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La solución del problema catalán pasa, necesariamente, por la clausura de TV3



Si no se clausura TV3, entre Cataluña y España terminará estallando una guerra civil. El que se cierne sobre nosotros todos, alentado por el independentismo radical a través de medios de comunicación subvencionados y convertidos en altavoces del conflicto, será un enfrentamiento mucho más cruel y violento que el que ya existe.

El problema catalán es, por encima de todo, un problema de opinión pública y cualquier solución debe plantearse en el plano de las ideas. El nacionalismo es una ideología que ha logrado infectar a casi la mitad del pueblo catalán, impulsada desde algunos partidos políticos y utilizando dos vehículos de difusión altamente eficaces: las escuelas y los medios de comunicación, entre los que sobresale la televisión autonómica TV3.

La solución del drama catalán no llegará por la vía judicial, ni mediante la política, como afirman algunos, sino a través de la promoción de la paz y la cooperación educando de manera diferente a las nuevas generaciones, una tarea larga que implica intervenir ya, de manera urgente, en las escuelas y, sobre todo, en TV3, que se ha convertido en la punta de lanza del separatismo, el golpismo y el odio a España.
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Una de las estrellas del canal autonómico TV3, Jair Domínguez, anunció el pasado fin de semana que en Cataluña “habrá muertos, porque la república no se construye con lacitos y manifiestos”. Si lo dice TV3, que es algo así como la biblia que siguen los independentistas catalanes con una fe casi ciega, entonces es que puede ser cierto y que las hordas fanáticas ya se preparan para ejercer la violencia en Cataluña.

Muchos pensadores y teóricos de la democracia creen que los medios de comunicación públicos carecen de sentido y que la mayoría de los que existen no operan como medios independientes y ejemplares de educación e información de la ciudadanía, sino como aparatos de propaganda de los partidos que gobiernan.

El caso de la televisión pública catalana, TV3 es paradigmático porque se trata de una televisión que ha operado durante muchos años como ariete del independentismo y como motor del odio a España, una misión bastarda y dañina para la unidad que se financia con dinero público.

El dramaturgo Albert Boadella, creador de El Joglar, piensa con razón que la solución a la situación catalana es el “cierre de TV3", la televisión separatista y que con esa medida ni siquiera sería necesario un refuerzo de la policía. El político popular Albiols opina lo mismo y otros dirigentes constitucionalistas también verían con buenos ojos el cierre de esa televisión, alma y aliento del odio a España, aunque muchos no se atrevan a decirlo.

A pesar de que miles de expertos y estudiosos lo han recomendado, Rajoy y Pedro Sánchez se niegan a cerrar TV3, un medio que podría haberse clausurado gracias a los poderes que otorga el artículo 155 de la Constitución.

Los datos hablan claro y otorgan a TV3 un protagonismo evidente en la propagación del independentismo, el odio a España y la intransigencia de los catalanes. Allí donde existe menos cultura plural y donde el medio dominante es TV3, sobre todo en las zonas rurales y menos industrializadas de Lérida y Gerona, es donde el independentismo ha sacado más votos, sin que sus votantes hayan llegado a sopesar siquiera los problemas que está provocando el intento de independencia, desde la fuga de empresas al empobrecimiento de la sociedad catalana.

TV3 es una televisión en manos del fanatismo independentista, bien hecha desde el punto de vista técnico, pero inmoral por lo tendenciosa y militante que es, al servicio no de todos los catalanes, sino únicamente de los que quieren separarse de España y han hecho de la independencia su bandera irrenunciable.

Cerrar TV3 representaría dejar sin alimento el independentismo y el odio y proyectar la sensación de que esa política de desafíos y de odio nazi que se proyecta desde las instituciones no es la única posible, ni la que conviene a los catalanes. Sin TV3, el fanatismo se desmoronaría poco a poco.

La polémica en torno a TV3 y su misión sectaria, antidemocrática y de apoyo al enfrentamiento con lo español pone también sobre la mesa la vieja polémica, ganada por los gobiernos intervencionistas y perdida por los liberales, de que los medios de comunicación públicos no tienen sentido ni cabida en la verdadera democracia, ya que siempre son utilizados no para informar con independencia o fomentar la cultura, sino como arietes para mantenerse en el poder a través de la propaganda y muchos veces la mentira y la manipulación descarada.

Las tesis liberales sostienen, con razón, que los gobiernos no necesitan medios propios porque tienen que gobernar, no esparcir propaganda y que si en alguna ocasión necesitara lanzar su voz, siempre puede hacerlo a través de los medios privados, pagando espacios, o utilizando otros canales, como el dominio de la agenda que tienen los gobiernos y los ministros y la facilidad para abrir debates a escala nacional.

Los gobiernos ya tienen demasiado poder para contar, además, con medios públicos, que siempre suelen crecer de manera desordenada y convertirse en altavoces al servicio del poder, nunca de la ciudadanía, a la que esos medios suelen cortar el acceso, siempre que sean críticos y contrarios al oficialismo.

El caso de TV3 es todo un modelo vergonzoso de utilización de un medio público, de manera potente y profusa, para defender una causa que no es de la sociedad, sino de partidos concretos. El independentismo, el odio a España y la promoción de lo que diferencia a catalanes con el resto del mundo es la esencia ideológica de una televisión pública catalana en la que se han gastado miles de millones de euros procedentes de los impuestos, una inversión técnicamente legal, pero abusiva y éticamente brutal.

Francisco Rubiales


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Jueves, 29 de Marzo 2018
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