La ruina siempre es una desgracia, sobre todo para un pueblo que, como Cataluña, ha vivido durante décadas en la prosperidad, pero no cabe duda de que esa ruina, ya en sólido progreso, traerá consigo cambios profundos en el "ser catalán", entre los que sobresalen la debilidad creciente del sentimiento independentista.
El independentismo es una actitud egoísta y arrogante, propia de países prósperos e insolidarios, que se sienten tentados a ganar más y a obtener más ventajas si logran eludir los siempre duros deberes de solidaridad, vigentes siempre en los estados, donde las regiones ricas contribuyen a financiar el Estado de Bienestar y reparten sus beneficios con las más pobres.
El independentismo catalán, con su eslogan central "España nos roba", ha crecido a la sombra del egoísmo insolidario, intentando eludir su contribución al bienestar de las regiones españolas más atrasadas, a las que se ha insultado desde la superioridad, sobre todo a Andalucía y Extremadura, a las que ha humillado tachándolas de "vagas y poco interesadas en el trabajo y el esfuerzo".
Pronto, si el derrumbe económico catalán sigue adelante, como parece lógico porque las empresas seguirán escapando y no van a soportar la enemistad de sus clientes españoles, lógicamente cabreados con la arrogancia y el desprecio del independentismo, Cataluña dejará de ser una región rica, con baneficios y excedentes, y pasará a ser una región necesitada de la solidaridad de las demás regiones ricas, es decir, una genuina receptora de ayuda solidaria.
En ese nuevo caldo de cultivo, la arrogancia y el desprecio nacionalistas no tendrán sentido alguno y los catalanes tendrán que reconocer que serán los madrileños, los valencianos, los vascos, los navarros y otros los que puedan gritar, con el agrio gesto de la insolidaridad, "Cataluña nos roba" porque parte de sus beneficios y excedentes tendrán que ir a Cataluña para equilibrar el déficit catalán y ayudar a financiar la prosperidad de los catalanes, que tendrán que aprender a ser más agradecidos y humildes.
Aunque nadie se lo ha propuesto, la "curación" del nacionalismo arrogante y despectivo que hoy es una plaga indecente en Cataluña, está ya en marcha porque esas tierras catalanas, antes llenas de desprecio y soberbia, tendrán que recibir ayuda exterior.
Así que la mejor manera que tienen los catalanes de eludir la pobreza que ya les está invadiendo es eliminar su nacionalismo, plagado de odio a los demás, de desprecio a los españoles, recuperando, a cambio, el viejo seny, la cordialidad y los valores típicos del antiguo comercio, que se resumen en aquella frase mágica de que "El cliente siempre tiene razón".
Es una verdad difícil de asimilar por los fanáticos del odio, pero Cataluña se está hundiendo como consecuencia de su desafío independentista. La perdida de más de 2.000 empresas, entre ellas las mas grandes, el lógico rechazo que han despertado entre los clientes españoles, como consecuencia del odio y el desprecio de los catalanes separatistas, el avance del desempleo, la caída del turismo y de la actividad comercial y el progresivo traslado no sólo de las sedes sociales y fiscales de las empresas, sino también de la producción, convertirán a Cataluña, en menos de dos años, en una región española necesitada de la solidaridad de las regiones ricas.
Toda una cura de humildad para ese nacionalismo arrogante y lleno de odio que es el que está cavando la tumba de la prosperidad catalana.
Francisco Rubiales
El independentismo es una actitud egoísta y arrogante, propia de países prósperos e insolidarios, que se sienten tentados a ganar más y a obtener más ventajas si logran eludir los siempre duros deberes de solidaridad, vigentes siempre en los estados, donde las regiones ricas contribuyen a financiar el Estado de Bienestar y reparten sus beneficios con las más pobres.
El independentismo catalán, con su eslogan central "España nos roba", ha crecido a la sombra del egoísmo insolidario, intentando eludir su contribución al bienestar de las regiones españolas más atrasadas, a las que se ha insultado desde la superioridad, sobre todo a Andalucía y Extremadura, a las que ha humillado tachándolas de "vagas y poco interesadas en el trabajo y el esfuerzo".
Pronto, si el derrumbe económico catalán sigue adelante, como parece lógico porque las empresas seguirán escapando y no van a soportar la enemistad de sus clientes españoles, lógicamente cabreados con la arrogancia y el desprecio del independentismo, Cataluña dejará de ser una región rica, con baneficios y excedentes, y pasará a ser una región necesitada de la solidaridad de las demás regiones ricas, es decir, una genuina receptora de ayuda solidaria.
En ese nuevo caldo de cultivo, la arrogancia y el desprecio nacionalistas no tendrán sentido alguno y los catalanes tendrán que reconocer que serán los madrileños, los valencianos, los vascos, los navarros y otros los que puedan gritar, con el agrio gesto de la insolidaridad, "Cataluña nos roba" porque parte de sus beneficios y excedentes tendrán que ir a Cataluña para equilibrar el déficit catalán y ayudar a financiar la prosperidad de los catalanes, que tendrán que aprender a ser más agradecidos y humildes.
Aunque nadie se lo ha propuesto, la "curación" del nacionalismo arrogante y despectivo que hoy es una plaga indecente en Cataluña, está ya en marcha porque esas tierras catalanas, antes llenas de desprecio y soberbia, tendrán que recibir ayuda exterior.
Así que la mejor manera que tienen los catalanes de eludir la pobreza que ya les está invadiendo es eliminar su nacionalismo, plagado de odio a los demás, de desprecio a los españoles, recuperando, a cambio, el viejo seny, la cordialidad y los valores típicos del antiguo comercio, que se resumen en aquella frase mágica de que "El cliente siempre tiene razón".
Es una verdad difícil de asimilar por los fanáticos del odio, pero Cataluña se está hundiendo como consecuencia de su desafío independentista. La perdida de más de 2.000 empresas, entre ellas las mas grandes, el lógico rechazo que han despertado entre los clientes españoles, como consecuencia del odio y el desprecio de los catalanes separatistas, el avance del desempleo, la caída del turismo y de la actividad comercial y el progresivo traslado no sólo de las sedes sociales y fiscales de las empresas, sino también de la producción, convertirán a Cataluña, en menos de dos años, en una región española necesitada de la solidaridad de las regiones ricas.
Toda una cura de humildad para ese nacionalismo arrogante y lleno de odio que es el que está cavando la tumba de la prosperidad catalana.
Francisco Rubiales