En la víspera del "Dia de los Inocentes", el presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, dio su "inocentada" a los españoles al dirigirse a los pobres, desempleados y descamisados de España, las principales víctimas de su mala gestión, para pedirles que confien en el gobierno y que, por muy mal que vengan las cosas, el Estado cuidará de ellos.
Zapatero dijo: "Quiero decir a las personas que han perdido su empleo que el Gobierno está pensando en ellos y trabajando para ellos". y agregó que a quienes tienen la "angustia" de haber perdido su empleo, "les quiero decir que tenemos un sistema de protección por desempleo que garantiza por dos, catorce o dieciséis meses una renta", y además si la evolución de la actividad económica "nos pusiera en más dificultades, el Gobierno será sensible a esta situación".
Al contemplar el espectáculo esperpéntico del causante de los grandes males convenciendo a sus víctimas de que, aunque perdieran el trabajo y la dignidad, "Papá Estado" los cuidaría, sentí una profunda pena y dolor al comprender que el desarrollo y la riqueza de los últimos años no han conseguido cambiar una sociedad española semianalfabeta que siempre ha admirado a los "señoritos" y "caciques" y que, históricamente, adoró a sus peores verdugos y castigó a sus mecenas y salvadores.
Pero lo mas triste del deprimente espectáculo es que Zapatero parecía feliz al proyectar la imagen de un Estado consolador, paternal y absurdo que, después de arruinar a los ciudadanos y de arrebatarles la dignidad que sólo da el trabajo libre, justifica su nefasto papel porque los acoge con subsidios y limosnas miserables.
Pero la parte más triste y deprimente del espectáculo es saber de antemano que esas víctimas a las que Zapatero daba la "inocentada", en lugar de rebelarse porque ni siquiera poseen ya un puesto de trabajo donde ganarse la vida con dignidad, seguirán actuando como borregos sometidos y votando en las urnas al mismo lobo que les subyuga y devora.
Zapatero dijo: "Quiero decir a las personas que han perdido su empleo que el Gobierno está pensando en ellos y trabajando para ellos". y agregó que a quienes tienen la "angustia" de haber perdido su empleo, "les quiero decir que tenemos un sistema de protección por desempleo que garantiza por dos, catorce o dieciséis meses una renta", y además si la evolución de la actividad económica "nos pusiera en más dificultades, el Gobierno será sensible a esta situación".
Al contemplar el espectáculo esperpéntico del causante de los grandes males convenciendo a sus víctimas de que, aunque perdieran el trabajo y la dignidad, "Papá Estado" los cuidaría, sentí una profunda pena y dolor al comprender que el desarrollo y la riqueza de los últimos años no han conseguido cambiar una sociedad española semianalfabeta que siempre ha admirado a los "señoritos" y "caciques" y que, históricamente, adoró a sus peores verdugos y castigó a sus mecenas y salvadores.
Pero lo mas triste del deprimente espectáculo es que Zapatero parecía feliz al proyectar la imagen de un Estado consolador, paternal y absurdo que, después de arruinar a los ciudadanos y de arrebatarles la dignidad que sólo da el trabajo libre, justifica su nefasto papel porque los acoge con subsidios y limosnas miserables.
Pero la parte más triste y deprimente del espectáculo es saber de antemano que esas víctimas a las que Zapatero daba la "inocentada", en lugar de rebelarse porque ni siquiera poseen ya un puesto de trabajo donde ganarse la vida con dignidad, seguirán actuando como borregos sometidos y votando en las urnas al mismo lobo que les subyuga y devora.
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