Decenas de miles de ciudadanos, entre ellos el gran escritor Miguel Delibes, se están adhiriendo al reciente Manifiesto por la Lengua Común, firmado originalmente por una veintena de intelectuales, que exigen que la Constitución Española y el gobierno garanticen el uso del español como lengua común, un movimiento valiente y digno que puede encuadrarse en la recuperación de lo viril en una España cada día más cobarde y menos firme.
La realidad constata que en casi media España (Cataluña, País Vasco, Baleares y Galicia), los castellano parlantes son discriminados y padecen merma de sus derechos sustanciales, sin que el gobierno haga nada por defender sus pisoteados derechos, teóricamente garantizados por la Constitución. Es importante resaltar que en tres de esas comunidades gobierna el PSOE.
Resulta vergonzoso y antidemocrático que el Gobierno siga ignorando el problema a pesar del aluvión de firmas y de que la sociedad espñola está sensibilizada ante la marginación del castellano. No es menos vergonzoso y antidemocrático que el mismo gobierno sí preste su apoyo al impopular y abusivo "canon" de la SGAE, un tributo preventivo que fomenta la piratería electrónica y que sólo beneficia a los autores y artistas amigos del poder.
El actual presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, es el gran profeta de una cultura "light", relativa y sin principios firmes, sustentada por un partido, el PSOE, cuya línea oficial propicia el pacto y la alianza con cualquier grupo o ideología, siempre que permita alcanzar el poder, también plasmada en un gobierno que lo soporta todo con tal de ocupar el Estado y disfrutar de sus inmensos recursos.
El Manifiesto, que está recibiendo adhesiones masivas de españoles demócratas y cansados de debilidades y rendiciones sin principios, está encabezado por gente como Fernando Savater, Álvaro Pombo, Mario Vargas Llosa, Albert Boadella, Francisco Sosa Wagner, Carlos Castilla del Pino y otros muchos intelectuales comprometidos.
El manifiesto, además de una reivindicación de los derechos constitucionales que amparan a la lengua común, irrespetados por algunos partidos políticos y gobiernos regionales, constituye también una exhibición de orgullo y dignidad frente a una cultura "progre" que disfraza la cobardía de "tolerancia" e infectada por los virus del hedonismo y la falta de firmeza, rigor y esfuerzo.
La realidad constata que en casi media España (Cataluña, País Vasco, Baleares y Galicia), los castellano parlantes son discriminados y padecen merma de sus derechos sustanciales, sin que el gobierno haga nada por defender sus pisoteados derechos, teóricamente garantizados por la Constitución. Es importante resaltar que en tres de esas comunidades gobierna el PSOE.
Resulta vergonzoso y antidemocrático que el Gobierno siga ignorando el problema a pesar del aluvión de firmas y de que la sociedad espñola está sensibilizada ante la marginación del castellano. No es menos vergonzoso y antidemocrático que el mismo gobierno sí preste su apoyo al impopular y abusivo "canon" de la SGAE, un tributo preventivo que fomenta la piratería electrónica y que sólo beneficia a los autores y artistas amigos del poder.
El actual presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, es el gran profeta de una cultura "light", relativa y sin principios firmes, sustentada por un partido, el PSOE, cuya línea oficial propicia el pacto y la alianza con cualquier grupo o ideología, siempre que permita alcanzar el poder, también plasmada en un gobierno que lo soporta todo con tal de ocupar el Estado y disfrutar de sus inmensos recursos.
El Manifiesto, que está recibiendo adhesiones masivas de españoles demócratas y cansados de debilidades y rendiciones sin principios, está encabezado por gente como Fernando Savater, Álvaro Pombo, Mario Vargas Llosa, Albert Boadella, Francisco Sosa Wagner, Carlos Castilla del Pino y otros muchos intelectuales comprometidos.
El manifiesto, además de una reivindicación de los derechos constitucionales que amparan a la lengua común, irrespetados por algunos partidos políticos y gobiernos regionales, constituye también una exhibición de orgullo y dignidad frente a una cultura "progre" que disfraza la cobardía de "tolerancia" e infectada por los virus del hedonismo y la falta de firmeza, rigor y esfuerzo.