imagen cedida por www.lakodorniz.com
Muchos pensadores, observadores, analistas y ciudadanos interesados en la política se sienten hoy estupefactos ante lo que está ocurriendo en el seno de la izquierda española, presa de un odio tan descomunal hacia la derecha que prefiere sellar alianzas con terroristas y nacionalistas extremos totalitarios que con demócratas políticamente adversarios.
El comportamiento de la izquierda española, capitaneada por el atípico, incalificable y extraño Zapatero, sólo es explicable desde la enloquecida hipertrofia del poder, desde una obsesión insana por ganar las elecciones y por ganar el poder "como sea", sentimiento que les lleva a establecer alianzas contra natura con gente ideológicamente situada en las antípodas, antes que cooperar con una derecha que, por muy adversaria que sea, comparte lo que debería ser fundamental: la fe en la democracia.
Aunque el odio africano cause estragos en su propia militancia, incapaz de entender el enfrentamiento y el rencor sin límite hacia la derecha y aunque Zapatero, Maria Teresa, Llamazares y sus amigos lo nieguen, es una realidad incuestionable que la izquierda española demuestra sentirse más a gusto en compañia de terroristas como Otegui y Josu Ternera, de separatistas y de nacionalistas que desprecian la constitución, como los seguidores de Ibarretxe y Carod Rovira, que con los integrantes del Partido Popular y con las víctimas del terrorismo.
Para llegar a esa barbaridad ideológica, algo sumamente grave ha debido ocurrirle a la concepción que la izquierda tiene del gobierno y de la política en democracia, cuyo envilecimiento ha ido más lejos de lo que se temían los más pesimistas. Solo existen dos explicaciones racionales: o se ha perdido hasta la última gota de principios ideológicos o la obsesión por el poder se ha hecho tan enfermiza e insana que cualquier cosa es lícita, hasta lo antinatural y lo absurdo, con tal de aplastar al adversario y conseguir el ansiado poder.
Los dirigentes de la actual izquierda deberían reflexionar y analizar qué enfermedad es la que les ha llevado a negarse a cumplir los deseos ciudadanos, partidarios de que se restablezcan el diálogo y la cooperación entre los partidos, optando a cambio por compartir objetivos y estrategias, con los pistoleros, los violentos, los que han asesinado a decenas de socialistas en el pasado, los que han profanado la tumba de Gregorio Ordoñez, los que vuelan por los aires los aparcamientos de Barajas o los que arropan a Ibarretxe y niegan la igualdad ante la ley, afirmando, por ejemplo, que el lehendakari no es un ciudadano común.
El comportamiento de la izquierda española, capitaneada por el atípico, incalificable y extraño Zapatero, sólo es explicable desde la enloquecida hipertrofia del poder, desde una obsesión insana por ganar las elecciones y por ganar el poder "como sea", sentimiento que les lleva a establecer alianzas contra natura con gente ideológicamente situada en las antípodas, antes que cooperar con una derecha que, por muy adversaria que sea, comparte lo que debería ser fundamental: la fe en la democracia.
Aunque el odio africano cause estragos en su propia militancia, incapaz de entender el enfrentamiento y el rencor sin límite hacia la derecha y aunque Zapatero, Maria Teresa, Llamazares y sus amigos lo nieguen, es una realidad incuestionable que la izquierda española demuestra sentirse más a gusto en compañia de terroristas como Otegui y Josu Ternera, de separatistas y de nacionalistas que desprecian la constitución, como los seguidores de Ibarretxe y Carod Rovira, que con los integrantes del Partido Popular y con las víctimas del terrorismo.
Para llegar a esa barbaridad ideológica, algo sumamente grave ha debido ocurrirle a la concepción que la izquierda tiene del gobierno y de la política en democracia, cuyo envilecimiento ha ido más lejos de lo que se temían los más pesimistas. Solo existen dos explicaciones racionales: o se ha perdido hasta la última gota de principios ideológicos o la obsesión por el poder se ha hecho tan enfermiza e insana que cualquier cosa es lícita, hasta lo antinatural y lo absurdo, con tal de aplastar al adversario y conseguir el ansiado poder.
Los dirigentes de la actual izquierda deberían reflexionar y analizar qué enfermedad es la que les ha llevado a negarse a cumplir los deseos ciudadanos, partidarios de que se restablezcan el diálogo y la cooperación entre los partidos, optando a cambio por compartir objetivos y estrategias, con los pistoleros, los violentos, los que han asesinado a decenas de socialistas en el pasado, los que han profanado la tumba de Gregorio Ordoñez, los que vuelan por los aires los aparcamientos de Barajas o los que arropan a Ibarretxe y niegan la igualdad ante la ley, afirmando, por ejemplo, que el lehendakari no es un ciudadano común.