La narración se titula Mi cursillo de nieve y su texto, escrito en forma de carta familiar enviada por una persona del séquito de la ministra, es el siguiente:
Querida familia:
Antes de que comience la intoxicación mediática tenéis que saber la verdad de por qué me van a despedir y por qué la ministra está ahora mismo en el hospital, herida, afortunadamente, de levedad. Tras casi dos horas de recorrer los arrabales de Irkutsk entre nieve escasa y sucia, el señor Yakunin, presidente de los ferrocarriles rusos, se empeñó en que brindáramos una y otra vez mientras llegaba el material -nunca apareció- del carísimo Cursillo de Gestión de Nevadas. Doña Magdalena no dejaba de temblar, así que conseguí que los guardeses de la finca nos alquilaran a precio de oro un abrigo de piel viejo y maloliente, pero cálido. Yakunin, que también vestía pieles, brindaba en solitario dos o tres veces por cada una que lo hacía junto a nosotros y al final, pesadísimo, se empeñó en bailar con Magdalena que fue arrastrada en torpes giros hasta un cercano bosquete de abedules. Entonces sonó el disparo. Durante un segundo se congeló la atmósfera entera. Yakunin, paralizado, husmeó el frío antes de empujar brutalmente a la ministra y salir despavorido hacia el coche.
Entonces, provenientes de los abedules, se oyeron voces que tranquilizaron a los guardaespaldas rusos. Cuando las voces estuvieron cerca, entre cirílico y murmullos, se escuchó: No, de eso nada. Si ha sido un accidente, nada más… deja que hable con ellos. Cinco figuras llegaron hasta nosotros: tres eran más guardaespaldas; otra alguien conocido que no supe ubicar y la última… el Rey. Sí, el Rey de España. Ahora todo parece un sueño. El Rey se acercó a la ministra y le dijo: Pero, hija, ¿qué haces aquí?, y con esas ropas… ¿no ves que pareces un oso?, ¿no sabes que esto es un coto? ¿Estás bien?, ¿sí?… pues nada… Magdalena sonreía con una espantosa mueca de dolor, allí, tirada en el barro. En ese momento don Alberto Aza (pude recordarlo) susurró algo al oído de Su Majestad y todo el séquito se puso en marcha apresuradamente. ¿Ves Alberto como no pasaba nada? Si es que he pensado que eran osos peleando…
Ahora estoy en Moscú, esperando el vuelo junto al resto del personal. No podemos salir del hotel y no volveremos a trabajar en la Administración porque el Rey ha confundido a la Ministra de Fomento con un oso borracho… Me siento más sola que nunca, no debí dejar el trabajo en el tribunal. Os quiero, cuánto os echo de menos.
Querida familia:
Antes de que comience la intoxicación mediática tenéis que saber la verdad de por qué me van a despedir y por qué la ministra está ahora mismo en el hospital, herida, afortunadamente, de levedad. Tras casi dos horas de recorrer los arrabales de Irkutsk entre nieve escasa y sucia, el señor Yakunin, presidente de los ferrocarriles rusos, se empeñó en que brindáramos una y otra vez mientras llegaba el material -nunca apareció- del carísimo Cursillo de Gestión de Nevadas. Doña Magdalena no dejaba de temblar, así que conseguí que los guardeses de la finca nos alquilaran a precio de oro un abrigo de piel viejo y maloliente, pero cálido. Yakunin, que también vestía pieles, brindaba en solitario dos o tres veces por cada una que lo hacía junto a nosotros y al final, pesadísimo, se empeñó en bailar con Magdalena que fue arrastrada en torpes giros hasta un cercano bosquete de abedules. Entonces sonó el disparo. Durante un segundo se congeló la atmósfera entera. Yakunin, paralizado, husmeó el frío antes de empujar brutalmente a la ministra y salir despavorido hacia el coche.
Entonces, provenientes de los abedules, se oyeron voces que tranquilizaron a los guardaespaldas rusos. Cuando las voces estuvieron cerca, entre cirílico y murmullos, se escuchó: No, de eso nada. Si ha sido un accidente, nada más… deja que hable con ellos. Cinco figuras llegaron hasta nosotros: tres eran más guardaespaldas; otra alguien conocido que no supe ubicar y la última… el Rey. Sí, el Rey de España. Ahora todo parece un sueño. El Rey se acercó a la ministra y le dijo: Pero, hija, ¿qué haces aquí?, y con esas ropas… ¿no ves que pareces un oso?, ¿no sabes que esto es un coto? ¿Estás bien?, ¿sí?… pues nada… Magdalena sonreía con una espantosa mueca de dolor, allí, tirada en el barro. En ese momento don Alberto Aza (pude recordarlo) susurró algo al oído de Su Majestad y todo el séquito se puso en marcha apresuradamente. ¿Ves Alberto como no pasaba nada? Si es que he pensado que eran osos peleando…
Ahora estoy en Moscú, esperando el vuelo junto al resto del personal. No podemos salir del hotel y no volveremos a trabajar en la Administración porque el Rey ha confundido a la Ministra de Fomento con un oso borracho… Me siento más sola que nunca, no debí dejar el trabajo en el tribunal. Os quiero, cuánto os echo de menos.