El juez Llarena está acabando, él sólo, con el separatismo golpista catalán
Poco habituados a contemplar la Justicia en funcionamiento y a jueces que cumplen con su deber de aplicar la ley de manera implacable, los españoles están admirados ante el trabajo del juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena, un burgalés de 55 años que está acabando, el sólo, con el separatismo golpista de los catalanes y ofreciendo a los atribulados españoles, hartos de políticos corruptos que abusan del poder, un espectáculo fascinante que ayuda a recuperar la fe en la democracia y la esperanza en el futuro de una nación políticamente podrida, como España.
Llarena (Burgos, 1963) es uno de los últimos magistrados incorporados a la Sala Penal del Tribunal Supremo, donde lleva solo dos años. Llarena ha pasado del anonimato al estrellato en pocos días, hasta el punto de que hoy es el juez más famoso de España y también el más adorado por los demócratas que sueñan con una España limpia, libre de políticos corruptos y abusadores.
Su investigación sobre las repercusiones penales del intento de golpe de Estado del 1-O en Cataluña se ha convertido en la instrucción de uno de los procesos más complejos y determinantes de nuestra democracia y en uno de los mayores desafíos para un juez. Sus tenacidad, su manera implacable de aplicar la ley y su determinación a la hora de aplicar a los golpistas catalanes los delitos de sedición y rebelión están llenando de ilusión y esperanza a muchos españoles y devolviendo el prestigio perdido por una carrera judicial que aparece ante los ciudadanos como demasiado politizada y dependiente de los corruptos y todopoderosos partidos políticos.
Muchos creen que ha superado en admiración y fama al juez Baltasar Garzón, en sus mejores tiempos, y a la jueza Alaya, la que fustigó a la corrupta Junta de Andalucía con el proceso judicial a los ERES fraudulentos.
Sus compañeros resaltan del juez Llarena su tesón, su capacidad de trabajo, en el que no se miden las horas, y, sobre todo, su determinación a hacer cumplir la ley. Metódico, constante, directo, sin vericuetos, es un juez dispuesto a cumplir con su deber, algo elemental pero quizás insólito en una España donde los ciudadanos creen firmemente que la ley no es igual para todos y que los corruptos y los canallas con poder son casi impunes.
Con sólo media docena de Llarenas, España sería otro país, probablemente uno de los más prósperos, decentes y fuertes de Europa, y el pueblo español podría soñar y escapar de la angustia e impotencia que siente frente a los políticos y los partidos, demasiado poderosos, descontrolados y arrogantes, que se comportan como los "amos" de la nación, a los que muchos desean, fervientemente, ver un día entre rejas y precintados por la Justicia.
Francisco Rubiales
Llarena (Burgos, 1963) es uno de los últimos magistrados incorporados a la Sala Penal del Tribunal Supremo, donde lleva solo dos años. Llarena ha pasado del anonimato al estrellato en pocos días, hasta el punto de que hoy es el juez más famoso de España y también el más adorado por los demócratas que sueñan con una España limpia, libre de políticos corruptos y abusadores.
Su investigación sobre las repercusiones penales del intento de golpe de Estado del 1-O en Cataluña se ha convertido en la instrucción de uno de los procesos más complejos y determinantes de nuestra democracia y en uno de los mayores desafíos para un juez. Sus tenacidad, su manera implacable de aplicar la ley y su determinación a la hora de aplicar a los golpistas catalanes los delitos de sedición y rebelión están llenando de ilusión y esperanza a muchos españoles y devolviendo el prestigio perdido por una carrera judicial que aparece ante los ciudadanos como demasiado politizada y dependiente de los corruptos y todopoderosos partidos políticos.
Muchos creen que ha superado en admiración y fama al juez Baltasar Garzón, en sus mejores tiempos, y a la jueza Alaya, la que fustigó a la corrupta Junta de Andalucía con el proceso judicial a los ERES fraudulentos.
Sus compañeros resaltan del juez Llarena su tesón, su capacidad de trabajo, en el que no se miden las horas, y, sobre todo, su determinación a hacer cumplir la ley. Metódico, constante, directo, sin vericuetos, es un juez dispuesto a cumplir con su deber, algo elemental pero quizás insólito en una España donde los ciudadanos creen firmemente que la ley no es igual para todos y que los corruptos y los canallas con poder son casi impunes.
Con sólo media docena de Llarenas, España sería otro país, probablemente uno de los más prósperos, decentes y fuertes de Europa, y el pueblo español podría soñar y escapar de la angustia e impotencia que siente frente a los políticos y los partidos, demasiado poderosos, descontrolados y arrogantes, que se comportan como los "amos" de la nación, a los que muchos desean, fervientemente, ver un día entre rejas y precintados por la Justicia.
Francisco Rubiales