Tras la manifestación del sábado en Madrid, parece evidente que la izquierda española, torpe, falta de reflejos y políticamente desnortada, ha dejado que la oposición se apropie de la calle, de la bandera española, del himno nacional, del sentido de la patria y hasta del grito "Libertad", pérdidas de un enorme valor político y simbólico que, con seguridad, el PSOE va a pagar cuando se abran las urnas.
Algunos dirigentes socialistas han reaccionado con rabia ante la profusa utilización por los manifestantes de la bandera española y del himno nacional, quizas conscientes del alto valor político y electoral de esos simbolos, pero se trata de un grito estéril de desesperación porque resulta evidente que la izquierda lleva años renunciando al sentido de la patria y de sus símbolos. Curiosamente, ninguno dirigente parece haberse dado cuenta que la oposición también se está apropiando, a pasos agigantados, de algo todavía más importante: la lucha por la libertad y por los derechos ciudadanos.
La izquierda es la primera víctima de sus propios errores ¿No hemos sido testigos de cómo la izquierda se obsesionaba en potenciar la autoridad del gobierno y del Estado, haciéndola prevalecer tercamente sobre el valor democrático del ciudadano y de la sociedad civil? ¿No hemos contemplado cientos de veces en los últimos años el espectáculo incomprensible de una izquierda que no sólo renuncia a los símbolos patrios y al sentimiento de nación sino que también acusaba de "fachas" a los ciudadanos que exhibian esos símbolos y sentimientos?
La izquierda, ante esa perdida de identidad patria, se encuentra en un callejón sin salida. Por un lado sabe que perder la conexión con la bandera, el himno y el sentido de la patria le restará cientos de miles de votos, pero, por otro lado, sus amistades y alianzas de poder con los nacionalistas extremos e independentistas les impiden acercarse a esos símbolos y sentimientos.
La pérdida de la calle es otra derrota especialmente dolorosa para la izquierda que lidera hoy Zapatero. La calle fue, tradicionalmente, un territorio conquistado por la izquierda y la mejor plataforma para las reivindicaciones del pueblo, pero hoy les ha sido arrebatada por una oposición que ha sabido aglutinar mejor que la izquierda a los millones de descontentos, a los que se han agregado los damnificados y adversarios del zapaterismo.
¿Qué le queda a la izquierda española? Tras haber perdido también su tradicional riqueza ideológica y su también antiguas vinculaciones con la ética y el mundo de los trabajadores, sólo dos activos importantes: el partido (PSOE), que sigue siendo la más compacta y mejor organizada formación política del país, y una cierta imagen de sensibilidad y cercanía ante los más pobres y necesitados, aunque se trata de una imagen en claro retroceso y en contradicción evidente con la imagen de ostentación y de riqueza que los políticos, varones y empresarios de la nueva izquierda española exhiben ya sin pudor.
Nunca como ahora ha necesitado la izquierda española un rearme tan intenso y urgente de sus activos y valores y una revisión tan profunda de sus tácticas y estrategias. Si no emprende pronto las reformas drásticas que necesita, va a convertirse en poco más que un partido político musculado para la captura del poder, pero tristemente abandonado por los ciudadanos.
Algunos dirigentes socialistas han reaccionado con rabia ante la profusa utilización por los manifestantes de la bandera española y del himno nacional, quizas conscientes del alto valor político y electoral de esos simbolos, pero se trata de un grito estéril de desesperación porque resulta evidente que la izquierda lleva años renunciando al sentido de la patria y de sus símbolos. Curiosamente, ninguno dirigente parece haberse dado cuenta que la oposición también se está apropiando, a pasos agigantados, de algo todavía más importante: la lucha por la libertad y por los derechos ciudadanos.
La izquierda es la primera víctima de sus propios errores ¿No hemos sido testigos de cómo la izquierda se obsesionaba en potenciar la autoridad del gobierno y del Estado, haciéndola prevalecer tercamente sobre el valor democrático del ciudadano y de la sociedad civil? ¿No hemos contemplado cientos de veces en los últimos años el espectáculo incomprensible de una izquierda que no sólo renuncia a los símbolos patrios y al sentimiento de nación sino que también acusaba de "fachas" a los ciudadanos que exhibian esos símbolos y sentimientos?
La izquierda, ante esa perdida de identidad patria, se encuentra en un callejón sin salida. Por un lado sabe que perder la conexión con la bandera, el himno y el sentido de la patria le restará cientos de miles de votos, pero, por otro lado, sus amistades y alianzas de poder con los nacionalistas extremos e independentistas les impiden acercarse a esos símbolos y sentimientos.
La pérdida de la calle es otra derrota especialmente dolorosa para la izquierda que lidera hoy Zapatero. La calle fue, tradicionalmente, un territorio conquistado por la izquierda y la mejor plataforma para las reivindicaciones del pueblo, pero hoy les ha sido arrebatada por una oposición que ha sabido aglutinar mejor que la izquierda a los millones de descontentos, a los que se han agregado los damnificados y adversarios del zapaterismo.
¿Qué le queda a la izquierda española? Tras haber perdido también su tradicional riqueza ideológica y su también antiguas vinculaciones con la ética y el mundo de los trabajadores, sólo dos activos importantes: el partido (PSOE), que sigue siendo la más compacta y mejor organizada formación política del país, y una cierta imagen de sensibilidad y cercanía ante los más pobres y necesitados, aunque se trata de una imagen en claro retroceso y en contradicción evidente con la imagen de ostentación y de riqueza que los políticos, varones y empresarios de la nueva izquierda española exhiben ya sin pudor.
Nunca como ahora ha necesitado la izquierda española un rearme tan intenso y urgente de sus activos y valores y una revisión tan profunda de sus tácticas y estrategias. Si no emprende pronto las reformas drásticas que necesita, va a convertirse en poco más que un partido político musculado para la captura del poder, pero tristemente abandonado por los ciudadanos.