
Una de las miles de imágenes que circulan por las redes señalando al presidente Sánchez como "Perro Sánchez"
La “perrocracia” se distingue por su bajeza y por ser un sistema regido por el odio, la trifulca, la trampa, la ignorancia y la cobardía, que denigra tanto a los que gobiernan como al pueblo que la sufre sin rebelarse, por dejarse someter y perder libertades y derechos por miedo a las dentelladas y a cambio de migajas y limosnas del poder.
Los perros políticos dominantes que rigen la perrocracia no tienen escrúpulos, ni dignidad, ni decencia, ni decoro, sino únicamente ambición y suciedad corrupta. Juntos forman una jauría peligrosa que destruye la prosperidad, la decencia, la convivencia y la alegría.
En la perrocracia grandes masas de policías, periodistas, funcionarios, militares, empresarios corruptos y parte de los miembros del poder judicial se comportan como perros del poder, sometidos y mordiendo a los adversarios del que manda más, el temido jefe.
Sánchez es un ser desgraciado, enfermo de poder, cuya vida está embarrada y rodeada de millones de ciudadanos indignados y de jueces independientes que persiguen por corruptos a su familia, colaboradores y a él mismo.
¿Merece la pena seguir gobernando así?
Sólo un enfermo diría que sí. Esa enfermedad es la “perrocracia”.
La perrocracia es un sistema político dominado por humanos que se comportan como perros callejeros, sucios, medio salvajes y descuidados, muchos de ellos parecidos a los chacales carroñeros. Su obsesión es acumular comida y recursos y su única ley es devorar, todos al servicio del gran perro que controla el gobierno y reparte privilegios y dinero.
La perrocracia nunca es fiable, siempre es traidora, voluble, codiciosa y ajena a las leyes y normas de convivencia. La perrocracia no tiene amigos y todos desconfían de una jauría que sólo respeta el poder y el mordisco.
La jauría representa la ausencia de valores y la única forma de derrotarla es arrojarla a la perrera y reconstruir los valores que han destrozado, sobre todo la dignidad, el honor, la libertad, la piedad y el amor.
Francisco Rubiales
Los perros políticos dominantes que rigen la perrocracia no tienen escrúpulos, ni dignidad, ni decencia, ni decoro, sino únicamente ambición y suciedad corrupta. Juntos forman una jauría peligrosa que destruye la prosperidad, la decencia, la convivencia y la alegría.
En la perrocracia grandes masas de policías, periodistas, funcionarios, militares, empresarios corruptos y parte de los miembros del poder judicial se comportan como perros del poder, sometidos y mordiendo a los adversarios del que manda más, el temido jefe.
Sánchez es un ser desgraciado, enfermo de poder, cuya vida está embarrada y rodeada de millones de ciudadanos indignados y de jueces independientes que persiguen por corruptos a su familia, colaboradores y a él mismo.
¿Merece la pena seguir gobernando así?
Sólo un enfermo diría que sí. Esa enfermedad es la “perrocracia”.
La perrocracia es un sistema político dominado por humanos que se comportan como perros callejeros, sucios, medio salvajes y descuidados, muchos de ellos parecidos a los chacales carroñeros. Su obsesión es acumular comida y recursos y su única ley es devorar, todos al servicio del gran perro que controla el gobierno y reparte privilegios y dinero.
La perrocracia nunca es fiable, siempre es traidora, voluble, codiciosa y ajena a las leyes y normas de convivencia. La perrocracia no tiene amigos y todos desconfían de una jauría que sólo respeta el poder y el mordisco.
La jauría representa la ausencia de valores y la única forma de derrotarla es arrojarla a la perrera y reconstruir los valores que han destrozado, sobre todo la dignidad, el honor, la libertad, la piedad y el amor.
Francisco Rubiales