única esperanza es que la UE, que ya es decir, les ponga las pilas."
Es duro reconocer que España está tan podrida y tan lejos de la democracia verdadera que nuestra única esperanza de regeneración está en el extranjero y que la única fuerza que puede obligar a nuestra clase política a que sea más austera, justa y decente es Bruselas, pero es así porque en España los ciudadanos libres y demócratas somos pocos y los que siguen apoyando con sus votos el abuso y la corrupción son todavía muchos, legiones enteras de sometidos, integradas por esclavos y clientes desprovistos de valores y sin apego a la libertad.
Hay tantos vicios que eliminar que la tarea asusta. Hay que lograr que los partidos políticos sean financiados por sus miembros y dejen de apropiarse del dinero de los impuestos; hay que reducir el gasto público y obligar a la maquinaria del Estado a que abrace la austeridad; hay que reformar y regenerar la Justicia, sometida y politizada; hay que imponer la democracia interna en los partidos, hoy ausente por completo; hay que evitar que los gobiernos se comporten como dictaduras, como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, y a que rindan cuenta de sus actos ante el pueblo, que es el soberano del sistema; hay que eliminar las instituciones inútiles que los políticos han creado sin otro objetivo que aparcar en ellas a sus militantes, siempre cobrando del erario público; hay que impedir legalmente que el despilfarro y el endeudamiento sean políticas habituales de gobierno; hay que erradicar la mentira y el engaño del comportamiento del poder; hay que limitar la duración de los mandatos y hay que establecer exigencias y controles para que no lleguen al poder sinvergüenzas y canallas, entre otras muchas medidas, lo que convierte el camino de España hacia la democracia en una peregrinación de larguísimo recorrido, casi infinita.
Pero el problema principal es que los partidos políticos, que son el problema y nunca pueden ser la solución, jamás podrán pilotar esa peregrinación de España hacia la decencia y la democracia porque ellos están interesados, precisamente, en que continúe vigente la actual pocilga sin ética ni decencia.
Es probable que la única salida sea una tutela externa o una reacción popular de fuerza que impida de algún modo que los que han destruido la decencia y la dignidad sean los encargados de recuperarla, algo tan absurdo como imposible.
Francisco Rubiales
Es duro reconocer que España está tan podrida y tan lejos de la democracia verdadera que nuestra única esperanza de regeneración está en el extranjero y que la única fuerza que puede obligar a nuestra clase política a que sea más austera, justa y decente es Bruselas, pero es así porque en España los ciudadanos libres y demócratas somos pocos y los que siguen apoyando con sus votos el abuso y la corrupción son todavía muchos, legiones enteras de sometidos, integradas por esclavos y clientes desprovistos de valores y sin apego a la libertad.
Hay tantos vicios que eliminar que la tarea asusta. Hay que lograr que los partidos políticos sean financiados por sus miembros y dejen de apropiarse del dinero de los impuestos; hay que reducir el gasto público y obligar a la maquinaria del Estado a que abrace la austeridad; hay que reformar y regenerar la Justicia, sometida y politizada; hay que imponer la democracia interna en los partidos, hoy ausente por completo; hay que evitar que los gobiernos se comporten como dictaduras, como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, y a que rindan cuenta de sus actos ante el pueblo, que es el soberano del sistema; hay que eliminar las instituciones inútiles que los políticos han creado sin otro objetivo que aparcar en ellas a sus militantes, siempre cobrando del erario público; hay que impedir legalmente que el despilfarro y el endeudamiento sean políticas habituales de gobierno; hay que erradicar la mentira y el engaño del comportamiento del poder; hay que limitar la duración de los mandatos y hay que establecer exigencias y controles para que no lleguen al poder sinvergüenzas y canallas, entre otras muchas medidas, lo que convierte el camino de España hacia la democracia en una peregrinación de larguísimo recorrido, casi infinita.
Pero el problema principal es que los partidos políticos, que son el problema y nunca pueden ser la solución, jamás podrán pilotar esa peregrinación de España hacia la decencia y la democracia porque ellos están interesados, precisamente, en que continúe vigente la actual pocilga sin ética ni decencia.
Es probable que la única salida sea una tutela externa o una reacción popular de fuerza que impida de algún modo que los que han destruido la decencia y la dignidad sean los encargados de recuperarla, algo tan absurdo como imposible.
Francisco Rubiales