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La solución del drama catalán es cerrar TV3, motor del odio a España



Muchos pensadores y teóricos de la democracia creen que los medios de comunicación públicos carecen de sentido y que la mayoría de los que existen no operan como medios independientes y ejemplares de educación e información de la ciudadanía, sino como aparatos de propaganda de los partidos que gobiernan.

El caso de la televisión pública catalana, TV3 es paradigmático porque se trata de una televisión que ha operado durante muchos años como ariete del independentismo y como motor del odio a España, una misión bastarda y dañina para la unidad que se financia con dinero público.
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El dramaturgo Albert Boadella, creador de El Joglar, piensa con razón que la solución a la situación catalana es el “cierre de TV3", la televisión separatista y que con esa medida ni siquiera sería necesario un refuerzo de la policía. El político popular Albiols opina lo mismo y otros dirigentes constitucionalistas también verían con buenos ojos el cierre de esa televisión, alma y aliento del odio a España, aunque muchos no se atrevan a decirlo.

Los datos hablan claro y otorgan a TV3 un protagonismo evidente en la propagación del independentismo, el odio a España y la intransigencia de los catalanes. Allí donde existe menos cultura plural y donde el medio dominante es TV3, sobre todo en las zonas rurales y menos industrializadas de Lérida y Gerona, es donde el independentismo ha sacado más votos, sin que sus votantes hayan llegado a sopesar siquiera los problemas que está provocando el intento de independencia, desde la fuga de empresas al empobrecimiento de la sociedad catalana.

TV3 es una televisión en manos del fanatismo independentista, bien hecha desde el punto de vista técnico, pero inmoral por lo tendenciosa y militante que es, al servicio no de todos los catalanes, sino únicamente de los que quieren separarse de España y han hecho de la independencia su bandera irrenunciable.

Cerrar TV3 representaría dejar sin alimento el independentismo y el odio y proyectar la sensación de que esa política no es la esencia del ser catalán. El fanatismo se desmoronaría poco a poco, junto al odio y el rechazo a todo lo que representa España.

El gobierno de Rajoy ha decidido cerrar los oídos a los numerosos consejos de que la aplicación del artículo 155 debería incluir un cierre o un cambio profundo en la televisión separatista y la ha dejado abierta para que siguiera cumpliendo, como si nada hubiera ocurrido, su despreciable misión de apoyar la cosecha del odio y el desprecio a todo lo español. Ahora dicen que lo hicieron presionados por el PSOE, que exigía dejar TV3 abierta, pero la realidad es que ni el PSOE ni el PP están dispuestos a gobernar sin el apoyo de los medios públicos y también de los privados, que "compran" utilizando la publicidad y otras subvenciones y ayudas. Uno y otro son partidos intervencionistas y ajenos a los criterios básicos de la democracia liberal.

La polémica en torno a TV3 y su misión sectaria, antidemocrática y de apoyo al enfrentamiento con lo español pone también sobre la mesa la vieja polémica, ganada por los gobiernos intervencionistas y perdida por los liberales, de que los medios de comunicación públicos no tienen sentido ni cabida en la verdadera democracia, ya que siempre son utilizados no para informar con independencia o fomentar la cultura, sino como arietes para mantenerse en el poder a través de la propaganda y muchos veces la mentira y la manipulación descarada.

Las tesis liberales sostienen, con razón, que los gobiernos no necesitan medios propios porque tienen que gobernar, no esparcir propaganda y que si en alguna ocasión necesitara lanzar su voz, siempre puede hacerlo a través de los medios privados, pagando espacios, o utilizando otros canales, como el dominio de la agenda que tienen los gobiernos y los ministros y la facilidad para abrir debates a escala nacional.

Los gobiernos ya tienen demasiado poder para contar, además, con medios públicos, que siempre suelen crecer de manera desordenada y convertirse en altavoces al servicio del poder, nunca de la ciudadanía, a la que esos medios suelen cortar el acceso, siempre que sean críticos y contrarios al oficialismo.

El caso de TV3 es todo un modelo vergonzoso de utilización de un medio público, de manera potente y profusa, para defender una causa que no es de la sociedad, sino de partidos concretos. El independentismo, el odio a España y la promoción de lo que diferencia a catalanes con el resto del mundo es la esencia ideológica de una televisión pública catalana en la que se han gastado miles de millones de euros procedentes de los impuestos, una inversión técnicamente legal, pero abusiva y éticamente brutal.

Francisco Rubiales

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Viernes, 29 de Diciembre 2017
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