El problema es que la “olla” donde se cuece la izquierda es confusa y difusa. Sus límites y fronteras no están definidos, hasta el punto de que en la mayoría de los partidos socialistas del mundo conviven reformistas y revolucionarios, partidarios de la democracia y enemigos acérrimos de las libertades parlamentarias.
Anguita tiene razón porque, en lo que se refiere a los criterios y valores, la “izquierda” es hoy una jaula de grillos de criterios indescifrables. Unos la conciben como reguladora de los excesos del capitalismo, mientras que otros la consideran también como estimuladora de la creación de riqueza y se niegan a atribuirle ese especio emprendedor a la derecha. Pero otros alimentan la confusión sosteniendo que admitir que el crimen y la delincuencia representan un grave problema ciudadano “es de derecha” y que también es “de derecha” controlar la inmigración u obligar a los inmigrantes a que aprendan la lengua del país de acogida y a que se integren, o responder al terrorismo con determinación y fuerza, o admitir el multipartidismo. Pero cuando la “confusión” de la izquierda se torna caótica y peligrosa es cuando su antiamericanismo o su anticapitalismo les lleva a preferir y apoyar en la escena internacional al radicalismo de los ayatolas asesinos, al terrorismo islamista y a dictadores con “pedigree” sangriento como Castro, Sadam Husseim y otros predadores que gobiernan en Irán, Siria, Venezuela o China.
Para la democracia es urgente que la izquierda se aclare y se defina pronto para que sepamos si trabajan a favor o en contra del régimen de libertades. Tendrán que hacer una auténtica revolución cultural interna y limpiar su estructura ideológica de los muchos vicios totalitarios que cobija. Deberán admitir, de una vez por todas, que el ciudadano (no el Estado, ni el gobierno) es el soberano en democracia y que no puede gobernarse al margen de sus opiniones y deseos. Por último, debe realizar una purga interna que expulse de sus filas a los miles de fascistas que cobija, la mayoría de origen “rojo”, pero otros muchos de origen “negro”, todos ellos adaptados y a gusto en unos partidos de izquierda que cada día cultivan más, a nivel interno, el autoritarismo, el verticalismo, la sumisión de los militantes a las élites, el culto a la personalidad y, lo que quizás sea lo más terrible, la aniquilación del debate libre, un vicio antidemocrático que trae consigo el empobrecimiento de la mente a través del sometimiento a las consignas y la consagración del pensamiento único.
Fin
Anguita tiene razón porque, en lo que se refiere a los criterios y valores, la “izquierda” es hoy una jaula de grillos de criterios indescifrables. Unos la conciben como reguladora de los excesos del capitalismo, mientras que otros la consideran también como estimuladora de la creación de riqueza y se niegan a atribuirle ese especio emprendedor a la derecha. Pero otros alimentan la confusión sosteniendo que admitir que el crimen y la delincuencia representan un grave problema ciudadano “es de derecha” y que también es “de derecha” controlar la inmigración u obligar a los inmigrantes a que aprendan la lengua del país de acogida y a que se integren, o responder al terrorismo con determinación y fuerza, o admitir el multipartidismo. Pero cuando la “confusión” de la izquierda se torna caótica y peligrosa es cuando su antiamericanismo o su anticapitalismo les lleva a preferir y apoyar en la escena internacional al radicalismo de los ayatolas asesinos, al terrorismo islamista y a dictadores con “pedigree” sangriento como Castro, Sadam Husseim y otros predadores que gobiernan en Irán, Siria, Venezuela o China.
Para la democracia es urgente que la izquierda se aclare y se defina pronto para que sepamos si trabajan a favor o en contra del régimen de libertades. Tendrán que hacer una auténtica revolución cultural interna y limpiar su estructura ideológica de los muchos vicios totalitarios que cobija. Deberán admitir, de una vez por todas, que el ciudadano (no el Estado, ni el gobierno) es el soberano en democracia y que no puede gobernarse al margen de sus opiniones y deseos. Por último, debe realizar una purga interna que expulse de sus filas a los miles de fascistas que cobija, la mayoría de origen “rojo”, pero otros muchos de origen “negro”, todos ellos adaptados y a gusto en unos partidos de izquierda que cada día cultivan más, a nivel interno, el autoritarismo, el verticalismo, la sumisión de los militantes a las élites, el culto a la personalidad y, lo que quizás sea lo más terrible, la aniquilación del debate libre, un vicio antidemocrático que trae consigo el empobrecimiento de la mente a través del sometimiento a las consignas y la consagración del pensamiento único.
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