Pocas cosas repelen más que un falso moderado, detrás de cuyo disfraz se esconde un depredador sin piedad. Son verdaderos lobos con piel de oveja. Sonrientes, amables y hasta con apariencia servil, pero siempre con la navaja preparada.
Son lo contrario de los que somos radicales. Los radicales jamás usamos el anonimato; ellos siempre que pueden. Somos el empuje y ellos el freno del progreso, de la Historia y de esa utopía que es la que salva al hombre y lo hace avanzar. Nosotros somos optimistas y el moderado es un pesimista empedernido. Nos acusan de antisistemas, peligrosos y desestabilizadores, pero los que dañan el sistema con su cobardía, los que constituyen un peligro para el progreso y los que lo desestabilizan todo con su desesperante inmovilismo son los moderados, probablemente más dañinos que especies tan terribles como los políticos corruptos, los jueces arbitrarios, los periodistas sometidos y los policías que actúan como chacales.
El radical, por definición, es el que va a la raíz, justo lo contrario de lo que hace el moderado. Cuando analiza, el radical va al grano y el moderado se cuida y da rodeos. La materia prima del radical es la verdad y la del moderado un disimulo manipulador que oculta bajo una falsa prudencia.
Jesucristo fue un gran radical, tanto que pagó con su vida el apego a la verdad. A los eternos moderados, que en aquella época eran los fariseos y los "tibios" , les dedicó las palabras más duras del Evangelio: "Sepulcros blanqueados", "raza de víboras" y les dijo: "Porque no sois ni fríos ni calientes, empezaré a vomitaros de mi boca".
No hace mucho me encontré con un compañero periodista, habitual en las tertulias televisivas, uno de los pocos que ha logrado sacarme de mis casillas, aunque, por fortuna, logré contenerme y me despedí cortesmente, sin darle el puñetazo que merecía. Me dijo "Es una lástima que seas tan radical en tus análisis. Si fueras más moderado, te llamarían para las tertulias de la tele". Le respondí con sarcasmo: No me interesan las tertulias y lo que tu llamas radical no es otra cosa que amor a la verdad, sin tapujos". Me fui pensando que aquel hombre, con cara de amargado, estaba tan lejos de la verdad que ya ni siquiera la reconocía, todo a cambio de 800 o 1.000 euros por opinar ante las cámaras de TV cosas que no enfaden a los poderosos.
Cuando los moderados forman gobierno, siempre marginan a los radicales y procuran hundirlo. Aunque seas más inteligente que ellos, tengas más currículum y experiencia, seas doctor, escritor y tengas en tu despacho, colgados en las paredes, mas títulos, premios y condecoraciones que todos ellos juntos, los "moderados" te rechazan y te borran de las listas oficiales para evitar verte. Simplemente se sienten avergonzados en tu presencia. No quieren verte porque les recuerdas sus dramas y carencias. Ellos, con la conciencia sucia, entienden con razón que tu valentía, verdades y valores golpean sus mentiras, cobardías y disimulos.
A ellos solo les fascinan los que doblan la espalda, soportan humillaciones y sonríen siempre para hacer negocios, ganar dinero y escalar puestos en la vida. Entre ellos se entienden porque están fabricados con el mismo barro.
Llevo casi dos décadas ejerciendo como "radical" en mis libros, artículos, conferencias y clases de postgrado. Es difícil ser radical en una ciudad tan barroca y acobardada como Sevilla, donde nunca se condena y son pocos los que dicen "No". Pocos te llaman "radical" y solo los más atrevidos te llaman "exagerado". Sin embargo, puedo sentir el orgullo interior de que todos mis análisis y prospectivas se han cumplido hasta el milímetro. Hace dos décadas, cuando nadie lo decía, yo afirmaba que la democracia española no existía. Hoy lo dicen casi todos, pero entonces era heroico y suicida, lo mismo que decir que la corrupción estaba minando los cimientos del Estado, que los principales obstáculos para el progreso de España eran los partidos políticos o que la Transición, tan publicitada y alabada, fue una estafa porque en ella no se creó una democracia sino un Estado de partidos, sin controles suficientes y con todas las facilidades para la corrupción y el abuso de poder. Me siento orgulloso de haber contribuido a desenmascarar a los canallas y a que los ciudadanos se inclinen a defender su democracia y a limpiar su país.
En fin, comprendo que los radicales seamos molestos. La verdad escuece tanto que hasta yo mismo siento su ácido amargo algunas veces, cuando escarbo en el subsuelo.
Francisco Rubiales
Son lo contrario de los que somos radicales. Los radicales jamás usamos el anonimato; ellos siempre que pueden. Somos el empuje y ellos el freno del progreso, de la Historia y de esa utopía que es la que salva al hombre y lo hace avanzar. Nosotros somos optimistas y el moderado es un pesimista empedernido. Nos acusan de antisistemas, peligrosos y desestabilizadores, pero los que dañan el sistema con su cobardía, los que constituyen un peligro para el progreso y los que lo desestabilizan todo con su desesperante inmovilismo son los moderados, probablemente más dañinos que especies tan terribles como los políticos corruptos, los jueces arbitrarios, los periodistas sometidos y los policías que actúan como chacales.
El radical, por definición, es el que va a la raíz, justo lo contrario de lo que hace el moderado. Cuando analiza, el radical va al grano y el moderado se cuida y da rodeos. La materia prima del radical es la verdad y la del moderado un disimulo manipulador que oculta bajo una falsa prudencia.
Jesucristo fue un gran radical, tanto que pagó con su vida el apego a la verdad. A los eternos moderados, que en aquella época eran los fariseos y los "tibios" , les dedicó las palabras más duras del Evangelio: "Sepulcros blanqueados", "raza de víboras" y les dijo: "Porque no sois ni fríos ni calientes, empezaré a vomitaros de mi boca".
No hace mucho me encontré con un compañero periodista, habitual en las tertulias televisivas, uno de los pocos que ha logrado sacarme de mis casillas, aunque, por fortuna, logré contenerme y me despedí cortesmente, sin darle el puñetazo que merecía. Me dijo "Es una lástima que seas tan radical en tus análisis. Si fueras más moderado, te llamarían para las tertulias de la tele". Le respondí con sarcasmo: No me interesan las tertulias y lo que tu llamas radical no es otra cosa que amor a la verdad, sin tapujos". Me fui pensando que aquel hombre, con cara de amargado, estaba tan lejos de la verdad que ya ni siquiera la reconocía, todo a cambio de 800 o 1.000 euros por opinar ante las cámaras de TV cosas que no enfaden a los poderosos.
Cuando los moderados forman gobierno, siempre marginan a los radicales y procuran hundirlo. Aunque seas más inteligente que ellos, tengas más currículum y experiencia, seas doctor, escritor y tengas en tu despacho, colgados en las paredes, mas títulos, premios y condecoraciones que todos ellos juntos, los "moderados" te rechazan y te borran de las listas oficiales para evitar verte. Simplemente se sienten avergonzados en tu presencia. No quieren verte porque les recuerdas sus dramas y carencias. Ellos, con la conciencia sucia, entienden con razón que tu valentía, verdades y valores golpean sus mentiras, cobardías y disimulos.
A ellos solo les fascinan los que doblan la espalda, soportan humillaciones y sonríen siempre para hacer negocios, ganar dinero y escalar puestos en la vida. Entre ellos se entienden porque están fabricados con el mismo barro.
Llevo casi dos décadas ejerciendo como "radical" en mis libros, artículos, conferencias y clases de postgrado. Es difícil ser radical en una ciudad tan barroca y acobardada como Sevilla, donde nunca se condena y son pocos los que dicen "No". Pocos te llaman "radical" y solo los más atrevidos te llaman "exagerado". Sin embargo, puedo sentir el orgullo interior de que todos mis análisis y prospectivas se han cumplido hasta el milímetro. Hace dos décadas, cuando nadie lo decía, yo afirmaba que la democracia española no existía. Hoy lo dicen casi todos, pero entonces era heroico y suicida, lo mismo que decir que la corrupción estaba minando los cimientos del Estado, que los principales obstáculos para el progreso de España eran los partidos políticos o que la Transición, tan publicitada y alabada, fue una estafa porque en ella no se creó una democracia sino un Estado de partidos, sin controles suficientes y con todas las facilidades para la corrupción y el abuso de poder. Me siento orgulloso de haber contribuido a desenmascarar a los canallas y a que los ciudadanos se inclinen a defender su democracia y a limpiar su país.
En fin, comprendo que los radicales seamos molestos. La verdad escuece tanto que hasta yo mismo siento su ácido amargo algunas veces, cuando escarbo en el subsuelo.
Francisco Rubiales