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La peor casta gobernante de la historia





Cuando la aristocracia (o la nobleza, como la llaman otros historiadores) perdió el poder al ser derrocada la monarquía absoluta como régimen, no fue sustituida en la gestión de Estado por la burguesía, la clase emergente, que tuvo miedo y rechazó asumir el poder, prefiriendo dedicarse a sus negocios y asuntos privados, sino por los "políticos profesionales", la nueva "casta" que gobernó el comunismo y gobierna hoy nuestras democracias.

Los "profesionales" de la política dicen que ejercen el poder para servir al pueblo, pero en realidad son hipócritas decididos a ordeñar lo público que se aferran al cargo y a sus privilegios. Apenas llevan un siglo en el poder, pero durante ese tiempo han demostrado ser, con mucho, la peor casta gobernante de la historia. En un tiempo record han hundido el comunismo soviético y deteriorado la democracia, que fue concebida como el mejor y el más justo sistema para la dignidad humana y la convivencia, han perdido el prestigio que siempre ha acompañado al poder público, han deteriorado sus lazos con la ciudadanía y han destruído la confianza en el liderazgo, imprescindible para la armonía social.

Como consecuencia del fracaso de los políticos profesionales, la convivencia, el liderazgo y el sistema democrático están hoy inmersos en una crisis peligrosa y de consecuencias preocupantes.

Comparada con la aristocracia, la nueva casta de "políticos profesionales" es un desastre. Con todos sus defectos, la aristocracia supo mantenerse en el poder durante más de un milenio, desde la Edad Media hasta el siglo XIX, demostrando una portentosa capacidad de adaptación a las circunstancias, dominando el sistema feudal, el pujante comercio en el Renacimiento y hasta los primeros tiempos de la Revolución Industrial.

Los aristócratas tenían la conciencia de ser una clase distinguida que daba órdenes a los demás y que estaba sujeta a deberes y privilegios. Su código giraba en torno a tres conceptos: rango, honor y herencia. Aristóteles los aprobaba y los diferenciaba de su variante corrupta, la oligocracia, que vivía del privilegio, pero sin honor y sin preparación para el liderazgo.

Conscientes de que eran un orden de gobierno privilegiado, supieron "compensar" a la sociedad a través de valores que cultivaron minuciosamente durante siglos: la preparación para el liderazgo, el honor y un riguroso código de deberes como el carácter sagrado de la palabra dada y el deber de promocionar a los que se destacaban en la sociedad, además del mecenazgo y de una justicia "sui generis" y desigual, pero aplicada con rigor.

Sus sustitutos, los políticos profesionales, los envidian y los imitan en el fondo, pero se han convertido en oligarcas, a los que Aristóteles definía como la versión corrupta de la aristoracia, no conocen el sentido del honor, ni tienen preparación para el liderazgo, ni promocionan a los que destacan. Viven para el privilegio, pero han sustituido el honor por la manipulación, la mentira y el engaño, prefieren la sumisión esclava, a la que llaman "lealtad", a la preparación para el liderazgo, se han agrupado en "partidos" para protegerse y no promocionan a los mejores, sino a los que aceptan someterse y doblegarse al poder de las élites.

La aristocracia fue derrocada por la democracia porque su mundo estaba basado en valores y principios, como el privilegio y la superioridad, que no podían tener cabida en en la igualdad, pero sus sucesores los están haciendo buenos y, en cierto modo, hasta añorados.

Los primeros demócratas soñaron con ser gobernados por los mejores, elegidos por los ciudadanos en sufragio libre, pero nunca por una casta profesionalizada y aferrada al poder, cuyo principales "méritos" son no haber resuelto ninguno de los grandes problemas de la sociedad moderna (hambre, pobreza, desigualdad, injusticia, violencia...) y haber degenerado la política hasta límites insuspechados, sustituyendo la honorable y prestigiada democracia por una despreciable oligocracia de partidos.


   
Martes, 22 de Enero 2008
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