Las máquinas de fabricar billetes están funcionando a pleno pulmón, produciendo rios de dólares y de euros, por orden de los políticos, que quieren atajar la crisis como sea. Sin embargo, las soluciones del poder no funcionarán esta vez porque los ciudadanos y la economía en pleno ya no se fían del "dinero político", sin relación alguna con el valor y la riqueza real, sin otro respaldo que el de una confianza política, que está hecha añicos.
Los gobiernos, al inundar el mundo con billetes para salvar un sistema que se muere por falta de credibilidad, están consiguiendo el efecto contrario. Dicen que falta liquidez, pero el problema real es que falta solvencia y credibilidad en los que mandan. Por eso las bolsas caen y la economía no se reactiva, a pesar de la lluvia de dinero que está inundando los mercados y de las cataratas de promesas que realizan los políticos desde cumbres y foros cargados de grandeza y solemnidad.
Desde que fue eliminado el patrón oro, la moneda es sólo una cuestión de confianza que vale lo que los políticos dicen que vale. Pero esos políticos que tenían que sostener el sistema han perdido ya todo su crédito ante los ciudadanos y ni siquiera la banca y los mercados ya creen en ellos.
La gran verdad que se esconde detrás de esta crisis, distinta de las anteriores porque no es cíclica sino terminal, es que los políticos han acabado con su crédito y han demostrado hasta la saciedad que no son de fiar.
Han acumulado todo el poder posible; han destruido la democracia y la han sustituido por oligocracias de partidos; han expulsado al ciudadano de los procesos de toma de decisiones; han convertido a los partidos políticos en monstruos insaciables de poder; han manipulado las elecciones de manera que sean los partidos los que elijan, arrebatando al ciudadano su derecho democrático a elegir en plena libertad a sus representantes; han logrado la ignominia de que los representantes electos rindan cuentas no al ciudadano sino al partido que los nombra; han violado todos los cerrojos y controles de la democracia, invadiendo la sociedad civil, sometiendo a la Justicia, controlando a la prensa crítica, impidiéndole que cumpla su vital misión de fiscalizar a los grandes poderes; han podrido el sistema financiero mundial mediante abusos de poder, sometiéndolo a controles políticos excesivos e, incluso, sentando a políticos torpes y al servicio de los partidos en los consejos de administración y en las gerencias de muchos bancos y cajas.
Han tenido a su disposición todos los recursos imaginables, desde el monopolio de las armas y la violencia hasta impuestos que se recaudan sin rendir cuentas al ciudadano que los paga, sin mencionar a legiones de funcionarios, agentes, policías, intelectuales y profesionales al servicio del Estado, pero no han obtenido ni un sólo éxito que puedan presentar como logro ante la ciudadanía. Su balance es patético: el mundo que vivimos, después de seis décadas de gobiernos que se dicen democráticos, cada día más poderosos e incontrolados, es man injusto y desigual, más violento e infeliz. Las grandes lacras de la Humanidad no sólo siguen vigentes sino que han engordado durante su mandato: el hambre, la miseria, la desigualdad, la violencia, la indefensión de los humildes, la opresión...
Con sólo una décima parte del dinero que los políticos han inyectado en el sistema financiero, habría podido eliminarse el hambre en el mundo, pero ni se les ha ocurrido hacerlo.
¿Cómo quieren que nos fiemos ahora de sus promesas y de su dinero, si la historia del político moderno, presuntamente democrático, desde el fin de la II Guerra Mundial, es la historia de un fracaso pertinaz y de una traición permanente?
Las bolsas seguirán hundiéndose, las empresas seguirán cerrando, las legiones de desempleados engrosando la pobreza y el mundo continuará derrumbándose hasta que los que han traicionado a la democracia y a los ciudadanos, los protagonistas de la plaga del mal gobierno, asuman que el problema son ellos y que lo que debe reformarse no es sólo el sistema financiero, sino, especialmente, la vergüenza del poder.
En Francia ya abuchean a "la Marsellesa" en los estadios ¿Estarán renaciendo la rebeldía y la dignidad ciudadana?
Los gobiernos, al inundar el mundo con billetes para salvar un sistema que se muere por falta de credibilidad, están consiguiendo el efecto contrario. Dicen que falta liquidez, pero el problema real es que falta solvencia y credibilidad en los que mandan. Por eso las bolsas caen y la economía no se reactiva, a pesar de la lluvia de dinero que está inundando los mercados y de las cataratas de promesas que realizan los políticos desde cumbres y foros cargados de grandeza y solemnidad.
Desde que fue eliminado el patrón oro, la moneda es sólo una cuestión de confianza que vale lo que los políticos dicen que vale. Pero esos políticos que tenían que sostener el sistema han perdido ya todo su crédito ante los ciudadanos y ni siquiera la banca y los mercados ya creen en ellos.
La gran verdad que se esconde detrás de esta crisis, distinta de las anteriores porque no es cíclica sino terminal, es que los políticos han acabado con su crédito y han demostrado hasta la saciedad que no son de fiar.
Han acumulado todo el poder posible; han destruido la democracia y la han sustituido por oligocracias de partidos; han expulsado al ciudadano de los procesos de toma de decisiones; han convertido a los partidos políticos en monstruos insaciables de poder; han manipulado las elecciones de manera que sean los partidos los que elijan, arrebatando al ciudadano su derecho democrático a elegir en plena libertad a sus representantes; han logrado la ignominia de que los representantes electos rindan cuentas no al ciudadano sino al partido que los nombra; han violado todos los cerrojos y controles de la democracia, invadiendo la sociedad civil, sometiendo a la Justicia, controlando a la prensa crítica, impidiéndole que cumpla su vital misión de fiscalizar a los grandes poderes; han podrido el sistema financiero mundial mediante abusos de poder, sometiéndolo a controles políticos excesivos e, incluso, sentando a políticos torpes y al servicio de los partidos en los consejos de administración y en las gerencias de muchos bancos y cajas.
Han tenido a su disposición todos los recursos imaginables, desde el monopolio de las armas y la violencia hasta impuestos que se recaudan sin rendir cuentas al ciudadano que los paga, sin mencionar a legiones de funcionarios, agentes, policías, intelectuales y profesionales al servicio del Estado, pero no han obtenido ni un sólo éxito que puedan presentar como logro ante la ciudadanía. Su balance es patético: el mundo que vivimos, después de seis décadas de gobiernos que se dicen democráticos, cada día más poderosos e incontrolados, es man injusto y desigual, más violento e infeliz. Las grandes lacras de la Humanidad no sólo siguen vigentes sino que han engordado durante su mandato: el hambre, la miseria, la desigualdad, la violencia, la indefensión de los humildes, la opresión...
Con sólo una décima parte del dinero que los políticos han inyectado en el sistema financiero, habría podido eliminarse el hambre en el mundo, pero ni se les ha ocurrido hacerlo.
¿Cómo quieren que nos fiemos ahora de sus promesas y de su dinero, si la historia del político moderno, presuntamente democrático, desde el fin de la II Guerra Mundial, es la historia de un fracaso pertinaz y de una traición permanente?
Las bolsas seguirán hundiéndose, las empresas seguirán cerrando, las legiones de desempleados engrosando la pobreza y el mundo continuará derrumbándose hasta que los que han traicionado a la democracia y a los ciudadanos, los protagonistas de la plaga del mal gobierno, asuman que el problema son ellos y que lo que debe reformarse no es sólo el sistema financiero, sino, especialmente, la vergüenza del poder.
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